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Tribuna:SAN ISIDRO 96
Tribuna
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¡El toro no sufre!

Tenemos una noticia bomba, de capital interés tanto para aficionados como para detractores de la fiesta brava: ¡el toro no sufre!Al menos ésta es la conclusión de las investigaciones más recientes de Walter Johnston, un ingeniero inglés jubilado, ex presidente del Club Taurino de Londres y estudioso infatigable del toreo desde que vio su primera corrida, hace más de 40 años.

"Puesto que voy a tratar el tema en un libro de próxima aparición, no puedo revelar muchos detalles", nos dijo Walter, que está aquí para la Feria de San Isidro. "Pero en principio es muy sencillo. Cualquier persona que haya sufrido una herida importante sabe que la sensación inicial es de insensibilidad, y que el dolor no aparece hasta media hora después. Para entonces el toro ya está muerto. Mi libro detalla las razones médicas y fisiológicas de este fenómeno. Los protectores de animales están totalmente equivocados".

Donde Walter sí quiere aliviar el sufrimiento inútil es en la suerte de varas, y su libro propondrá unas medidas concretas para proteger a los caballos. También aporta sugerencias para erradicar la manipulación fraudulenta de las astas. "No me considero un deus ex machina que aparece para resolver todos los males de la fiesta", afirma. "Tan sólo propongo unas medidas, que corresponde a otros implantar, para devolver a la corrida su gloria perdida".

No es ésta la primera vez que Walter sorprende al mundo taurino con sus descubrimientos. Ya en los años sesenta la principal revista especializada, El Ruedo, dio amplio espacio a su teoría El anti-cono de la inmunidad, que Walter elaboró tras largas investigaciones científicas.

En resumen, afirmaba que la peculiar posición de los ojos del toro, más bien laterales en la cabeza -en contraste con los seres humanos, que los tenemos en la frente- condiciona muchos aspectos de la lidia: el toro no puede ver con claridad casi nada de lo que hay justo delante de él, en una zona de forma cónica, cuyo vértice está a unos 300 centímetros de la cabeza. Esto explicaría el truco del torero que se arrodilla frente al toro: el bicho no le puede ver, el hombre es inmune al peligro.

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