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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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El 'Libro de estilo' y los lectores

Juan Arias

Hay quien se ha sorprendido de que el Libro de estilo de EL PAÍS, en su undécima edición, figure entre los diez libros de no ficción más vendidos. La primera edición de este "código interno de la Redacción" apareció ya en 1977, al año siguiente a la salida de EL PAÍS. Y enseguida, un libro que era más bien un código interno de la Redacción para unificar criterios lingüísticos y éticos de los informadores, atrajo la atención también de los lectores. Sólo así se explica que la media de sus ediciones haya superado la de una cada dos años.Es cierto que la supervivencia misma del Libro de estilo se debe en gran parte al uso que de él hacen los lectores. Sin ellos, sin el interés que por esa obra manifiestan los seguidores del diario, quizá no hubiera tenido tanta fuerza.

Para ser justos, hay que reconocer que el Libro de estilo, como toda constitución o regla, supone una especie de corsé para quienes tienen que ponerla en práctica. No siempre es agradable para un periodista o escritor tener que atenerse a ciertas reglas muy concretas a la hora de escribir. O estar atento para no caer bajo los rayos de unas normas muy severas en lo que se refiere a ciertos principios éticos a la hora de informar, como por ejemplo el consejo-deber de que un entrevistado pueda revisar el texto de sus palabras antes de que sea publicado, el no poder mezclar información con opinión o el tener que chequear dos veces la veracidad de una noticia.

El Departamento del Defensor del Lector es el encargado de vigilar para que se cumplan las normas del Libro de estilo. Pero, si no fuera por la presión que sobre los mismos periodistas ejercitan los lectores, la fidelidad a dichas normas es posible que se hubiera relajado ya.

Soy testigo personal, como Defensor del Lector, de la puntualidad con que los lectores, a la hora de presentar una queja, citan el capítulo y párrafo del Libro de estilo. Señal inequívoca de que nuestros lectores lo leen y lo consultan. En algunos casos los lectores lo querrían hasta más severo. No entienden, por ejemplo, por qué los llamados "colaboradores" u "opinionistas" deban quedar fuera de dichas normas. En realidad también ellos están llamados a tenerlas en consideración, aunque evidentemente se trata de unas reglas de "obligado cumplimiento" sólo para los redactores del diario. Ya Juan Luis Cebrián, primer director fundador de EL PAÍS, en el prólogo a la segunda edición de la obra, escribía que "se recomienda a los colaboradores que no desprecien las normas en él establecidas".

Sobre todo si se trata de normas éticas, es evidente que también un "opinionista" debe respetarlas. Si un redactor de EL PAÍS no puede usar expresiones que puedan ser ofensivas para un colectivo entero como "me hizo una judiada", es evidente que tampoco un colaborador externo debería hacerlo. Lo ha reconocido así, humildemente, nuestro admirado Tíbor Reves (Peko) con su sabroso crucigrama diario, que fue, precisamente, uno de los que colaboraron personalmente en la redacción del Libro de estilo. Un lector, Alphonse Arcelin, un médico catalán, se quejó al Defensor del Lector de que Peko use a veces la expresión "merienda de negros", considerando que se trata de una de esas expresiones ofensivas para una comunidad que EL PAÍS prohíbe usar. "Nunca he querido, tanto por mis convicciones personales como por ética", responde Peko, "ofender la susceptibilidad de nadie. Por tanto, prometo que esa definición "merienda de negros" no volverá a aparecer en mis escritos".

En el prólogo a esta undécima edición, el actual director de EL PAÍS, Jesús Ceberio, recuerda atinadamente que "el compromiso de información de un periódico se sustenta en el respeto a sus lectores", y que "sólo haciendo explícitos los principios que animan la labor de la Redacción el público tendrá elementos para juzgar una tarea cotidiana compleja y siempre delicada".

Sus palabras evocan las que su antecesor Joaquín Estefanía había escrito prologando en 1990 la tercera edición: "Desde que se fundó, en EL PAÍS se ha considerado que son los lectores los propietarios últimos de la información, y los periodistas tan sólo los mediadores entre aquéllos y ésta", escribía Estefanía.

Y ya desde el principio Juan Luis Cebrián había llamado a los externos al periódico a colaborar con nosotros para eliminar errores y mejorar el periódico: "No sólo rechazamos, sino que anhelamos vivamente la colaboración de cuantos en este terreno quieran ayudarnos", escribió Cebrián en el prólogo a la segunda edición. De hecho, tanto Jesús de la Serna como Alex Grijelmo, que tanta parte han tenido en la creación del Libro de estilo, saben que ha habido no pocas aportaciones de los mismos lectores para mejorar o corregir incluso algunas cosas del mismo. En esta nueva edición, sin ir más allá, se ha corregido la escritura de la ciudad de Sydney, que en las ediciones anteriores aparecía, erróneamente, como Sidney.

Y en la próxima edición deberemos corregir un error que aparece al final de la referencia a la palabra Guayana cuando se habla de la "Guyana francesa", ya que en realidad se trata de la "Guayana francesa", que continúa siendo un departamento francés de ultramar. Fue la "Guayana británica", como nos recuerda el lector Enrique Cormenzana, la que, al independizarse, se convirtió en "Guyana", mientras que la francesa sigue llamándose aún hoy "Guayana" y no "Guyana" como puede comprobarse en el Espasa Calpe, por ejemplo.

Foto de Pablo Llorens

A propósito de normas quebrantadas del Libro de estilo, quiero recordar que la foto publicada el 7 de abril en la página 18 de El País Semanal, para ilustrar la VI Semana de Cine Experimental de Madrid, era de Pablo Llorens y no de Agustí Torres como apareció en el Semanal. Nos lo escribía Santiago Lorenzo, Productor de Caracol, col, col. "Creo recordar que había pegado el nombre del director y del fotógrafo en el reverso del positivo", escribe, "pero, aun en caso contrario, tampoco parece muy legítimo no dejar en blanco, cuando menos, el margen de la ilustración". Sin duda. Además, el productor recordaba bien, porque, controlada por el Defensor del Lector, la foto estaba firmada en su reverso por Pablo Llorens. ¿Cómo apareció firmada por Agustí Torres? En la Redacción de El País Semanal confirman que se ha tratado de un lamentable descuido". Ocurrió que llegaron diversas fotos para ilustrar el artículo. Una de ellas debía de ser de Agustí Torres, y al decidirse por la de Pablo Llorens se quedó la firma del otro fotograma. Mal. Pero se trató sólo de descuido, no de un intento de querer favorecer a otro profesional.

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