_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Elecciones, instituciones y democracia en Palestina

Me alegra extraordinariamente que en las elecciones palestinas de mañana Samiha Khalil se presente frente a Yasir Arafat para el cargo de ra'is (entre sus numerosas disposiciones poco generosas, el tratado de Taba no admite la expresión jefe de Estado; sólo se permite la ambigua palabra árabe para presidente de Gobierno y jefe de Estado). La única rival de Arafat es una mujer firme, inteligente y enérgica que se ha adherido públicamente a la causa de la mayoría de los palestinos, aquellos cuyas voces no se han oído y a los que se ha olvidado en las vulgares celebraciones del "autogobierno": mujeres y niños, desheredados, prisioneros y todos aquellos cuya vida ha empeorado como resultado del proceso de paz. Parece especialmente interesada en corregir los errores de los acuerdos provisionales que, como ha dicho con admirable claridad al periodista británico Graham Usher, "no son una solución justa para la cuestión palestina. Los israelíes siguen expropiando nuestras tierras... y nos obligan a vivir en cantones aislados. Las llamadas carreteras de circunvalación separan una zona palestina de otra. Los estudiantes de Gaza no pueden viajar libremente hasta sus universidades de Birzeit, Hebrón, Belén y Jerusalén. Los prisioneros siguen en la cárcel, a pesar de promesas de liberarlos de los israelíes. Por estas razones me presento a las elecciones". A la pregunta de en qué se diferencia su programa del de Arafat, responde con fría ironía: "No conozco el programa del presidente Arafat". Una verdad como un templo, ya que Arafat se presenta sin un programa real, simplemente para ser confirmado como jefe de todo. Sin embargo, por el simple hecho de hablar claro contra la autocracia y la ocupación -las cuales la Autoridad Palestina ya ha aceptado-, Khalil- ha abierto una pequeña ventana en las elecciones. Sin duda, Arafat ganará, aunque gracias al valor de su oponente no podrá conseguir el 99,6% de los votos; no obstante, ganará por una considerable mayoría, lo que le permitirá decir que ahora representa democráticamente a todos los palestinos. Es una sandez. La ley electoral acordada con los israelíes les conviene a ellos y a él, pero no es en absoluto un ejemplo de verdadera democracia. A través de un Comité de Enlace Palestino-Israelí conjunto (controlado por los israelíes, que tienen derecho de veto), todos los electores están registrados según su número de identificación israelí, lo que significa que todos los electores han sido acreditados por los israelíes. Israel también debe aprobar a los 700 candidatos que se presentan al Consejo Legislativo. No se permite que se presenten racistas, terroristas u oponentes al proceso de paz; sin embargo, Israel no está recíprocamente obligado a prohibir a los israelíes racistas o contrarios a la paz que se presenten a las elecciones a la Kneset. Los israelíes y Yasir Arafat son los únicos que pueden decidir unilateralmente a quién se excluye y a quién se incluye.El 1 de enero, Eric Lidbom, presidente de la Unidad Electoral de la Unión Europea, emitió un comunicado desde Ramalá titulado Basta ya. En él, acusaba a la Autoridad (en realidad a Arafat) de manipular las elecciones para socavar la credibilidad de los expertos europeos tanto a nivel internacional como en Palestina. Arafat aumentó el número de escaños de 82 a 88 (la mayoría de ellos de Gaza, cuya población no ha aumentado repentinamente). Redujo el periodo de campaña de tres semanas a poco más de una y luego lo restableció de repente. No nombró a la supuestamente independiente Comisión Electoral Central hasta finales de diciembre. La Comisión debía ser nombrada tres meses antes, y encargarse de regular las elecciones, asegurar que prevalecía la justicia e investigar las quejas sobre abusos e infracciones. También debía estar compuesta de destacados juristas y, lo que es más importante, de independientes conocidos, hombres y mujeres cuyas credenciales estuviesen por encima de intereses partidistas o comerciales. Arafat no sólo nombró la Comisión con varias semanas de retraso, sino que además nombró jefe a Abu Mazen (Mahnoud Abbas), su mano derecha, un hombre sin experiencia conocida ni en leyes, ni en elecciones ni en imparcialidad. El resto de los miembros son casi sin excepción, empleados de la Autoridad Palestina o conectados directamente con ella. Esto difícilmente es una garantía de imparcialidad.

