Desastre

Ahora hemos sabido que Mitterrand hubo de compatibilizar el placer de gobernar Francia con la angustia de reinar, sobre su cáncer. Fue presidente de una vieja república y monarca absoluto de una próstata enferma. A veces, por pura confusión, se presentaba con el manto de púrpura en el Elíseo y con el traje de alpaca en la glándula viril, pero en general sabía cuándo estaba en un sitio y cuándo en otro; los franceses, seguramente, también. Y le votaban por eso, por a curiosidad de ver cómo se movía entre dos responsabilidades tan alejadas entre sí y por la discreción que en cada una de ellas guardaba respecto a las actividades de la otra. A Mitterrand jamás se le habría ocurrido colocar a su próstata en las listas electorales.Quiere decirse que la gente no vota sólo por lo que ve, sino por la ropa interior. Gran parte de lo que cohesiona un programa electoral es la materia oscura del universo personal del político. El éxito de González consistió en adivinar que el electorado quería una política e derechas llevada a cabo con un discurso de izquierdas. González nos hizo un traje de tergal, pero mantuvo debajo la camiseta de tirantes
Fraga porque la gente no quería cambiar de ropa interior y él lo sabía. Gobernó sobre el tergal y reiné sobre los calzoncillos de algodón que envolvían la próstata.
Pero a diferencia de Mitterrand, que mintió tanto como él, ha caído en la tentación de poner la glándula enferma sobre la mesa y gritar: "Esto es lo que queríais, votadlo". Se equivoca: el público quiere que la materia oscura permanezca invisible. Así que ahora, si las encuestas no mienten, va a votar a Aznar con el cansancio de los pueblos que al llegar a la urna se votan a sí mismos. Ya no hay trastienda en la realidad ni esperanza en la papeleta. Somos como nos vemos. Qué desastre.
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