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Tribuna
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Chaikovski

"Había una vez un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos". Y sospecho que algo de esto le está pasando al pobre Gallardón, mi apuesto presidente. No se puede negar: el joven Alberto parece de derechas, habla como los de derechas, se viste como ellos y hasta es posible que los domingos, después de desayunar en familia, se vaya a esquiar, a tirar al plato o a practicar alguna modalidad de parapente, por no insinuar algo peor. Cabe, incluso, que sea socio del Real Madrid.Sin embargo, antes de dar carpetazo al asunto, y pese a que estos antecedentes encogerían el corazón de cualquiera, solicito un respiro para exponer dos o tres apuntes que tal vez mitiguen tan sórdido perfil.

En primer lugar, a mi entender, el joven presidente no es un sujeto enrevesado o de natural pendenciero. De hecho, no parece estar capacitado para participar en oscuras reyertas de callejón. A veces frunce el ceño, se: acomoda las gafas o hace una seña de duples respondiendo a una ignominia, sí, pero no sabe odiar a quien le ofende.

Ignoro si esto es un don genético, una debilidad o el resultado de un máster en Bolonia, pero lo cierto es que yo respeto, y mucho, a quienes proceden de este modo. Individuos, a la sazón, escuetos y sin doblez.

Por otra parte, tampoco se le conocen vilezas o sarpullidos tóxicos: En realidad, este personaje parece cualquier cosa menos un cabrón, dicho sea a lo campechano y en plan confidencial.

Y con franqueza, es muy raro. Algo rechina aquí. Porque resulta que Gallardón es un aventajado, un humano incrustado en política, descendiente de políticos, que manda, que maneja, que decide cosas, y al que sin embargo no se le intuye vocación por el navajazo subinguinal (sabido es que el verdadero poder es aquel que no se ejerce).

A diferencia de sus colegas de partido (Lo yola, Cascos, Mercedes, Julito y tal), el presidente no suelta espumilla por las comisuras labiales; se resiste a desenfundar. Y cuando mete la pata, no es con la guadaña. En consecuencia, cada vez está más solo. Le habla menos gente. En la pandilla no le ajuntan.

El chico, en fin, irrita. Se mueve en el pantano mirando a todos lados, esquivando picotazos y eludiendo una maleza de pésima traza, conocida también como extrema derecha. Pero aun en los trances más dolorosos, se diría que la cosa no va con él.

Un personaje. muy raro, ya digo, en el que confluyen tres características de difícil conjunción: es jefe, bonachón y se encara con los reptiles. Cuenta con criterio "impropio", valga la sutileza. Algo así como un aguerrido capitán de las COES que todas las mañanas, antes (le la instrucción, se marcara unos pasos de ballet ante su compañía, con mallas, sólo por amor a Chaikovski.Y a riesgo de ponerme machacón, no quiero terminar aquí su lista de méritos: me atrevo a decir que se percibe en él cierto sentido del honor (a su manera bibliotecoide, claro está), que no se le escapan las miserias del mundo y, ante todo, desafío a cualquiera a descubrir en su rersona el llamado "tic del bigotín" (un gesto secreto que utiliza la derecha), intenso, imperceptible, vísceras y retenido, que cualquier rojo profesional caza a la primera. ¿Quién no tiene un cuñado aquejado de este síntoma?

Y dos preguntas más: ¿se tiene derecho a recelar de la derecha, valga la cacofonía? ¿Se tiene derecho, tras su victoria, a desmoralizarse, aunque sea cósmicamente?

En mí opinión, sí a las dos preguntas. Se tiene, y mucho. Como se tiene derecho a pertrecharse ante la -proxima canción de Pimpinella, sea cual sea el argumento y sea cual sea su número de acordes. Aun sin haberla oído. Hay amenazas, señores, que no admiten objección o se asumen o le aniquilan a uno.

Total, y regresando a Gallardón, que para uno de derecha que me cae bien, aparecen otros de derechas haciéndome ver que el que me cae bien en realidad no es de derechas, y que precisamente por eso me cae bien. Es decir, que todo es un sueño y que el comandante de las COES nunca bailará El lago de los cisnes.

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