Noche de gloria
La plantilla del Atlético celebró hasta el amanecer el primer título de Liga de su carrera
La noche fue larga y nada austera. Y no era para menos después de 19 años de espera. El Atlético celebró por todo lo alto su noveno título de Liga, que era el primero para cada uno de los protagonistas de la historia. Ni el presidente, ni el entrenador, ni ninguno de los jugadores del actual equipo rojiblanco habían probado jamás el sabor de una Liga española. Por la ocasión, por tanto, reforzada con un vieja cuenta pendiente (lo apretado de la competición les había impedido festejar la Copa del Rey, también conquistada), mereció la pena tomar Madrid al abordaje.Tras la obligada visita a Neptuno, el santuario sagrado del colchonerismo moderno, el club en pleno (propietarios, directivos, cuerpo técnico, futbolistas, empleados, y las familias de todos ellos) tuvo la osadía de reunirse en campo contrario: la cena casi multitudinaria (cerca de 400 personas) con la que el Atlético quiso brindar por el título se celebró en el Asador Donostiarra, propiedad de un madridista acérrimo y donde el Madrid suele acudir para conmemorar sus fechas más señaladas. El dueño del restaurante se arrepintió después, a buen seguro, de haber dado de comer al enemigo.
Porque lo que empezó en modélica armonía acabó en cariñosa batalla campal. Todo transcurrió con normalidad durante las primera s dos horas: Gil y Antic en la mesa presidencial, con sus respectivas familias; a su derecha los jugadores y sus mujeres; de frente, el médico, el cuerpo técnico, Simeone y unos amigos argentinos; a la izquierda, la plantilla de empleados; al fondo, algunos aficionados ilustres; en otros salones del restaurante, amigos y familiares de los jugadores; en la barra, unos cuantos periodistas, y haciendo eslálones a gran velocidad, un equipo de camareros desesperados. Todo, bajo la atenta mrada de la nube de guardaespaldas de Gil. El local estaba abarrotado, pero no había problemas.
Hasta que la bebida empezó a surtir su efecto. Poco después de que Penev y su esposa abandonaran la reunión, Kiko cogió un micrófono y calentó la cena a golpe de humor gaditano. Luego, habló Miguel Ángel Gil, el director general, para agradecer los éxitos. Después, las palabras de Antic: "Hay días de la vida por los que merece la pena nacer. Uno de ellos, es hoy". Y más tarde llegó el interminable discurso de Gil padre.
Las gracias de Gil
Gil confesó: "No se si estoy en el cielo o en la tierra" y después comenzó a ironizar contra los jugadores: "Indocumentados, no sabéis lo que habéis hecho. Vuestras compañeras, que son más inteligentes que vosotros, ya os lo contarán. Tenéis unas mujeres que nos os merecéis, porque sois de un rarito... ". El dueño del Atlético se prolongó, y aunque fue incluyendo sin demasiado éxito algún que otro golpe jocoso ("pero si hay un calvo; creí que era Iván de la Peña y resulta que es Molina"), fue perdiendo la atención del personal. Así que sin poder evitar algunos gallos en la voz y tras llamar la atención a los distraídos ("¡Biaggini, joder, que estás colocao!"), decidió concluir: "Os quiero tanto, que viva la madre que os parió". Antic, que permaneció respetuosamente de pie durante todo el discurso, respiró tranquilo.Llegó el momento de partir la tarta de campeones. Y de brindar con champaña (el local obsequió a cada jugador con una gigantesca botella nominativa). 0 sea, llegó la guerra. Empezaron Solozábal y Kiko: cogieron sus botellas, las ¡agitaron, y bañaron al personal. El champaña voló de una mesa a otra. Y luego el vino que sobraba. Y el agua. Y los sorbetes de limón. Y trozos de tarta. Y una tarta entera. Y servilletas. Y vasos. Todo el mundo acabó empapado. Sobre todo, el maitre, madridista como el dueño, y los camareros, que trataban en vano de poner orden al grito de "modérense, por favor".
Conseguida la tregua, y tras mudarse convenientemente de ropa, los jugadores acudieron a una céntrica discoteca madrileña a prolongar la fiesta. Allí acudieron todos, menos Caminero, Molina, Pantic y Penev. No fue Antic, pero sí sus hijos. Y no fue Gil padre, pero sí el hijo. La mayoría bailó, como Toni, Roberto, Kiko, Solozábal, Ricardo, Tomás, Biaggini, Santi, Geli... Simeone prefirió sentarse a leer el periódico en el centro de la pista. Probablemente para no dejar muy lejos a su mujer, Carolina, de muy buen ver, que sí bailaba. ¡Y de qué manera! Vizcaíno, menos danzarín que sus compañeros, observaba todo desde el tercer piso. Y así, al ritmo de una ensordecedora música moderna, la fiesta se fue consumiendo.
De regreso a casa, ya con luz del día, algunos pudieron comprobar cómo Neptuno conservaba en su tridente la bufanda y la Copa de cartón que le había colgado a primera hora de la noche Vizcaíno. Madrid seguía vestida de rojiblanco. 19 años después.
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