A diez céntimos el trago
En EL PAÍS del sábado 11 de mayo, y asomándome al balcón de mi memoria a través del artículo de Antonio Álvarez-Barrios publicado en el mismo con el título de 50 abonos 50, recuerdo cómo, en aquel Madrid de hace 49 años, desde el último peldaño de andanada de sol (con una entrada de militares sin graduación, pues cumplía el servicio militar en Marina), presencié bajo el sofocante calor de un Febo in misericordi, uno de lo festejos de aquella primera feria taurina, o isidrada, de 1947.Aparte del trago de agua a 10 céntimos (estampa real del chulesco pasillo veraniego "agua azucarillos y aguardiente") y de los ¡¡abanicos!! y los ¡¡sombra!! que cita el señor Álvarez, también había vendedoras que ofrecían pan de tahona y cigarrillos que ocultaban bajo el brazo y en el pecho, y que, al menor síntoma de desconfianza, ponían pie en polvorosa temiendo ser sorprendidas por agentes fiscales.
¡Pobres mujeres aquéllas!
En cuanto a los transportes, el precio del billete del metro en su trayecto más largo costaba 35 céntimos. Alcalá arriba circulaban (tal vez adquiridos en alguna subasta londinense) autobuses de dos pisos a los que no era raro que les reventase alguna rueda. Entre el barrio de Salamanca y el de Argüelles hacían su recorrido los aerodinámicos casi elegantes tranvías Fiat italianos. En el resto del centro y periferia eran los tranvías de jardinera y arena para las pendientes.
Como aquellos destartalados que partían de la plaza Mayor a los Carabancheles y que me dejaron, allá por el puente de Toledo, en la pradera de San Isidro, para contemplar, desolado, la pobreza de unos festejos populares que eran reflejo fiel -indudablemente- del tiempo que vivíamos.-
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