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Un fajador nato en el sector energético

Fallece en Madrid Luis Magaña, presidente de la petrolera Cepsa y de la eléctrica Fecsa

Miguel Ángel Noceda

"Estoy ilusionado, después de la enfermedad y todo el lío, ahora me encuentro con ganas". Luis Magaña relataba a este periódico en voz baja por los pasillos del Palacio de Congresos Municipal de Madrid, cogiendo por el brazo al periodista en actitud paternal, sus impresiones tras haber sido nombrado presidente de la Compañía Española de Petróleos (Cepsa) en sustitución de Alfonso Escámez. Era el 27 de marzo de este año, el día en que la empresa celebraba su junta general de accionistas. Un mes y dos días después, Luis Magaña fallecía en Madrid. El sábado pasado le sobrevino un infarto que agravó el cáncer de pulmón que intentaba superar desde hace más de un año y por el qué recibió un tratamiento intensivo en Houston (Estados Unidos). Había recuperado el ánimo y el aspecto. Esa mañana iba a acudir a la boda de la hija de Eugenio Marín, ex consejero-delegado de CEPSA y estrecho colaborador suyo. A las 7.15 horas de ayer moría en una clínica madrileña.Luis Magaña Martínez (Valencia, 58 años, casado, tres hijos) era un clásico en el sector energético español. Ingeniero de Minas, comenzó su carrera profesional en 1964 ligado al, sector público en las desaparecidas empresas Repesa (cuya marca de lubricantes Repsol es hoy el nombre del grupo petrolero más importante del país y principal competidor de Cepsa) y Enpetrol (Empresa Nacional de Petróleo). En 1975 fue nombrado director general de la Energía, cargo del que pasó a comisario general de la Energía (entonces se llamaba así la Secretaría General de la Energía). Solía contar Magaña que, cuando ocupaba ese puesto, uno de sus hijos le preguntó, con la espontaneidad de un niño, que cuántos policías tenía a su cargo. Tuvo que arreglárselas para explicarle que él era otro tipo de comisario y no como los que salían en las películas.

En efecto, lo que dependía de él eran las líneas directrices de la política energética de este país durante la transición. De la eléctrica, de la petrolera y de la minera. Las tres cosas al unísono, aunque tal vez lo más destacado fuera el programa nuclear, del que Magaña fue uno de los principales impulsores. Dejó los cargos públicos cuando UCD perdió el poder. "Nunca colaboraré con los socialistas", dijo al salir del Ministerio de Industria a principios de 1983. Después, pasaría a ocupar la vicepresidencia de CEPSA como primer ejecutivo de Alfonso Escámez, que ya entonces era el presidente. A Magaña los socialistas le habían reprochado que era el autor de los "desmanes inversores" del sector eléctrico por haber propuesto la proliferación de centra les nucleares. Él siempre contestó que la planificación nuclear se hizo en mitad de las dos crisis del petróleo (entre 1973 y 1979) y que el país necesitaba diversificar fuentes energéticas ya que, entonces, preveía, equivocadamente, un crecimiento espectacular de la demanda. Los socialistas paralizaron cinco centrales que se habían comenzado a construir y varias programadas. A pesar de ello, la energía nuclear supera hoy el 35% del total. El PSOE, con esa medida, iniciaba el saneamiento del sector eléctrico. Pero no lo nacionalizó, como muchos, entre ellos Magaña,- pensaron. Sólo la red de alta tensión y, además, con participación de todas las eléctricas.

La animadversión a los socialistas no sería, luego, así. Tenía un sentido demasiado práctico como para cumplir aquella vana promesa. Y se comprobó que no sería así cuando en 1987 asumió (se vio obligado a asumir) la presidencia de Fuerzas Eléctricas de Cataluña (Fecsa), compañía que había explotado en las faldas al Gobierno socialista por culpa de unas inversiones mastodónticas, mal pensadas y peor dirigidas de la compañía catalana. Se repitió la historia cuando la empresa pública ENDESA fue adquiriendo paquetes de Fecsa hasta controlar el 50%. Magaña pasó a depender, de hecho, del grupo público, aunque con libertad. Es más, Magaña se convirtió con el tiempo en uno de los principales consejeros de Feliciano Fuster, el septuagenario presidente del grupo público.

