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Labrarse un pasado

Estábamos advertidos por Milan Kundera del desinterés por el futuro y de la extendida ambición por entrar en el laboratorio donde se reescribe la historia y le retocan las fotografías. La campaña electoral empieza a confirmarlo. El candidato socialista, Felipe González, echa la vista atrás y advierte que siempre que circula por las carreteras españolas acaece que han sido construidas por sus gobiernos y así sucesivamente. La duración trae consigo esas consecuencias. Pero enseguida habría que distinguir si es que los tiempos adelantan que es una barbaridad o es que los gobiernos impulsan el progreso. Si escucharan esto los liberal-nihilistas replicarían que cuanto menos gobierno mejor, y hasta hace dos años habrían traído a colación el ejemplo de Italia, un país en progreso exponencial gracias a la inexistencia práctica del gobierno.Lástima que después se averiguará que el vacío de gobierno había sido ocupado ventajosamente por las mafias y otras organizaciones tan ávidas de prosperidad como carentes de respeto por las reglas del juego. Pese a la proliferación de los vendedores de crecepelo y otros bálsamos de fierabrás, algunos ejemplos bastarían para demostrar que el progreso de los países puede ser estimulado o retardado por sus gobiernos. Quien sea el primer ministro puede ser un valor añadido o por el contrario un valor sustraído para el país de que se trate. Alemania vale más con el canciller Kohl que con su predecesor, Gran Bretaña fue más con Thatcher que con Major y España ha sido más tenida en cuenta con González, que con Calvo Sotelo o Suárez.

Cambiando de escala recordemos cómo para el común de los españoles, la dictadura de Franco era una grave minusvalía internacional, en cualquiera de los planos en que desarrollaran su actividad: el político, el diplomático, el universitario, el cultural, el industrial, el tecnológico o el religioso. Proceder de España obligaba a dar explicaciones para disipar las sospechas que la coexistencia con el franquismo desencadenaba en los interlocutores de otros países. Y es que después de la II Guerra Mundial unos países se contaron entre los vencedores, y otros entre los vencidos -recipiendarios también de las ayudas del Plan Marshall- mientras que a Franco le cupo el orgullo de que para su régimen y de paso para los españoles se habilitara una tercera categoría, la de enemigo residual.

Decía un cantar de aquellos años que en España empezaba a amanecer pero con aquella indumentaria política todos se permitían aplicarle a nuestros mayores privaciones al mismo tiempo que se garantizaban ventajas económicas o estratégicas sobre el territorio español. Claro que aquel general era capaz de que su pueblo aguantara las mayores privaciones siempre que él continuara en el poder. Eso sí, aquellas rutas imperiales permitieron magníficos espectáculos como el de ver cómo la espada más limpia de Occidente, que Franco desciñó para ofrendarla en la iglesia de Santa Bárbara, era recibida por el cardenal primado ponderando el temple de su acero capaz de terminar para siempre con el pensamiento de Kant, cuestión que sin duda constituía una de las urgencias básicas en momentos de tantas privaciones.

Abandonemos la Cruzada y volvamos a la campaña electoral en ciernes para encontrarnos con el candidato del PP que sale ganador. José María Aznar acaba de decir que por fin tiene el partido de sus sueños que es un partido de centro y se afana también por labrarse un pasado, el de la nunca bien ponderada Unión de Centro Democrático, pieza clave en el cumplimento de la Santa Transición que con tanto fervor venimos conmemorando. Aznar es tan joven que podría haber elegido otro pasado distinto, pero todos salimos ganando con sus preferencias. A todos nos conviene que sigan confirmándose. Por eso es lástima los embarques de algunos de sus colaboradores, como los de la Fundación Cánovas del Castillo, que seleccionó para su seminario sobre cuestiones de defensa y seguridad a muchos de los más connotados golpistas que anidan en la reserva de las Fuerzas Armadas, coordinados por el coronel Eduardo Fuentes Gómez de Salazar, promotor del pacto del capó con Tejero. En cuanto a Julio Anguita, con su doble sombrero de IU y PCE construye un pasado hegemónico para los comunistas que ya no puede tardar.

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