El dopaje aún ganará batallas en Atlanta
Los nuevos espectrómetros no podrán descubrir el uso de la EPO o de la hormona del crecimiento
La guerra contra el dopaje continúa. El Comité Olímpico Internacional (COI) tiene esa lucha como una de sus prioridades y aunque ha ganado batallas en el pasado sigue sin vislumbrarse el fin de la contienda. Tal vez nunca se produzca. En Atlanta parecía que iba a darse un paso decisivo con la incorporación de nuevas tecnologías, pero aún quedarán trampas por detectar. Los 2,5 millones de dólares invertidos en armamento (unos 325 millones de pesetas), según el COI, servirán incluso para encontrar rastros del dopaje que se pudo usar en los entrenamientos hasta ocho semanas antes. Pero habrá sistemas, ya conocidos, que aún escaparán al control.El dopaje es el alto precio que debe pagar el deporte de élite dentro de su gran espectáculo. Desde que el COI ganó la emblemática batalla de Seúl, en 1988 (cuando fueron descubiertos el atleta canadiense Ben Johnson y los halterófilos de Bulgaria, una de las potencias mundiales de este deporte), aumentaron las esperanzas de que la alta competición fuera más limpia. Sin embargo, se ha ido demostrando una y otra vez que los métodos de dopaje siguen por delante de los sistemas de detección.
En los laboratorios Smith Kline Beecham de Atlanta, ayer visitados en medio de unas desproporcionadas medidas de seguridad, se van a utilizar tres modernos espectrómetros de alta definición, cuya tecnología permitirá un control más perfeccionado y profundo (en la cantidad y en el tiempo), superior hasta 10 veces a las técnicas anteriores. Pero, en principio, aparte de las más normales anfetaminas (estimulantes) o betabloqueantes (relajantes), sólo detectarán los ya tradicionales esteroides anabolizantes. Es decir, los productos derivados sintéticos de las hormonas del crecimiento, que desarrollan la musculatura y aumentan la potencia. Los mismos que en altas dosis provocan trastornos hepáticos y musculares, deformación de la cara y los miembros, efectos androgénicos generalmente irreversibles e incluso la muerte.
Aunque utilizados en todos los deportes, la halterofilia (diez casos de dopaje en los Mundiales de 1995, en China, y más de 70 en todo ese año), el atletismo (72 en 1994, 87 en 1995 y 20 en 1996) y la natación, aunque con distinto rasero (se crucificó a las nadadoras chinas tras los Juegos de Hiroshima en 1994 y se suavizaron los casos de la norteamericana Jessica Folchi, y de la australiana Samantha Riley), han sido los principales implicados. Casi todos estos controles se han hecho ya con los nuevos espectrómetros, fabricados en Estados Unidos y que han funcionado en los laboratorios
Un cuartel general
"!No toqueis la valla. Hay cables. La alarma se dispara". El grito asustó a la deportista española, que se había acercado hasta la reja para fumar a escondidas un cigarro mirando hacia la calle. El policía, de origen nipón, no quedó muy convencido y cada dos por tres asomó su cabeza para comprobar que su orden era atendida. El área de la Villa Olímpica donde residen los españoles está cercada por una alambrada de unos tres metros de altura y trufado de policías. Todos con uniformes diferentes: militares, policías locales, del Estado de Georgia y federales. Eso sin contar los múltiples agentes de la compañía privada de seguridad Boug-Warner.No es fácil acceder al área roja donde viven los españoles. No sólo para los visitantes. El acceso al inmueble para los inquilinos está precedido por una pequeña carpa blanca donde los atletas deben mostrar su identificación y pasar un control de metales. Imposible: dar el cambiazo: la' acreditación debe ser cotejada con otra en la que están inscritas sus huellas dactilares, que se verifican colocando la mano sobre su soporte."Los tanques"
El ACOG (Comité Olímpico de Atlanta), que se ha inspirado en el modelo de seguridad del 92, presumió de que no quería sacar los tanques como hizo Barcelona, pero lo cierto es que tampoco ha hecho mucho para disimular la vigilancia. Los policías están en las mismas entrañas de las viviendas de los atletas y es normal verlos por cualquier pasillo o controlando las plantas de los edificios. Tienen más suerte que los que permanecen en la calle, por todo el perímetro de la ciudad olímpica, sentados, a una distancia de 20 metros, bajo un sol de justicia. Las órdenes se cumplen a rajatabla. No demuestran mucha piedad: son capaces de hacer revisar durante una hora la parte baja de un camión que transportaba material olímpico español. Los atletas llevaban nueve horas de vuelo y cuatro esperando el equipaje.
Atlanta es una de las ciudades (le Estados Unidos con mayor Índice de criminalidad. La ciudad ha sido barrida literalmente de homeless (sin casa) y está, obsesionada con la posibilidad de sufrir un atentado. Estos Juegos disponen de 22.000 agentes, cifra similar a la de Barcelona, aunque muchos ellos son privados. La compañia Boug-Warner paga cada hora 8,5 dólares (unas 1.100 pesetas) y muchos de los incritos no tienen relación alguna con ese oficio.
de Colonia, Oslo y Seill. Ahora estarán en Atlanta. Pero no podrán controlar todavía a la perfección la EPO (eriotropoyetina), que favorece la producción de glóbulos rojos y la oxigenación de la sangre, y que ha sido utilizada por los fondistas, maratonianos y ciclistas, muchos de éstos al precio de la muerte. Al espesar tanto la sangre en corazones de atletas que ya laten muy despacio, les ha producido paradas cardiacas irreversibles. Y tampoco podrá detectarse, al parecer, la hormona del crecimiento segregada por la glándula hipófisis, cuyo exceso produce el gigantismo. Se trata del dopaje más usado en la élite para aumentar la masa muscular.
El COI y la UE han invertido otros 240 millones en esta lucha y hay un equipo trabajando para ello. Pero como ha criticado el médico del equipo británico Michael Turner los resultados no llegarán a tiempo para Atlanta.
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