¿Quién habla de coalición?
Sin mayoría absoluta, los nacionalistas serán los árbitros del futuro Gobierno
Durante los 18 años de democracia, los españoles nunca han sido gobernados por una coalición de partidos, una fórmula habitual en países tan prósperos como Alemania, Holanda, Bélgica o Dinamarca. La situación más parecida, la colaboración entre Felipe González y Jordi Pujol en la pasada legislatura, tampoco resultó una experiencia reveladora sobre este tipo de compromisos, debido a que la mayoría parlamentaria que funcionó sin fisuras durante dos años no se acompañó con el nombramiento de ministros nacionalistas.También por la excepcionalidad del anterior periodo, repleto de sobresaltos por antiguos escándalos, en el que se prestó menor atención a las decisiones de gobierno. Sin embargo, el sistema electoral español pone grandes dificultades a que una sola fuerza disponga de la mayoría absoluta (176 diputados) en el Congreso. La formación de coaliciones presenta una dificultad añadida: los nacionalistas se han convertido en el único complemento viable para cualquiera de los dos grandes partidos.
Pujol tiene la llave
La incapacidad de las tres fuerzas estatales (PSOE, PP e IU) para lograr una combinación que sume la mayoría, otorga la llave para estabilizar un Gobierno minoritario a Jordi Pujol (17 escaños). La negociación de acuerdos de gobierno resulta entonces más complicada, al situarse en el centro de los debates la propia organización del Estado.
Aznar ha resuelto en parte la fragmentación histórica de la derecha española, que añadía los particularismos regionalistas y nacionalistas a las diferencias entre liberales y conservadores. El bloque electoral del PP es hoy un espacio amplísimo, que incluye desde las clases medias liberales de las grandes ciudades hasta la ultraderecha. Pero, una vez conseguido ese reagrupamiento, se enfrenta a un serio problema: carece de otra fuerza estatal con la que coligarse.
En caso de necesitar apoyos amplios debe acudir a los nacionalistas. La actuación de los populares no se ha encaminado tradicionalmente a abrir cauces de diálogo. Sus iniciativas pretenden lograr una hegemonía política clara que obligue a Pujol y a Xabier Arzalluz a pactar con el PP. Incluso en estos momentos, cuando tal vez necesiten sus votos para la investidura presidencial, los hombres del PP se enzarzan en disputas casi diarias con los de CiU y PNV.
Curiosamente, el PP, que aún no ha sufrido el desgaste del poder, tiene malas relaciones con casi todo el arco parlamentario. El listón del éxito el próximo 3 de marzo ha sido colocado muy alto por los propios populares: necesitan unos resultados lindantes con la mayoría absoluta para obtener la complicidad de Jordi Pujol.
Los socialistas han recorrido el camino opuesto. Las experiencias de la lucha antifranquista y las sintonías personales han favorecido el entendimiento entre Gonzúáez, Pujol y Arzalluz. Socialistas y nacionalistas disponen de experiencias de gobiernos conjuntos: en Euskadi o, en la última legislatura, en el Gobierno central. Esta cooperación, salpicada de tensiones cíclicas, se basa además en una flexibilidad socialista en el ámbito autonómico y en la evolución del PSOE hacia planteamientos económicos cercanos a los de sus socios.
Para Felipe González, la colaboración con el nacionalismo supone una apuesta estratégica: introduce una cuña que dificulta la coordinación de todo el centro-derecha. Es también su única expansión posible: desde hace 20 años, cuando se hizo cargo del PSOE, defiende de forma inflexible la autonomía del proyecto socialista respecto de los comunistas.
En estos momentos, la imposibilidad de una colaboración estrecha entre las dos grandes fuerzas estatales de izquierda proviene de ambos lados. González ambicionó siempre ampliar su electorado natural hacia el centro, lana decisión que excluía los pactos nacionales, antes con el PCE y ahora con IU. Las diferencias, programáticas siempre fueron relevantes: la política económica y la europea, dos preocupaciones esenciales de González, chocan abiertamente con las posiciones de Anguita. En la otra orilla, los comunistas se mueven desde hace veinte años en la doble tentación de acercarse al PSOE, con el temor de desnaturalizarse ideológicamente o de ser absorbidos; o bien de marcar claramente las distancias. En ambos casos el objetivo es el mismo: la hegemonía de la. izquierda, una posición que Santiago Carrillo siempre considero suya.
Las seis elecciones de la democracia han evidenciado el enorme esfuerzo, que debe desarrollar un partido para obtener 176 diputados. De las distintas posibilidades de Gobierno los españoles conocen todas menos una: el Ejecutivo de coalición.
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