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BALONCESTO FINAL DE LA COPA DEL REY

El Manresa logra el éxito de los modestos

El conjunto manresano sorprende al Barcelona y conquista en la prórroga la Copa del Rey

Luis Gómez

Habrá que denominarlo efecto Numancia. En términos generales, suceso según el cual el pequeño se comporta sin complejos ante el grande y busca la victoria sin renunciar a su estilo. Ni encoje el rostro ni recurre al juego subterráneo. Hay una sobredosis de motivación y mucho sentido común. El Manresa disputó la final de Copa sin sentirse avergonzado por eIlo. Fue fiel a sus estadísticas y trató de sujetar al rival. Pero hizo algo más, un magnífico ejercicio de sencillez elevada a la categoría de rigor. Un ejemplo a seguir por sus iguales. El Manresa es el equipo más modesto que ha logrado conquistar la Copa del Rey. No era una alternativa. Era un digno y honesto superviviente. Su éxito sirve de ejemplo para la mayoría.El Manresa vivió la final recibiendo palmaditas en la espalda. Interpretó un papel harto conocido, el del pobre invitado a una gala. Detrás de las sonrisas, de las felicitaciones unánimes, había una carga de hipocresía notable. La gente les señalaba con el dedo, miraba de reojo para observar algún detalle irrisorio de su atuendo y comentaba alguna cosa en voz baja. Fíjate, Creus en una final a sus 40 años. Mira que bien se apañan con las sobras del Barcelona (Esteller y Lisard González). Oye, ¿de dónde ha salido ese Frank? Para el Manresa existía una trampa. El problema era doble: ¿cómo hacer daño sin dejar de ser buenos chicos? Recurriendo al efecto Numancia.

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Pero el Manresa no es lo que se entiende por un modesto. Se ha instalado en un escalón superior. No alcanza el grado de pequeño burgués, pero casi; sencillamente, un equipo de clase media con piso propio, que dispone de un mobiliario completo y toda la gama de electrodomésticos al uso en perfecto estado de conservación. No hay lujos, pero todo está limpio, de tal forma que presenta un aspecto impecable. Así es el equipo: Creus se conserva sin arrugas, no hay desperfectos visibles en su pequeña estampa; no es hombre de grandes prestaciones, pero sí de cometer pocos errores. Suyo fue el triple letal. En conjunto, defienden correctamente y atacan con orden. No es un equipo de cinco velocidades, pero no despilfarra.

Pero en una final eso no es suficiente. En una final importa la victoria no las buenas costumbres, cuenta el éxito no la buena educación. La desproporción era tan evidente que el Barcelona tenía de su parte el guión, el reparto de papeles e incluso la elección del director. El Barcelona podía ser generoso o prepotente, podía inclinarse por el espectáculo o plantearse una operación de castigo. Podía ser, incluso, él mismo. ¿Por dónde se inclinaría Aíto, por dejar jugar o por acabar la faena cuanto antes?

Quienes conocen a Aíto apostaron por la línea dura. Así que bastaban unos minutos para situar el partido. Observar detalles. Fijarse en el momento en el que Aíto beba su primer sorbo de agua, en su forma de sentarse. Aíto contemplaba el juego con las piernas cruzadas durante los primeros minutos. La máquina funcionaba: de las primeras 11 canastas, 8 fueron triples. El Barcelona tomó el mando del partido, pero sin lograr escaparse en el marcador. Su defensa era más bien tibia y por ese lado le llegarían todos los problemas.

Porque el Manresa sabe hacer las cosas sencillas. Sin aparato. Se repliega con orden, econonúza sus esfuerzos, apenas pierde balones y selecciona muy bien sus ataques.

Casi siempre sus jugadores tiran en posición. Al castigo de los triples respondió con entereza. Paso a paso tomó el pulso del encuentro para no perderlo nunca. Al descanso, tenía problemas (51-43), pero conservaba-la esperanza.

El se manejó insensible. No perdió los papeles, es cierto, pero permitió que su rival se sintiera en condiciones de igualdad. El partido fue trascurriendo sin diferencias apreciables, con el Barça posiblemente convencido de que llegaría su momento. Sin embargo, acusaba más problemas de la cuenta: sus pívots apenas anotaban y el peso de su ataque tendía a recaer en Xavi Fernández, que visitaba una y otra vez la línea de tiros libres (10 tantos por este camino en la segunda parte). Sin tiempo para rectificar entró en el escenario donde no hay viajes de ida y vuelta. Williams, tuvo la oportunidad de sentenciar antes de que se alcanzara la prórroga (81-81).

Y en ese nuevo escenario, el Manresa era tan grande como el Barcelona. Tuvo el mérito de no precipitarse, de dejar que Creus llevara el mando de la jugada con increíble clarividencia, con ejemplar higiene (5 pérdidas de balón el Manresa por 19 del Barcelona). Una por una fue respondiendo a todas las preguntas hasta que llegó la definitiva: 24 segundos por delante y un punto de desventaja (92-91). Sin pestañear, Esteller dejó pasar el tiempo. Llegado el momento, el Manresa, ejecutó la jugada como si actuara en el salón. Y el balón llegó al punto convenido. Allí estaba Creus a sus casi 40 años. Creus y todos los pobres del mundo con él.

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