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El Compostela se rehabilita a costa del Mérida

A golpe de paciencia y suerte, el Compostela rehabilitó su prestigio y sigue soñando con Europa. Fue un encuentro tosco y aburrido que acrecienta los temores del Mérida. Los extremeños no ganan en su terreno desde el 5 de noviembre. El arranque del encuentro se contagió de la climatología. Había apaciguado el temporal de lluvia y viento y la tarde invitaba al sesteo. Enfrente, dos equipos que trasladaban al terreno de juego la filosofía de sus técnicos: fútbol visceral, voluntarioso y estética limitada.Contempladas las primeras escenas, el guión se presumía demasiado simple y penoso. Defensas duras de propósitos inexpugnables para cualquier tentación de juego alegre y ofensivo. Ausente la garra narrativa, los protagonistas ofrecían perfiles comunes, tristes y aburridos. El brasileño Sinval, exponente del fútbol generoso, se perdía en el barbecho. El colombiano Guerrero, jugador rápido y peleón, aparecía y se esfumaba por las esquinas sin tiempo para hilvanar un diálogo coherente. Claro que el Compostela, ausente Ohen, dejó a Christensen en la más cruda soledad.

Los dos conjuntos desarrollaban pulcramente el ideario previo de sus técnicos. Kresic había pedido paciencia para ganar el encuentro. Balones atrás para abrir camino al gol, había dicho. Lectura tan abstracta del fútbol desembocó en un juego loco y rudimentario. La segunda entrega comenzó más viva y con anhelos y lamentos del personal tras dos lanzamientos impetuosos de Momparlet y Sinval que repelió el larguero. Después, Prieto demostró sus cualidades para el juego alto y ejecutó un bellísimo cabezazo que detuvo Falagán.

El espectáculo ganó en intensidad. El Compostela, huidizo y conservador en exceso, pasó a plasmar su superioridad numérica y Christensen rentabilizó al máximo penurias y soledades. Seguían los gallegos en una defensa práctica pero fluida, con Mauro y Nacho penetrando por las bandas. Passi, Lekumberri y Eraña protegían el centro. A la tranquilidad gallega, el Mérida correspondía con nervios y oscuridad. Llegó entonces el golpe definitivo con el gol de Paniagua y la grada descargando su ira hacia el colegiado porque parecía que el jugador se había ayudado con las manos.

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