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FINAL DEL CAMPEONATO DE EUROPA SUB 21

La hora amarga de Iván y Raúl

Italia, que acabó con nueve jugadores, se impone a España en la tanda de penaltis

José Sámano

La burla del destino: Iván de la Peña y Raúl, líderes de una gran generación de futbolistas, salieron trasquilados de la tanda de penaltis. Fallaron sus lanzamientos, Italia ganó y la vida sigue igual: los italianos, siempre a flote. Es una historia tan vieja como el fútbol. Con todas las alarmas encendidas, con el piloto en rojo, sin fútbol, en medio de un barullo considerable, Italia sobrevivió a- un partido feo, desagradable, desleal, sembrado de faltas, con dos expulsados en sus filas. Un partido que habría perdido cualquier equipo. Ellos, no. Ellos, que ayer devolvieron a la memoria el fútbol canalla del viejo Estudiantes de la Plata, se exprimen hasta encontrar petróleo. Son supervivientes. Son italianos. No vale la pena buscar más explicaciones.Inicialmente, España se cambió el traje de luces por el mono polvoriento y acabó de rodillas ante un equipo italiano cuya gran virtud fue no traicionarse a sí mismo. Decir España es decir Javier Clemente, que trucó el hermoso perfil exhibido en ocasiones anteriores por los sub-21 españoles. En la gran final, a la hora de la verdad, el seleccionador apostó por un grupo más metalizado, una fuerza de choque que contrarrestara el fútbol de ceño fruncido de Italia. Y todo salió mal durante un trecho larguísimo, todo un primer tiempo. Porque la selección, lejos de exponer sus armas, para bien o para mal son las que tiene, quiso fotocopiar al enemigo. Fue un ejercicio de alta traición.

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Genética y destino

Del equipo coqueto de la se mifinal España pasó a un grupo más empastelado. Prescindió de Oscar -uno de los grandes de la semifinal, ha marcado seis goles en el torneo- y de Karanka -un defensa de criterio con la pelota-. Sin el azulgrana, tiró a Idialcez sobre la banda derecha y pasó a Roberto al medio centro, junto a otro jugador de corte de fensivo como José Ignacio. Como resultado: más dinamita -cuatro defensas y cinco centrocampistas- y menos fútbol de salón. Ironías del destino: en un error de Corino estuvo a punto de marcar Brambilla -el mejor italiano- y poco después Idiálcez metió mal el pie y marcó en su portería.

Con el partido empinado, con Italia cuesta abajo, a la media hora Clemente ordenó calentar a Oscar y De Pedro. España se estaba autoinmolando. Con De la Peña ahogado, sin una rendija para maniobrar, tanto por la ubicación de José Ignacio y Roberto a su orilla como por el estrecho marcaje de Tommasi, España fermentó el mejor partido soñado por los italianos. Estos, con sus pinturas de guerra, a golpe de tam tam en cada disputa. Deseando que el rival fuera al choque, entrara en su terreno, en las trincheras. Y justo fue lo que hizo España, estrangulada por falta de sus mejores atributos: la habilidad, la velocidad, el desparpajo, la imaginación. Sin un rival que hiciera cosquillas y con un gol en el saco, Italia dio un tono fúnebre a la contienda. Con maestría, exprimiendo su mejor catecismo, forró el choque de nervios. Una patadita, un empujón, una colleja, gestos despectivos, una tangana, otra tangana. Pero Italia tuvo un error de cálculo y se quedó con diez. Una bendición para España: rectificó Clemente y en Montjuic se hizo la luz.

Raúl, en un gol dibujado con letras góticas, encendió la primera vela. Con un toque destornillado, preciso y sutil anotó su octavo tanto en el campeonato. Con óscar y De Pedro -ironías, se fueron José Ignacio e Idiakez- la selección se convirtió en un equipo más fresco. Lardín, por la derecha, y De Pedro, por la izquierda, pusieron más criterio. De la Peña encontró aire y Oscar, en la media punta, enganchó con Raúl. Porque entre los buenos futbolistas siempre hay, química. Y porque este equipo está repleto de futbolistas de terciopelo. Aún juegan porque se divierten y cuanto más disfrutan mejor juegan. Guste o no esa es su ecuación.

Todo empezó a tener más sentido. Por encima del resultado final, España era España. Por fin, su juego era reconocible. Los italianos ya estaban incómodos. Cierto que sólo tenían diez jugadores, pero a su alrededor había un baile de moscas, un racimo de jugadores patialegres. Italia sostuvo las embestidas a base de oficio, de la gran entereza que ha distinguido durante generaciones a los italianos. Miren la defensa: cuatro titulares indiscutibles del Milan (Panucci), Inter (Fresi), Parma (Cannavaro) y Lazio (Nesta). Quizá la mejor escuela defensiva del mundo. No conceden un gramo de césped, bajan la persiana como pocos. Pese a todo sufrieron en más de una ocasión. Los movimientos diagonales, felinos, de Raúl, agrietaron la muralla y Oscar, por dos veces, y Lardín, estuvieron al borde del gol. Todo el grupo español se llenó de buenas intenciones. Desde la equívoca expulsión de Amoruso -un error del árbitro, que se confundió de agresor en la jugada-, Italia había cerrado el partido, se había cobijado junto a su área y supeditado su porvener a los dioses, que estuvieron de su parte. Como casi siempre.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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