Cruyff, una figura inmensa
La gran cultura de fútbol está hecha de barrio, sentimiento y tradición. Toda expresión auténtica termina siendo una pertenencia colectiva que moviliza emociones misteriosas y profundas que a los fríos empresarios les cuesta detectar. Así es que la empresa, con mucho sentido común y poco sentido histórico, desalojó con impaciencia el banco del Barcelona dos partidos antes del final del campeonato para impedir el agradecimiento de la gente al entrenador que más satisfacciones les regaló. Quienes somos partidarios de la memoria tenemos dificultades para entender esa falta de grandeza y la necesidad de compensarla con una apresurada nostalgia a la figura inmensa de Johan Cruyff.Después de ocho años de manifiesta incompatibilidad de caracteres la relación hizo estrago. Odian al indomable, al caprichoso, al provocador, y lo odian tanto que se olvidaron de lo que logró y lo que representa. Como también le tienen miedo esperaron a que se cumplieran dos años sin ganar nada para asestarle el golpe que creían definitivo. Hace tiempo que Cruyff y la directiva empezaron una descarnada lucha por el poder; en realidad lo echaron para enseñarle quién manda, pero la decisión les salió por la culata y de pronto aprendieron que en el fútbol manda quien se sabe ganar el corazón de la gente.
Ahora dejaron al barcelonismo con una sensación de orfandad y hasta parece que la gran personalidad de Johan fuese la única depositaria del orgullo, el coraje y la autoestima de un club tan pero tan grande que es más que un club. De esa fragilidad sólo se sale ganando y ganar es mucho más difícil cuando resulta obligatorio.
Cruyff se va armado hasta los dientes por las estadísticas (sus números son los mejores de la historia del Barcelona) por las opiniones (su equipo logró hacer un fútbol incomparable) y por los sentimientos (la afición lo ama o lo odia como sólo se hace con los grandes ídolos). Si era duro vivir a su lado mucho más será aguantar a su fantasma.
El mejor Barcelona de Cruyff convertía un córner en una cesión a su propio arquero; lo sacaban en corto y tocando la pelota hacia atrás encontraban a Zubizarreta para volver a empezar. En medio de la consagración de la seriedad aquel equipo se divertía jugando y el talento de sus grandes figuras encontraba las condiciones para hacer eficaz el buen gusto. Tocaban con criterio, ritmo y gracia, de modo que perder el partido era sólo parte del problema, el problema entero era que te bailaban. El fútbol estaba de su lado y a lo mejor fue por eso que en aquellas tres figas que se decidieron tirando el balón al aire como una moneda, el balón siempre les salió cara.
La vida sigue. Esta semana el Atlético cabeceó la última falta que le quedaba. Luego nos resignaremos a ver un europeo sin Baggio, Cantona, Ginola y algún talentoso más que tenga la osadía de jugar bien. A la vuelta es posible que la onda expansiva de la guerra azulgrana haya terminado: pasando de moda cuando deje de vender. Se va Cruyff, un obstáculo menos para el progreso de la mediocridad.
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