Para empeorar las cosas, Abu Mazen se negó a reunirse con la UE. La indisponibilidad de Abu Mazen hizo imposible que la gente de Lidbom descubriese nada más sobre unas irregularidades evidentemente encaminadas a dar a Arafat más control sobre los resultados electorales. Merece la pena citar a Lidbom:

"En esa reunión [si Abbas hubiera accedido a que se celebrara], habría escuchado con interés la explicación de por qué la Comisión Electoral Central no se creó mucho antes y por qué no asignó los escaños la Comisión, el organismo supremo organizador de las elecciones, al que le correspondía esa función según la ley electoral; en su lugar, la primera asignación de escaños se hizo por decreto presidencial, su número total ha variado posteriormente dos veces, también por decreto presidencial. También me hubiera gustado recibir garantías de Abbas sobre la independencia política del Comité Electoral Central".

El sarcasmo de estas líneas es evidente. Para los que conocen a Arafat y Abu Mazen, y han tenido experiencia directa de su desprecio por el proceso democrático y por los ciudadanos verdaderamente preocupados por el mismo, sus acciones no les sorprenden. Para estas personas, los líderes palestinos hacen lo que quieren, sin tener en cuenta ni la responsabilidad ni la democracia. Desde que empezó el proceso de Oslo, ésa ha sido su práctica, qué nadie ha podido cambiar. ¿Por qué iban a actuar ahora de otra manera? Además, ni uno ni otro ha participado nunca en unas elecciones libres, así que es evidente que para ellos los comicios de mañana son simplemente una manera pública de cumplir con las reglas sin correr ningún riesgo. La mayoría de los candidatos están vinculados a Al Fatah o a familias importantes, grupos con los que a Arafat le parece fácil tratar. Además, el hecho de que haya elecciones -independientemente de lo irregulares e injustas que puedan ser- da prestigio internacional a su Autoridad Palestina. Jimmy Carter estará allí previsiblemente para decir (como hizo en Haiti) que por fin la democracia ha llegado a Palestina. Y puede que los donantes internacionales desembolsen un poco más de dinero.

Entretanto, Arafat continúa dirigiendo como si de su feudo personal se tratase. La detención de Maher al Alami y Bassam Eid fue muy injusta y brutal, aunque también una muestra casi cómica (no para ellos, por supuesto) de hasta dónde llegará el presidente para reforzar su voluntad frente a su pueblo. El que se castigara a un periodista como Alami por no elogiar a Arafat en la primera página de Al-Quds es grotesco y muestra una mayor degeneración en el poder de Arafat. No hay libertad de prensa bajo Arafat, que quiere claramente reducir los medios de comunicación a portavoces suyos. Sin embargo, que tantos periodistas decentes aprueben esto da una triste idea del concepto palestino de independencia y libertad de expresión.

Pero lo peor - y las elecciones no serán de ayuda- es que económicamente la condición de la mayoría de los palestinos (especialmente de Gaza) se ha deteriorado ininterrumpidamente desde Oslo. El 20% de la población vive por debajo del nivel de pobreza (unos 650 dólares per cápita anuales); Sara Roy, una investigadora norteamericana que sabe más que nadie sobre la economía de Gaza, dice que el 33% de los palestinos pobres de hoy lo es después de que se cerrara el acuerdo, de Oslo. El paro está aún por encima del 50% y, según Roy, el número de pobres sobrepasa en un 74% al de personas a las que ahora ayuda el Ministerio de Asuntos Sociales de la Autoridad y la UNRWA. Las familias de Gaza gastan el 58% de sus ingresos en comida, y la economía de Gaza en conjunto pierde tres millones de dólares diarios a causa de las restricciones israelíes.

