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El Atlético destila su fútbol más gris

El líder sufre ante un Racing poco sutil

José Sámano

Unos minutos con Simeone tocando la cometa y el Atlético sepultó el Racing. Lo hizo con conviccion enérgica, pero sólo durante quince minutos. Fue un arreón inicial. El resto, pura desidia. Un tramo larguísimo, tedioso y fútil. Sólo rescatable para escrutar si en las últimas semanas el Atlético ha hecho un paréntesis en su frenética carrera o está levemente enfermo. El Racing, trémulo y distraído, no fue una prueba demasiado exigente. Es verdad. Y, también, que en el fútbol la suficiencia permite maquillar cualquier enfermedad. Pero el Atlético no está sobrado. Sin sus mejores atributos -pasión y calidad, por este orden- aún es un conjunto pálido.El arrebato inicial de los rojiblancos fue espectacular. Sopló el árbitro y Simeone salió disparado a comerse al rival, como una apisonadora. Su agresividad encogió al enemigo. El argentino es de esos tipos que dejan un rumor de brasas a su paso. Está forrado de nervios y su trote es puro fuego. Por sí solo, en cuestión de segundos, no más de un par de minutos, provocó un cataclismo desproporcionado en todo el Racing. A su carro se encadenó el segundo vagón del Atlético, Caminero. Su explosiva llegada al área -siempre por la derecha- descubrió un socavón en el lateral izquierdo rival. El internacional falló un encuentro a solas con Ceballos y después fue trabado en el área.

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Entonces, Pantic, el tercer eslabón, tocó diana. Era su turno. Listo, como buen yugoslavo, hizo una exégesis perfecta de lo que había ocurrido en los primeros minutos y se dejó caer por la derecha, por la senda abierta por Caminero. Astuto y sagaz, había estudiado el perfil de Pablo, un tipo grandote, de movimientos gruesos. Le citó en la banda, a tres metros del pañuelo del córner. Le rompió en velocidad con una facilidad pasmosa. Con la sangre de Pablo torcida y las piernas hechas un sacarcochos, Pantic invitó a Penev a empujar el gol.

Con el marcador abierto; al Atlético le sobraba una bala: Kiko. Radomir Antic había acelerado su reaparición. Pero es su año y el gaditano tiene chispa incluso renqueante. Dibujó detalles soberbios. Técnicamente es casi perfecto y, además, esta temporada ha reparado algunos cortocircuitos: juega con un aplomo físico y psíquico extraordinario. Justo los pecados que amenazaban en las últimas temporadas con desterrarle de la élite. Hoy, su crecimiento como futbolista tiene mucho que ver con el estirón del Atlético: es el mejor trapecista del Calderón, todos sus pasos son emotivos.

Tras la explosión inicial, el Atlético se quedó sin dinamita. De forma progresiva, el líder se fue apagando. Pasó por arte de magia del entusiasmo a la apatía. Se derritió antes de tiempo y sin el mestizaje Simeone-Caminero-Pantic-Kiko, el estadio se invadió de sopor. Uno a uno fueron diluyéndose, hasta que quedaron engullidos por la palidez general. Nada se sabía del Racing, espectador pasivo del trueque rojiblanco. Llevaba toda la noche abrigado en una cueva llena de goteras, con una irritante mueca de contemplación. Pero llevado por los acontecimientos fue tomando el pulso al choque. En la misma medida que el Atlético se cegaba en tinieblas.

Pronto emergieron las carencias de Roberto como lateral. Ausente Toni, Antic le situó en la derecha y trasladó a Geli a la izquierda. No tuvieron su noche y el Atlético se ahogó en las esquinas. Sobre todo Roberto, que lo hizo todo mal. Arriba y abajo. Obligó a multiplicarse a Santi, el central de ese costado. Y el Racing se dio de bruces con una zona templada, donde al menos asomarse al área.

Con el Atlético soplando el tiempo, enganchado tan sólo al orden defensivo, la hinchada, tan animosa siempre, comenzó a soplar el paso del tiempo. El Racing, conciliador hasta entonces, urdió varias acciones de gol: Alberto y luego Txema -con un cabezazo al larguero- helaron el estadio. Los sustos se multiplicaron y el Atlético se tiñó de un peligroso tono grisáceo. No se escuchaba el tam-tam de Simeone y Pantic sólo aparecía en la estrategia. Sin rastro de Caminero, en la media cancha sólo escuchaba el silbido de la escoba de Vizcaíno. Señal inequívoca de que el Atlético estaba herido. Maltrecho físicamente.

Fue tal el desplome colectivo que el Racing, de la mano de su jugador más luminoso (Esteban Torre) estuvo al borde del empate. Incluso cuando se quedó con nueve. La grada sufrió un achuchón, ansiosa porque se cerrara el choque y ni el gol supletorio de Kiko en el descuento pudo disfrazar al líder. Un equipo agresivo, bien tejido en todas sus líneas y con gotas de calidad. Pero al que no le sobra nada.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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