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Cojones

Está saliendo estos días en televisión un anuncio que me produce especial repugnancia y que, si yo fuera hombre, habría puesto ya el grito en el cielo y pedido su retirada de pantalla a las autoridades competentes. Es más, estoy dispuesta a poner el grito donde sea, aunque voy bien balanceada de hormonas. Me refiero a esa joya estética en la que una voz en off dice que "para ponerse delante de un, toro sólo se necesita...", mientras la cámara recorre lentamente las caderas de un torero recreándose en los genitales, en su versión tortilla de dos huevos aplastados verticalmente por la taleguilla. La sutil alusión pronto desemboca en sorpresa: "...el Cossío" termina el locutor. Pese a este final culto, la impresión que permanece en el ánimo del telespectador no es otra que la de un par de cojones, sin duda lo que los publicitarios deseaban para llamarnos convenientemente la atención. A fe mía que lo han conseguido, aunque es una miserable forma de vender.Tener un par suele ser, entre nosotros -e internacionalmente, me temo-, una especie de doctorado en virilidad por la Universidad de Capullos a Distancia, un elogio que, en ocasiones excepcionales, se nos adjudica incluso a las mujeres: que te digan que los tienes bien puestos es como alcanzar el cum laude, de la aceptación masculina.

Si tanto esfuerzo nos cuesta respetar los mínimos rudimentos del lenguaje políticamente correcto, entonces propongo que usemos la dichosa definición en su más estricta aplicación. Ejemplos: Israel bombardeó una base de . refugiados de Líbano con un par de cojones, la policía cargó con un par de cojones contra medio millar de personas que trataban de impedir un desahucio, y el jefe del Ejército de Paraguay, con un par de cojones, se sublevó tras ser destituido.

Con un par.

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