Cautela poselectoral
Las pasadas elecciones han sido ricas en contenidos de sociología política, pero bastante oscuras en lo que concierne a nuestro futuro inmediato. Invitan, pues, a la prudencia a la hora del comentario. Más aún en mi caso, cuando cualquier sujeto puede compararte a Ruiz Mateos o a Jesús Gil en un acto de descalificación que a nadie preocupa. La amalgama sin ideas ni argumentos sustituye al análisis, pero pasa porque va a favor de corriente. Los dos últimos años no sólo han endurecido innecesariamente las formas del debate político, sin correspondencia" alguna con lo que está ocurriendo en nuestra sociedad; también, más allá del Mondo Kane denunciado por Savater, han hecho rígidas y agresivas las estrategias del discurso en los medios de comunicación, de modo que la independencia corre el riesgo de ser vista como disidencia.Comencemos, pues, por celebrar el éxito espectacular de Felipe González. A pesar de todos los defectos y seguridades temerarias de su campaña, no cabe decir que Aznar fracasara a la hora de incrementar su cosecha de votos. González arrolló personalmente más que nunca. Tiene sobrada razón al decir que le faltó un debate con Aznar, y una semana más de propaganda, para dar un revolcón definitivo a los pronósticos. Es la confianza en que el propio bienestar, la salvación del caos, dependen de un personaje dotado de facultades excepcionales. Por eso difícilmente puede dudarse de que en el caso probable de que Aznar se quede en el camino de la investidura, González hará de las nuevas elecciones un plebiscito. Entraríamos en la era feliz de un cesarismo democrático que dejaría lejos cuestiones secundarias, tales como la era de la corrupción o el terrorismo de Estado. Todo ello con la inteligente ayuda de una campaña de! destrucción de imagen, rescatando para la democracia en los famosos vídeos las técnicas patentadas por Goebbels (Arzalluz, más primario, se quedó en el guiñol: como si ambos desearan que la derecha española fuese efectivamente fascista).
Así que nadie tiene que preocuparse por el peligro de una renovación interna del PSOE: éste se convierte de hecho para lo sucesivo en el partido de González, en el instrumento fiel de su liderazgo político.
Además, de paso, González ha sido consagrado como líder indiscutible de "la izquierda". No hace falta ya la chaqueta de pana. En esto ha recibido la impagable colaboración del "clase contra clase", acompañado de antipoliticismo en las municipales, que diseñaran Anguita y sus colaboradores del PCE.
En términos taurinos, ha sido una reedición del caso del mal puntillero, ignorando la razonable sensibilidad de nuestro electorado respecto de los efectos políticos que se derivan de su opción de voto. Lo que un votante posible de IU no puede tolerar es que deliberadamente o por simple estupidez su voto sirva para colocar al PP en el poder. El PSOE no es la izquierda, lamentablemente, en contra de lo que piensa López Garrido, pero el PP sí es la derecha. Haber ignorado algo tan simple, e insistir en una "alternativa", diseñada a modo de bloque de cemento y sin perspectiva alguna de victoria, lleva irremisiblemente a IU hacia una vía muerta.
Y nadie puede esperar convencer al líder de una secta. Tras lo ocurrido, y cueste lo que cueste, la izquierda necesita un big bang, que deje fuera todo lo que hoy, representa la hegemonía del PCE. A su secretario general, como al lector abusivo de Flaubert que me increpaba, cabe adjudicarles una reflexión del escritor francés: que el orgullo de tu devoción no te encierre en el calabozo de la ignorancia.
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