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Escuela, religión y el juicio de Salomón

La niña religión, niña porque aunque anciana renace en cada generación, maltratada por la Ilustración y malcriada por la Iglesia, parece que vuelve a llorar en la escuela, no se sabe si por celos justificados o por los mimos de antaño. Los mayores la quieren, sea proteger y educar, o marginar y eliminar...No voy a resumir lo que defienden unos ni lo que alegan otros con respecto a la educación religiosa en las escuelas. Quisiera sólo aducir un comentario intercultural, otro filosófico y un tercero bíblico.

Desde el punto de vista intercultural, la separación occidental moderna entre cultura y religión no existe. La religión, o bien es una forma de vida que impregna la existencia entera o degenera en una simple ideología -acaso muy útil para los viernes por la tarde, o los domingos por la mañana- La cultura, o bien tiene un contenido abierto a la transcendencia o degenera en luna técnica de saber apañárselas en la lucha diaria por la existencia -terminando en un know-how para alcanzar poder-. La religión es la expresión de aquella dimensión del ser humano que le distingue de los demás seres de la tierra. El hombre es consciente de sí mismo y busca un sentido a su existencia. Esta búsqueda cristaliza en sistemas de creencias e instituciones más o menos adecuadas. La religión, en este sentido, no es monopolio de las instituciones religiosas -lo que no significa que los sistemas doctrinales, o las instituciones sean superfluas-.

La religión da a toda cultura su contenido último, y es la cultura la que da a toda religión su lenguaje. La cultura, como el mito englobante de un grupo humano en el tiempo y en el espacio, se expresa en su estilo de vida que la caracteriza. Este estilo es a la vez causa y efecto de la cosmovisión propia de cada cultura. La escuela es una institución que los mayores excogitan para educar a los jóvenes en la visión del mundo propia de cada cultura. En este sentido, tampoco la educación del hombre es monopolio de la escuela. La educación no es una especialización (de los educadores -por bien pagados que estuvieran-), así como tampoco la religión es una especialidad (de los religiosos -cualesquiera que sean-). Acaso una de las causas de la crisis actual (a pesar del tópico) haya de buscarse en la especialización del saber -y, por tanto, de las escuelas, de la enseñanza y de la religión-

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Desde el punto de vista filosófico, empezaría afirmando que de por sí, ni la escuela pertenece al Estado ni la religión a la Iglesia. Tampoco pertenece la filosofía a los llamados académicos profesionales.

De hecho, tanto las doctrinas llamadas religiosas como las llamadas políticas presentan problemas al espíritu humano que éste no puede menos que someter a escrutinio crítico con todos los medios que en cada caso se crean -digo crean- más adecuados. Y así nos encontramos con cosmovisiones que parecen dar un lugar privilegiado a la trascendencia y otras que parecen preocuparse preferentemente por la inmanencia. Desde este punto de vista puede comprenderse que se hable de doctrinas religiosas y doctrinas laicas. Y desde esta perspectiva fenomenológica, diría que lo religioso es lo constitutivamente abierto e ilimitado, y lo laico, lo inherentemente definido y concreto. Por eso, cuando la trascendencia se quiere manipular, o la inmanencia encerrarla en sí misma, se cometen sendas violaciones de la naturaleza humana: Inmanencia y transcendencia se complican.

O dicho de otro modo: si lo religioso deja de ser concreto, enraizado en el pueblo, esto es, litúrgico y laico (ambas palabras tienen que ver con laos, pueblo), deja de cumplir su función. Y a su vez, si lo laico deja de ser religioso, esto es, religador, aglutinador del hombre en su triple religación con las cosas, con los demás y con el misterio de sí mismo, deja igualmente de cumplir su función.

Si la escuela es aquella institución que pretende la paideia (educación) y no la paidiâ (broma), como algunos copistas de Platón con ironía o sin ella malcopiaron, debería instruir integralmente y presentar, por ejemplo, una visión de la historia tanto como lucha por un ideal o como mero proyecto de supervivencia. Ello quiere decir que la escuela (la scholê, lugar del otium y no del negocio) no debe ser para la indoctrinación (ni científica ni religiosa), sino para la educación. Si no planteamos el problema a esta altura, me temo que la discusión degenere en mera lucha de partidos y de competición por el poder. Pero también aquí debemos interrumpirnos.

Desde una perspectiva bíblica, viene al caso el ejemplo del famoso juicio de Salomón. ¿De qué se trata? De que la niña viva.

