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Al Barça le explota el corazón

El Bayern Munich gana en el Camp Nou ante un equipo azulgrana desfondado

Ramon Besa

Ni Zaragoza, ni París, ni siquiera Burdeos. Ni la Copa, ni la Liga Europea de baloncesto, ni la UEFA y, a este paso, será difícil alcanzar la Liga. Es presa el Barca de la dinámica de las malas noticias. Va de entierro en entierro y, como diría Antoni Bassas, se queda a diario a un pam de la gloria. Y con un palmo de narices. Justo cuando tintinean los trofeos, ha cedido un equipo que forjó toda una leyenda sobre su espíritu de resistencia. Va cayéndose a trozos. Decapitado en la Romareda, anoche le explotó el corazón. Ya sólo le quedan valores intangibles como las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad frente a la adversidad. Por no tener ya no tiene ni el refugio del hogar. El Bayern le echó de Europa desde el Camp Nou. Le despojó del carácter sedentario que le permitió sobrevivir a la desgracia y al hostigamiento. Los números fueron crueles: perdió el primer partido en el estadio y la imbatibilidad continental. Puestos a mirar sólo el marcador, cuando ese grupo pierde no tiene defensa. A Cruyff le dejaron tirado dos de los suyos: Busi, que dobló las manos en el primer gol, y Kodro, la expresión de la negación del gol.La puesta en escena del choque dejó a la hinchada con la boca abierta, el índice contando futbolistas y la mosca tras la oreja. Sobre el campo había mucho futbolista irreconocible en el Bayern y demasiado clacisismo en el Barça. A Hagi le aparcaron en la grada después de jurar que estaba curado. Prefirió Cruyff repartir a Figo, Jordi y Kodro en campo ajeno; meter a Popescu de medio centro; bajar a Bakero de volante de enganche; dejar a Amor como interior derecho; y pintar atrás una línea de tres zagueros que se convertía de cuatro cuando Sergi doblabla a Nadal y Roger pasaba a hacer la cobertura del flanco izquierdo.

Era un colectivo previsible y mediocre. Privado de la jerarquía de Guardiola, de la profundidad de Celades y de los fogonazos de Hagi, el grupo se movió de forma mecanizada ante un rival plagado de anónimos. Le faltó al Barça una salida limpia desde su campo, un manejo cuidadoso del balón, más fluidez y precisión. El cuero no corría sino que botaba. El equipo no transmitió nunca a la grada esa sensación que augura una noche feliz.

La falta de clima futbolístico reanimó al Bayern. Rehhagel prescindió de los que murmuraraban a sus espaldas, y dejó en el banco a Papin, Herzog y, aquejado de ciertas dolencias musculares, al capitán Matthaus. Salvo Klinsmann, no tenía el equipo signos de distinción.

Quedó parado así un duelo especulativo y de mucha paciencia. Nadie adivinaba cómo se negociaría un partido que, por el bando azulgrana, se querría acabado antes de empezarlo mientras que por el alemán -acostumbrado a ganar siempre fuera- no había prisa en consumirlo. No renunció el Barça al mando. Presionó, redujo el campo y llegó en dos buenas contras de Figo y Jordi que Kodro mandó al carajo. Hubo poco más. El juego fue atropellado y el marcador quedó a expensas de la basura: cualquier pérdida de balón podía ser una ocasión. Y de ahí salió beneficiado el Bayern. Un ataque de Figo desencadenó el gol de Babbel.

El partido quedó a gusto del grupo alemán y muy mal encarado para el Barça. Tuvo que dar la cara en ataque el grupo azulgrana y el Bayern buscó su espalda en cada salida. Klinsmann dispuso de dos remates francos en el arranque del segundo tiempo y Bakero desperdició una asistencia preciosa de Figo. Le faltaba al Barcelona toque ante el balonazo y llegada frente a la carrera: costaba y costaba transportar el cuero. El partido quedó enredado en el escenario preferido de los alemanes: un cuerpo a cuerpo que primó el poderío físico y el juego de la constancia por encima del fútbol inteligente.

Tardó Cruyff en romper el guión del partido y poner a sus elementos desestabilizadores. Primero probó con Cuéllar, luego con Lo Pelat -dos jugadores que son capaces por si sólos de desmontar un equipo y un encuentro-, y, al final, recurrió a Abelardo como falso ariete, un recurso que confirmó la gravedad de la situación azulgrana. Llegado el último tramo, el grupo se encontró en el purgatorio: no había otra salida que caerse con el lodo al infierno o alcanzar, levitando, el cielo. Y el desenlace fue brutal: Figo zarandeó a todo el costado izquierdo de la defensa alemana hasta que remató a las piernas de Kreuzer, y el balón salió despedido para el galope de Witeczeck. Fue el 0-2.

Dos estupideces arruinaron el buen partido de Figo: a falta de toque, se vivió del regate y des borde del portugués. Los goles fueron calcados: a la mejor opción azulgrana siguió el tanto bávaro. Siempre fue así con los alemanes. Jamás perdonaron a nadie. El gol a la desesperada de Iván sólo sirvió para alargar el sufrimiento. Muy típico de este grupo, de este Barça, un equipo mal querido por mal parido: se quedó extenuado, con sólo dos extranjeros en el campo, víctima de su impotencia, del remate fallido de Kodro, y de un esfuerzo inútil.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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