España decepciona en su presentación
Búlgaros y españoles ofrecieron su peor imagen en un partido pésimo y soporífero
De los tejadillos de Elland Road colgaban dos pancartas: "El fútbol vuelve a casa". No ayer, en una tarde infame para el juego o lo que fuese aquello. Fútbol no fue, porque se requiere algo más que un campo, unas líneas, dos porterías, 22 hombres y un árbitro. Se necesita excitación, voluntad para crear, destreza, poder y convicción. Nada de eso se produjo en Leeds, donde el sopor invadió todo, El encuentro se fue entre bostezos, sin nadie que regateara a nadie, sin nadie que pasara a nadie, sin un detalle, sin nada que recordar. Los goles fueron a beneficio de la estadística, perfectamente olvidables. Malos goles los dos, producidos por errores defensivos, por rechaces, en medio de la confusión, como lo exigía este partido que desestimó la invitación que se leía en los tejadillos de Elland Road.Hubo malas noticias para todo el mundo. Para España porque jugó muy mal. Para Bulgaria porque perdió el crédito que ganó en el Mundial. Para el público porque comienza a sospechar que vienen malos tiempos para el fútbol. Se ha propagado el virus de la vulgaridad y nadie levanta la bandera para protestar. El partido sólo se puede interpretar como el segundo acto del encuentro inaugural. Es decir, una calamidad, por no entrar en descalificaciones mayores.
España ofreció su peor versión. Nada en su juego resultó destacable. Se perdió en un fútbol sin perfiles, cosa grave cuando se trata de un equipo de Javier Clemente. A los equipos de Clemente se les ve la divisa desde lejos: son rocosos, agresivos, primarios y contundentes. Esta vez, nada. Y de lo otro -la posesión y el manejo despacioso de la pelota, el paso tranquilo, el engaño- tampoco, por supuesto. Así que el tiempo se escurrió perezosamente en una tarde gris. Los trenes pasaban a lo lejos, la brisa era agradable y la gente se aburría con un gesto melancólico. Y en el campo, dos equipos no se ponían de acuerdo para jugar al fútbol.
En un guiño muy apropiado, la mejor jugada del partido fue anulada, como si aquella volea preciosa de Stoichkov -gol innegable- no mereciera figurar en el catálogo de horrores. El árbitro dijo que no, que había sido fuera de juego y el partido siguió su triste curso. Apenas sucedieron otras cosas que las ocasiones que siempre procuran los partidos, incluso los más detestables.
La primera fue decisiva: Guerrero, frente a la portería, golpeó la pelota con la canilla y la envió fuera. En estos partidos de secarral, las ocasiones se cotizan muy altas y conviene no desperdiciarles. España no volvió a encontrar una oportunidad hasta la jugada del gol, bien entrado el segundo tiempo, cuando Bulgaria había tomado ventaja.
La simpleza presidió el juego de los dos equipos. España jugó fatigosamente, a veces entre pelotazos de los defensas y otras en medio del acarreo del balón. Hierro y Amor no tuvieron ningún peso en la construcción del juego. Faltaba dirección, un orden de prioridades, alguien que encendiera los faros del equipo. A ese problema se añadió la debilidad en los dos bandas. Caminero y Luis Enrique nunca pudieron desbordar. Quedaron atrapados, sin nada que decir durante todo el partido. Y así uno a uno.
Bulgaria volvió a confiar en su juego disperso y en la aparición de Stoichkov. Casi lo consigue, aunque su juego resultó desorganizado y pobretón. Penev, por señalar a uno, volvió a pasar una tarde en la campiña. En el partido no estuvo. Jugador hubo uno: Lechtkov, un centrocampista interesante, de largo recorrido, bastante pudoroso con el balón. No hizo nada extraordinario, pero en medio de aquel páramo parecía un notable del fútbol. La sucesión de despropósitos terminó por concretarse en los dos goles. El búlgaro llegó después de un mal control de Alkorta en el medio campo. La pelota salió extraviada, pero Stoichkov andaba por allí, la cazó y metió un pase cruzado para la carrera de Kostadinov, que cayó en el área empujado por Sergi. Así que Bulgaria sacó rédito de un error y de un penalti.
Cualquier posibilidad de España pasaba por algo parecido, por el rendimiento que se pudiera sacar de la confusión. Porque los cambios no habían afectado el curso del juego. Caminero, que había empezado por la derecha, se colocó en la media punta en lugar de Guerrero. Amavisca ocupó la banda izquierda y Luis Enrique se desplazó a la derecha. Todo eso sin resultados apreciables, en medio de un juego desarticulado y mortecino.
En el caos, hubo un minuto más caótico. Minuto 71: error defensivo, la pelota va a Pizzi y luego a Caminero, que enfila y. cae derribado frente al área. Houbtchev sale expulsado. El partido se para. Entran cuatro jugadores, dos por cada equipo. Han transcurrido tres minutos y la pelota continua quieta, a la espera del tiro de Hierro, que finalmente lanza contra la barrera. El balón sale despedido, Sergi engancha el rechace y remata cruzado. Un tiro para armar jaleo en el área, para alguien que pasara por allí, para Alfonso, por ejemplo, que pone el pie y desvía a gol. Era su primer contacto con la pelota.
Todo eso ocurrió en un minuto. Suficiente para explicar un partido imposible, ínfimo, uno que obliga a pensar con desconsuelo en esto que se llama fútbol, pero que no lo es.
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