La crisis de Fecsa afectó directamente al sistema financiero, que se encontró con una deuda superior a los 600.000 millones de pesetas en la eléctrica. Alfonso Escámez, a la sazón presidente del Banco Central, una de las entidades más involucradas en la deuda y en el capital de la eléctrica, le encomendó, con el beneplácito del resto de la banca, la recuperación de Fecsa. Y Magaña se tuvo que trasladar a Barcelona, aunque no quiso mudarse de su despacho en la petrolera. Compartió las dos empresas. Se hizo un habitante mixto de Madrid (los fines de semana y, al principio, no todos) y la capital catalana (entre semana). No tardó en sentar y convencer -en reuniones maratonianas en España y en el extranjero- a los más de 100 bancos acreedores de todas las nacionalidades y convencerles de que el plan de la eléctrica era bueno. "O esto o nada", vino a decir cuando propuso cuantiosas quitas y las ayudas del resto del sector, que se re partió con la banca la compañía

En esas negociaciones, al igual que en la larga junta de accionistas en la que se aprobó el plan, demostró sus condiciones de fajador nato. Fumador empedernido, el paso del tiempo no era problema si por medio había un importante acuerdo. Astuto y difícilmente domable, se convirtió, casi sin quererlo, en el abanderado del sector eléctrico, el paradigina del pragmatismo entre la sangre azul de muchas de las eléctricas privadas y la roja de las públicas. Y es que se dejaba que rer. Fue el principal interlocutor de las eléctricas con Industria e intimó con Fernando Maravall, secretario de la Energía, al que se llevaría a Cepsa años después.

Magaña, que había llegado a Fecsa como prestado eventualmente, experimentó un profundo cambio de opinión y no tardó en convertirse en militante de esta empresa e, incluso, de Cataluña. El caso es que se ganó a la gente -"y la gente me ganó a mí"- y, en seguida, hizo equipo (los Zaforteza, actual vicepresidente ejecutivo, Ruano, Barrabés, más tarde Suñol, y compañía). El previsto relevo, que él mismo había anunciado cuando se fue "para ocho meses", no se produjo nunca. Al contrario, se zafó de los que querían que volviera a Madrid y caló tan hondo que recibió la Cruz de Sant Jordi (reconocida como la máxima condecoración catalana). Jordi Pujol y la sociedad catalana le adoptaron como el salvador de una de las principales empresas del Principat. Y eso es mucho.

Magaña compartió desde entonces la presidencia de FECSA con la vicepresidencia ejecutiva de CEPSA, desde la que tendió los puentes para la entrada del grupo árabe IPIC, de Abu Dabi, y del francés de Elf Aquitaine. Tenía, y lo reconocía muy confidencialmente, la promesa de ser el presidente de la petrolera cuando se retirara Escámez. El problema fue que el veterano banquero alargó su permanencia en la presidencia hasta cumplidos los 80 años (los cumplió el pasado 1 de enero) tras abandonar antes de lo previsto el Banco Central Hispano (BCH), del que fue el primer presidente tras la fusión de los dos bancos.

Magaña era uno de los hombres de confianza de Escámez. Formaba parte del círculo de asesores áulicos, junto a Femando Abril Martorell: Carlos Pérez de Bricio (actual vicepresidente de Cepsa, que ayer se encontraba en China), Luis Blázquez, Antón Durán, José Luis Cerón... Ese grupo que, en las juntas del Central, se diseminaba por la primera fila del auditorio.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Noceda
Corresponsal económico de EL PAÍS, en el que cumple ya 32 años y fue redactor-jefe de Economía durante 13. Es autor de los libros Radiografía del Empresariado Español y La Economía de la Democracia, este junto a los exministros Solchaga, Solbes y De Guindos. Recibió el premio de Periodismo Económico de la Asociación de Periodistas Europeos.

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