Los unos creen que no debemos separar a la niña de sus compañeras, de manera que la religión se enseñe en la escuela, por lo menos, como otra disciplina; pero temen que sus compañeras la ahogarán, pues ha vivido durante siglos bajo protección especial. Creen deber vigilar la enseñanza religiosa, pero no quieren segregar a la niña del mundo real, no sea que se muera de añoranza por sus compañeras de vida y se marchite en triste melancolía.

Los otros también creen que, siendo así que otra institución aparte del Estado pretenda una jurisdicción especial, es bueno que se lleven aquellos alumnos que así lo deseen a un lugar distinto en el tiempo o en el espacio, donde puedan tener esta enseñanza; pero nuestros alumnos, dirán, no necesitan tales cuidados.

Se comprende que el compromiso no sea fácil. La religión no puede ya vivir en un gueto: se asfixia y degenera. Pero la enseñanza religiosa que suele darse tampoco puede convivir con sus compañeras: se ríen de ella y la consideran sectaria. La historia es neutral, se dice; la religión, no. No voy ahora a defender que ni siquiera las matemáticas son neutrales. Baste con decir que la religión no es un caso particular. Hay casi tantas teorías biológicas divergentes en la actualidad -y no se me haga mencionar a G. Canguilhem (1970), E. Nagel (1974), A. Rosenberg (1985), M. Ruse (1988), E. Mayr (1989), A. Pichot (1993), sin citar a los clásicos- como diversidad de doctrinas religiosas fundamentales (que están llegando a un ecumenismo ecuménico esperanzador). Lo que se nos dirá es que la biología es más tolerante que la religión. De ser ello así, el primer curso de las clases de religión debería versar sobre la tolerancia religiosa, y el segundo curso ser una exposición del fenómeno re-

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ligioso. Mal se podrá conocer la religión propia si no se conoce algo de las otras.

La dificultad estriba en que se ha confundido la verdadera religión con la religión verdadera. La verdadera religión es aquella que cultiva la misteriosa y problemática dimensión religiosa del hombre. La religión verdadera sería aquella que pretende dar una interpretación correcta a aquella dimensión constitutiva del hombre. Pretensión legítima, pero que no debería llevar a la intolerancia o al menosprecio de las demás.

Ahora bien, esta pretensión de verdad la tiene cualquier sistema de creencias científicas o religiosas. Y en cada cultura hay sistemas predominantes. Pero ni la mayoría es criterio de verdad ni la tal mayoría católica existe. Hay una religiosidad laica, y aun atea, al lado de la cristiana, y de la musulmana, por ejemplo. La pretensión de verdad no es signo de sectarismo. Unos creen que la Revolución Francesa fue un proceso, y otros, lo contrario. Unos creen que hay Dios, y otros, que no lo hay. En los dos ejemplos citados habría que empezar aclarando qué se entiende por progreso y qué por Dios. El diálogo es necesario. El obstáculo es la pretensión de absolutismo de nuestras verdades.

Pero hay más aún. Tengo la sospecha de que las tensiones dialécticas y políticas de los distintos sistemas de creencias han hecho perder la serenidad en la discusión. De hecho, apenas hay estudios y, sobre todo, textos de enseñanza que nos instruyan sobre la religión sin saltar, precipitadamente, a la indoctrinación partidista.

Dos ejemplos históricos recientes son aleccionadores. Otro gallo nos hubiera cantado, para referirme eufemísticamente a las atrocidades de la guerra civil española, si la enseñanza de los años veinte y treinta hubiera sido verdaderamente religiosa. Católicos y no católicos se hubieran conocido mejor. Otra sería la relación actual entre hindúes y musulmanes si la religión se hubiera enseñado en las escuelas de la India -como ahora, 30 años después, reconocen los mismos que por motivos laicos se opusieron a ello- Es fácil hacer una caricatura deformadora de lo que se desconoce.

No abogo por una simple información anodina o una educación religiosa diluida. Pero no olvidemos que lo concreto no significa lo particular, ni mucho menos lo sectario. Acaso el ecumenismo ecuménico aludido no haya llegado todavía a las altas esferas de los legisladores ni a las instituciones llamadas religiosas.

Y he aquí el juicio de Salomón: si queremos que la niña viva, y viva por sí misma, diría a los unos que le dejen que vaya a la escuela; a los otros, que la admitan de buen grado, y a entrambos, que procuren que la educación sea buena y sana sin atiborrarla de alimentos sintéticos ni hacerle ayunar por miedo a algún microbio.

R. Panikkar, sacerdote y filósofo, es presidente de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones.

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