El hombre que sufría demasiado
"Es un sufridor", dicen muchos futbolistas que convivieron con él. Si es cierto que en algún lugar del alma humana acaban juntándose las líneas del placer y del dolor, allí habita Arsenio Iglesias desde el día que decidió sentarse en un banquillo. Ya en su época de futbolista mascaba las derrotas metiéndose en cama dos días enteros. Como entrenador conoció hasta la amargura de perder una Liga en el último minuto y de penalti. Pero detrás del gesto atormentado que no logra disimular durante los partidos, se esconde una pasión fatal por el juego de la pelota.Aunque sus trabajos lejos de Galicia los viviese siempre como un destierro, tampoco esta vez supo resistir la seducción del fútbol y de un equipo de la estatura histórica del Real Madrid. Entrenar por unos meses al club blanco fue una especie de premio Final, de un lujo que podía permitirse sin que nadie se lo fuese a reprochar. Al fin y al cabo tampoco se le exigía nada imposible: clasificarse para la UEFA y plantar cara a la Juventus con dignidad. Además, Arsenio confiaba en un equipo que, según su diagnóstico, se había despeñado víctima de la mala fortuna en los momentos clave y también de algunos problemas defensivos.
Pero el vértigo que produce Madrid en la gente de la periferia le está matando el alma. Su gesto comenzó a avinagrarse tras la derrota en el Camp Nou. Hace ya más de un mes que encontró -precisamente en su tierra- la prueba de que: esta vez el destino no estaba de su parte: el Compostela le empató el partido en el tiempo de descuento y la sombra de Arsenio huyó del estadio. Sólo faltaba la Cadena de lesiones y el deprimente juego del equipo para que su viejo amigo el fatalismo le sorbiera el espíritu.
Acostumbrado a valorar la paciencia como una de las, más altas virtudes, Arsenio se ve envuelto ahora en un club instalado en el histerismo que se parece bien poco a la entidad que él siempre admiró. Aunque en La Coruña también le vinieron mal dadas muchas veces, al menos sabía que allí todo el mundo captaba sus sobreentendidos y sus respuestas surrealistas. Bastaba un arqueo de cejas y los periodistas que llevaban años peleándose con su hermetismo captaban el mensaje.
Pero Madrid es la capital del Reino, de los profesionales de la crispación y de las conjuras apenas disimuladas. A Arsenio se le ha venido encima un maremoto que nunca pudo imaginar. Aunque le retenga su fidelidad a la palabra dada, seguro que cambiaría el mundo entero por un chato de vino en Arteixo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.