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TOUR 96

Berzin se abre paso como rey del 'crono'

Induráin mantuvo el tipo entre los mejores, y Olano superó a Rominger

Luis Gómez

Habrá que irse acostumbrando a vivir al día. Prohibido tomar como referencia los cinco Tour de Induráin a riesgo de equivocarse: el de ahora es radicalmente distinto a los anteriores. Induráin deparó una cronoescalada agridulce: no fue el mejor, pero estuvo entre los mejores. 24 horas después de la pájara de Les Arcs debe interpretarse como una buena noticia. Sin más. Ni es para recuperar la euforia ni, desde luego, debe empujar al ciudadano al pesimismo. Es evidente que Induráin ya no es el contrarrelojista supremo del pelotón, pero él mismo se ha encargado de decirlo en los últimos meses. El rey del crono es el pequeño Berzin, autor ayer de una actuación soberbia. El Tour va fabricando una nueva e interesante rivalidad entre el ruso y el español Olano. El danés Riis no hizo sino demostrar la progresión anunciada hace un año. Zülle y Ugrumov interpretaron los papeles más desagradables de la jornada. Se había especulado mucho con la cronoescalada de Val d'lsére. Si era ideal para Zülle o apropiada para Rominger. Berzin entraba también en los cálculos, dado que en el último Giro había demostrado que, al menos, su calidad como contrarrelojista no había sufrido merma. Riis, Olano e Induráin estaban en su segundo nivel: no es el recorrido que más les conviene. Tras lo sucedido en Les Arcs, había motivos para interpretar algo más lejos. Todos los ojos estaban puestos en Induráin, pendientes de si mostraba algún nuevo síntoma de debilidad. De suceder, se consideraba casi definitivo para descartarle como aspirante. Si estaba entre los mejores, habría que tenerle en cuenta.Su posición en la general le impedía tener otra referencia que no fuera la del británico Boardman. Su actuación fue bastante regular, con tendencia a ir de menos a más, lo que no dejaba de ser una buena noticia. El impacto por lo sucedido en la tarde del sábado todavía seguía vigente en la mañana del domingo. Todas las cábalas terminaban en que su actuación tendría que ser convincente para depejar la duda principal. Induráin trataba de vivir ajeno a todo ello, pero no podía evitar ser objeto de una vigilancia especial. Todo el mundo le miraba a la cara, cada cual quería percibir si en su rostro habría alguna huella de cansancio, una prueba, una señal. Unos le veían recuperado, a otros no les gustaba del todo su aspecto; querían verle jovial, sonriente, despreocupado, olvidando que ése no es Induráin.

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Induráin hizo lo de costumbre: descansar, alimentarse, hacer un buen calentamiento, recorrer unos kilómetros y lanzarse sin complejos a la aventura. No se trataba de regular ni de conservar: había que salir a gastar fuerzas.

Eusebio Unzúe reconoció que sintió miedo en los primeros kilómetros de la ascensión, que le vio algo cansino, sin el ritmo necesario. Poco después explotó; había superado la crisis. Induráin sólo perdió tiempo con Berzin y con Riis en la parte montañosa de la etapa, pero hay que añadir que hizo peor final que todos ellos si se tienen en cuenta las referencias. "Lo importante es saber si el motor está bien, si lo único que ha sucedido es que se ha quedado sin gasolina una tarde. Eso se arregla, lo otro, que el motor esté estropeado, no". Era un símil muy superficial, pero suficiente.

La disputa de la etapa fue por otro camino. Rominger, Riis, Olano y Berzin atacaban por detrás. Atacaban como se hace en una contrarreloj, robando segundos a cada metro. Las diferencias eran mínimas entre Induráin, Olano y Rominger, algo más evidentes en el caso de Riis y descaradas en lo que respecta a Berzin. El ruso se había colocado unas gafas de concha amarilla a tono con el maillot, signo evidente de que ha recuperado la ambición, de que quiere volver a ser sucesor. Tomó todos los riegos posibles y se lanzó a la carretera sin miedo. La potencia de su pedalada era elocuente, harto suficiente para mover un cuerpo de 66 kilos y superar unas pendientes no demasiado pronunciadas. Berzin fue progresando sin fin hasta obtener el minuto que buscaba respecto a los hombres más expertos. Era una manera de sentenciar que el nuevo dominador de la contrarreloj es él, de decirles que abran paso a dos veteranos como Induráin y Rominger.

La cronoescalada significó otro duro golpe para la ONCE, porque Manolo Saiz esperaba recuperar a Zülle. Zülle, sencillamente, no estuvo, y tiene explicación para un hombre con dolores en muchas partes del cuerpo, consecuencia de tanta caída. Jalabert estaba descartado, pero evidenció vivir otro pequeño calvario. Acabó muy cansado, argumentando que tiene problemas estomacales, mala cosa cuando quedan dos semanas de carrera por delante. Ahora mismo, Jalabert es toda una incógnita: puede echar pie a tierra si no se recupera.

El Tour se abre a todo tipo de conjeturas. Admite que se debata a rivalidad entre Berzin y Olano, un hecho sobresaliente para el ciclismo español, que puede encontrar en el guipuzcoano la excusa perfecta para seguir manteniendo los hábitos de sobremesa del mes de julio. Olano huele a hombre-Tour, y ya significó Echávarri, poco dudoso en este aspecto, que le van mejor los puertos franceses que los italianos. Berzin y Olano son la nueva ola, y ese debate es un hecho.

Pero Rominger merece que se le tenga presente, ahora que disfruta de una posición desconocida, rodeado de un buen equipo, con ventaja sobre Induráin, acompañado de Olano. Rominger lo ha invertido todo para este Tour. Su presencia al lado e Indurain (a punto de cumplir los 32 años) y de Riis (32) refuerza el debate generacional. En el punto medio se encuentra Zülle, no del todo descartado a la vista de cómo funciona la ONCE.

Naturalmente, que a Induráin, ahora no tan fiable, convertido en un ser humano, en un corredor en apuros. Este Tour ya no es el- Tour de Induráin, porque le han cambiado el guión. Induráin tendrá que improvisar, pero es el campeón en ejercicio y no ha dicho su última palabra. Los Alpes decidirán hoy el próximo descarte: dado que hasta Induráin ha dejado de ser infalible, nadie puede sentirse seguro. No hay un dominador aún. Hay que vivir al día.

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