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El Atlético comienza a sudar

Los de Antic mostraron ante el Zaragoza falta de seguridad, juego y entusiasmo

Santiago Segurola

El síndrome ha aparecido. Es la sensación de angustia y vértigo que descoloca a los equipos que arañan el éxito, más o menos lo que le ocurre al Atlético, que comienza a sudar. Después de una temporada recia, construida sobre un fervor medio religioso, el Atlético está ahora metido en dudas, con el miedo en el cuerpo, una especie de terror al vacío que se aprecia visiblemente en las últimas semanas. Ha perdido juego, seguridad y entusiasmo. Estamos ante un equipo que sufre y que se anuncia vulnerable, como sucedió frente al Zaragoza, otro que vive para leche y sopitas.Los síntomas han derivado en un diagnóstico. Las dificultades del Atlético en el Manzanares son continuas y obedecen a los mismos problemas. El equipo juega mal, ha perdido solidez y no tiene recursos para sacar los partidos. Bueno, tiene a Kiko, que es la solución a casi todas las carencias del Atlético en estos momentos. Pero fuera de Kiko, el Atlético está cada vez más plano. Apenas queda nada de aquel juego vehemente que impresionaba por su contundencia, con llegadas a saco sobre el área rival, una conquista, a sangre y fuego de los partidos.

No hubo ninguna novedad en el partido con respecto a los últimos encuentros en el Manzanares. La misma anemia en el Atlético y el mismo sufrimiento en la hinchada, que se acerca con prevención al estadio. Han pasado los días de la euforia y vienen tiempos difíciles. Con este juego, el Atlético se obliga a las dudas y a la angustia. Ni tan siquiera aprovechó el partido leal que le ofreció el Zaragoza, que jugó con la máxima generosidad de la que es capaz en estos tiempos. No se atrincheró, ni especuló, ni despreció la pelota. No jugó bien, porque el Zaragoza está en una fase de tristeza, pero su propuesta fue abierta.

El fútbol fue muy trabajoso por las dos partes. Hubo una durá pelea en el medio campo y poca presencia en las áreas. Las dos únicas llegadas del Atlético fueron protagonizadas por Caminero, que perdió dos remates sencillos ante Belman. El error fue estruendoso en su primer tiro, con la portería abierta y el gol en la garganta de los aficionados. Para un partido que venía tan tacaño de oportunidades, los fallos de Caminero resultaron decisivos.

El Zaragoza tampoco estuvo rumboso en el área de Molina. Había un plan de ganar a la defensa del Atlético con pases largos y cruzados. Lo consiguió en dos ocasiones. En, la primera, Morientes terminó mal el mano a mano con Molina. Se sacó la pelota de encima. Pero la segunda carrera fue gol. Aragón, que fue el jugador con más claridad, corrió la pelota hacia Morientes, que esta vez batió a Molina con un tiro cruzado. A estas alturas del partido, el Atlético ya estaba desinflado. No tenía la pelota y no encontraba a sus mejores jugadores. Pantic se escurrió del partido, Caminero no hizo valer su poder en las llegadas y Penev volvía a dimitir.

La única referencia era Kiko, como siempre. Sin realizar un partido deslumbrante, cada una de sus intervenciones tuvo un aire diferente, el guiño que convierte una jugada normal en otra incontrolable. Con Kiko se salió de la ordinariez general para alumbrar las únicas jugadas respetables del encuentro. Incluso cuando parecía que no iba a suceder nada, Kiko se las ingenió para buscar petróleo. Como en el penalti, que tuvo la virtud de producirse inmediatamente después del tanto de Morientes. Sin ese penalti, trabajado con esfuerzo por Kiko, el Atlético habría caído en la desesperación.

El empate no modificó el curso del juego. Mientras encontró a Aragón, el Zaragoza manejó el juego y controló al Atlético, sólo sujeto a la inspiración de Kiko. Cuando Aragón perdió aire, y eso sucedió durante media hora en la segunda parte, el Zaragoza se quedó pendiente de su defensa. No podía elaborar porque Óscar es un centrocampista de corte defensivo y porque Poyet está sin frescura física durante toda la temporada. Pero el Zaragoza tampoco sufrió cuando se vio obligado a taparse en su área. Se observaron entonces las carencias actuales del Atlético. Sin la progresión de los laterales y devaluados Caminero y Pantic, la búsqueda de Kiko se hizo obsesiva. El juego se volvió demasiado predecible. Tampoco Simeone tuvo impacto. Su despliegue físico fue innegable, pero hacía falta algo más que adrenalina para levantar el partido.

La curva final del encuentro resultó muy preocupante para el Atlético. Después de apelar durante la semana a ese discurso tan huero -"No importa el juego, sólo nos importa la victoria"-, el Atlético tuvo que admitir que lo única que importa es el juego. No lo tuvo durante todo el partido y particularmente en el tramo final, cuando más lo necesitaba para batir a un equipo que vivió el partido desde la comodidad. Con un poco de orden y algunos detalles de Aragón, el Zaragoza detuvo al Atlético, sometido a sus carencias futbolísticas actuales y al viejo síndrome del horror al vacío, dos problemas que ponen en peligro la conquista del título.

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