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Todo el futuro a la espalda

Cuando ha pasado un mes desde que José María Aznar ocupa La Moncloa, llama la atención lo poco que se echa en falta la ausencia de Felipe González de la que fuera durante más de 13 años su residencia oficial y familiar. Esta sensación tiene que ver desde luego, con el sentimiento de dulzura, casi de euforia, que embargó los espíritus socialistas al conocer los resultados electorales; su líder se iba sólo para volver. Pero el tiempo sedimenta todas las sensaciones y lo que al principio supo dulce puede saber luego a rejalgar. Que casi nadie eche de menos a González en La Moncloa, y que no pocos celebren todo de lo que nos hemos librado precisamente porque ya no vive allí, puede guardar alguna relación con el trabajo del tiempo sobre el sabor de las cosas.Los socialistas que llegaron al Gobierno en 1982 no sumaban como media más de 40 años, y eso porque se les había incrustado Fernando Morán. En España, donde los trastornos políticos han sido frecuentes y donde han sobrado situaciones propicias para que gente joven se hiciera con el poder, ninguna generación ha triunfado tanto y tan pronto como la de los nacidos inmediatamente después de la guerra civil. Los que hicieron la revgolución liberal en la década de 1830 tuvieron que madurar en largos años de destierro: Mendizábal había cumplido los 45 cuando fue llamado a presidir el Gobierno. Espartero, cargado de victorias, esperó a los 47 para despedir a la Regente, y Prim, gracias también a una revolución, consiguió la jefatura del Gobierno a los 55. Luego, cuando todo se volvió otra vez del revés y se restauró el trono, fue gente muy curtida la que pactó el reparto del poder: Cánovas y Sagasta llevaban décadas en la lucha política. Ya en nuestro siglo, los que sustituyeron a los viejos políticos de la Restauración no eran jóvenes cuando, tras la instauración de la República, accedieron al, Gobierno: Alcalá Zamora, Largo Caballero, Prieto, Azaña, Albornoz no tendrían ocasión de cumplir los 50 cuando les llegó la hora de ocupar el banco azul.

Pero estos socialistas que ahora se dedican otra vez a presentar libros acapararon las posiciones de poder cuando apenas contaban 40 años. Nunca, ninguna generación había llegado con tanta juvenil energía al poder y, para lo que pudo haber ocurrido dada la circunstancia y lo que se va sabiendo de sus intenciones no nos ha ido tan mal con la experiencia, aunque alguna de sus aventuras nos haya empujado al borde del desastre. El caso es que cuando apenas bordean los 55 años, son no sólo veteranos de la política sino viejos en el poder. No van, ingenuos y sobrados de ilusiones, a gobernar, sino que vuelven, abrumados de heridas y resabios, del Gobierno. Lo cual les da, como tal generación, un curioso aire de prematuro envejecimiento. Los socialistas son como el pasado de todos nosotros, un pasado del que guardamos mejores o peores recuerdos, pero al que en ningún caso podremos volver aunque quisiéramos. Para los que vienen detrás, más que pasado son pura historia. ¿Cómo podría, la generación del baby boom y la siguiente votar a unos señores que en el año 2000 tendrán 60 años y han gobernado ya durante 13?. A poco que duren los populares en el poder, y durarán si no hacen las cosas rematadamente mal, esta generación que triunfó tanto a comienzos de los años ochenta habrá quedado para impartir conferencias cuando se presente la ocasión de volver a las urnas. Los socialistas, llevan detrás desde hace años su propia sombra: sus caras, cada vez mas arrugadas, cada vez más apagadas, son siempre las mismas. Tal vez ha sonado para ellos la hora de preparar, sin prisas pero sin demora, una jubilación anticipada de las primeras filas del escenario y abrir la vía para que otra gente, con 30, todo lo más con 40 años, salte a la palestra. Es duro tener a los 55 años de edad todo el futuro a la espalda, pero tampoco es tan habitual haber triunfado tanto a los 40 recién cumplidos. Vaya lo uno por lo otro.

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