Don Francisco, el de los toros
España es diferente. En 1789, cuando los franceses se levantaban contra la monarquía, los españoles, naturalmente, celebraban una corrida de toros... para festejar la coronación de un rey. Tuvo lugar en la plaza Mayor de Madrid y actuaban tres de los mejores matadores de todos los tiempos: Costillares, Pepe-Hillo y Pedro Romero. Había supervisado la decoración de la plaza Goya, Don Francisco el de los toros, como muchos le conocían. Aprovechamos el homenaje que se le rinde este año, el 250 aniversario de su nacimiento, para evocar el toreo de su época.Goya era un aficionado de veras: hay indicios de que toreó en su juventud, y fue asistente asiduo a las corridas. Conocía personalmente a muchos matadores; y se le Atribuyen retratos de los tres ya mencionados, aunque hay expertos que cuestionan su autenticidad. La serie de grabados La Tauromaquia es muy conocida (curiosamente, trata de suertes y toreros de su juventud y de épocas históricas muy anteriores), y los toros inspiraron muchos otros cuadros al maestro aragonés.
Goya tuvo la fortuna de vivir una de las épocas más gloriosas de la fiesta nacional. Tras sus principios balbuceantes a pincipios del siglo XVIII -como sucesor del rejoneo, practicado por la clase alta-, el toreo dé a pie se regulaba, en gran parte por la influencia de Joaquín Rodríguez Costillares, sevillano de nacimiento. Costillares era inteligente, estudiaba bien los morlacos e intentaba aplicarles la lidia más adecuada a sus condiciones. Antes de él la muleta se utilizaba principalmente para defenderse; Costillares "la convierte en instrumento de trasteo, dando. lugar con su iniciativa al desarrollo del verdadero toreo de muleta", según el historiador Cossío. Al contrario de lo que se ha escrito muchas veces, Costillares no inventó ni la verónica ni la estocada a volapié -en los toros casi nada se inventa- pero sí parece que perfeccionó estas dos suertes.
Costillares tiene un discípulo, José Delgado Pepe-Hillo, formado, con su maestro, en el matadero de Sevilla, un lugar nefasto y fascinante. Hillo encarna el más puro estilo sevillano de torear: mucho movimiento, muchas trampas, mucha superficialidad (mucho tiempo después, un matador criticaría este estilo: "Eso no es torear, eso es hacer títeres".) Hillo es alegre de carácter y enormemente valiente, y se gana con facilidad a los públicos más impresionables. Y a las mujeres, sobre todo de la clase alta. En un intento de racionalizar la lidia, Hillo escribe el primer tratado de tauromaquia; hay que recordar que, incluso en un espectáculo tan violento y castizo como los toros, se vivía la Ilustración.
El tercer gran maestro de la época era Pedro Romero, de Ronda, que sentó las bases de la llamada escuela rondeña de torear: era un diestro sobrio y elegante, se quedaba relativamente quieto ante los toros y laceaba con hondura. Tras su retirada, fue director de la famosa Escuela Taurina de Sevilla y, según algunos estudiosos, incluso actuó a los 75 años de edad en una corrida en Madrid para complacer a Fernando VII. Era amigo personal de Goya.
Pero volvamos a aquel festejo de 1789. Al parecer, el afán de los diestros por las salidas fáciles no es de hogaño: aquel día, tanto Costillares como Hillo trataron de no enfrentarse a los temibles toros castellanos, tenidos por mucho más duros que los andaluces. Durante la función un toro cogió a Hillo, que tuvo que retirarse, socorrido por Romero. Al volver al ruedo un cuarto de hora más tarde, Romero vio que el bicho estaba refugiado en tablas y que nadie se había atrevido a matarlo. "Armé la muleta", escribiría Romero. "Me fui derecho al toro, me presenté a una distancia regular citando, y a una de las citas; que le hice me arrancó, yo me canvié, y lo recibí a la muerte, y lo maté de una estocada". Así era Pedro Romero.
En 1801, Hillo, falto de facultades pero sobrado de orgullo, toreaba en Madrid. Había comenzado su Tauromaquia afirmando que "toda suerte en el toreo tiene sus reglas fijas que jamás faltan". Mas los toros no saben leer: uno de ellos le mató. Estuvo presente Goya y lo pintó.
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