Una de las razones principales de tan terrible deterioro económico es el disparatado gasto del Gobierno de Arafat en su fuerza policial y en sus siete, ocho o nueve aparatos de seguridad (nadie está muy seguro de cuántos ha creado para él mismo) y sus más de 4.000 agentes secretos en Gaza y Cisjordania dedicados a espiar a la población. Raji Sourani, el abogado de derechos humanos de Gaza al que Arafat encarceló el año pasado, calcula que hay 20.000 hombres de seguridad para el millón de residentes de Gaza, uno por cada 50 personas, la mayor proporción de policía per cápita del mundo. El número total de policías en todas las áreas de autogobierno se acerca a los 30.000, lo que le cuesta a la economía palestina unos 500 millones de dólares al año. Aunque es totalmente improductivo, constituye con mucho el mayor sector económico, que ya tiene una deuda de 150 millones de dólares. Como Arafat se gasta tanto dinero en policía, no queda nada para la vivienda, la educación, la salud y el bienestar. Es difícil imaginar cómo las elecciones pueden cambiar esta situación, ya que Arafat y sus candidatos se presentan con un programa puramente "palestino" que no aborda el control básico sobre las áreas de autogobierno. A él le gustaría seguir haciéndolo tras las elecciones y, por supuesto, afirmará que cuenta con el apoyo "del pueblo". Pero, de hecho, lo que hará será cumplir el programa de Israel para mantener el orden -y la seguridad de los israelíes- en los territorios ocupados.

Sin embargo, la idea de elecciones introduce algo nuevo en la vida palestina. Creo que ante todo debemos recordar que en los países árabes y del Tercer Mundo ha habido multitud de elecciones que han consolidado regímenes no democráticos; pero ni siquiera esto invalida la idea de elecciones, pues al menos promete la posibilidad e incluso la conveniencia de un cambio democrático. El problema actual con las elecciones en Palestina y en el mundo árabe es que tienen la condición de un ritual que se celebra una vez cada cierto tiempo, sin que se registre como resultado un cambio democrático. ¿A cuántos gobernantes o partidos en el gobierno han afectado seriamente las elecciones? La mayor parte de las instituciones de nuestras sociedades funcionan como inmensas estructuras similares a glaciares, con una persona (o un grupo pequeño) al frente más o menos permanentemente; por eso, nuestras universidades tienen un nivel inferior al normal y no ha surgido de ellas ningún trabajo de consecuencias reales en las ciencias sociales y naturales. La investigación científica y humanística requiere un medio relativamente abierto donde florecer, un medio en el que los investigadores puedan decir cosas sin miedo a poner en peligro sus vidas o sus puestos de trabajo.

En segundo lugar, para que las elecciones sirvan de algo tienen que formar parte de una dinámica continuada en la que el Gobierno sea completamente responsable ante los ciudadanos con derecho a voto y así afecten directamente a la labor gubernamental. Para ello, necesitamos una sociedad civil que funcione, con asociaciones comerciales y profesionales, una judicatura independiente, una prensa relativamente libre y un sistema educativo bien dotado. Por supuesto, nada de esto existe hoy en Palestina, y es uno de los mayores inconvenientes del estilo de mando de Arafat; éste no tiene la capacidad ni la visión para entender que Palestina debe aspirar a ser una sociedad, no simplemente el reflejo de su deseo personal.

Me gustaría poder participar en las próximas elecciones palestinas sólo para votar a Samiha Khalil y su programa de cambio social y económico. Pero como no puedo hacerlo, al menos puedo esperar que la idea de elecciones sea, como mínimo, una promesa de la posibilidad de cambio. Una idea que va a hacer ligeramente más difícil que la actual Autoridad Palestina siga exactamente como antes. Quizá la gente haga más preguntas, plantee más retos, exija más respuestas. Pero mi auténtica esperanza es que las elecciones hagan también ligeramente más difícil que Arafat y su gente gobiernen como les plazca, sin respetar al pueblo al que supuestamente sirven.

Edward W. Said es ensayista palestino, profesor de la Universidad de Columbia y autor, entre otros libros, de Orientalismo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_