Después de Mitterrand
Todo ha sido dicho y no se dirá nada más. En el diluvio de elogios, en los que demasiado a menudo el que se manifiesta habla más de sí mismo que del difunto, hay alguna ironía al ver reconstituirse, 15 años después, el estado de gracia de mayo de 1981, engrandecido por la mayoría de sus adversarios políticos.¿Por qué es necesario morirse para que sean reconocidas tantas cualidades humanas, de rectitud, de sentido del Estado? Hipocresía eterna de los funerales, mediocres insinceridades póstumas, pasajeras unanimidades, rápidas disoluciones de las ceremonias oficiales. Cuando la tumba quede sellada, me temo, los libelos florecerán, los odios resurgirán. Que al menos este momento de paz consigo misma de la nación que él tanto deseó sea mérito suyo, aunque sea ficticio y efímero, ¿Qué quedará de todo esto dentro de algunas semanas? Para los más próximos a él, una pérdida irreparable, una ausencia cada día más pesada. (...) Para otros, durante un tiempo, la consciencia de la desaparición del actor principal del destino colectivo de los 15 últimos años y la pérdida del último represeritante de esta clase política que ha atravesado la II Guerra Mundial y la IV República, tanto para lo bueno como para lo malo. (...) Mitterrand ha sabido acompañar la mutación del país hacia la modernidad y prepararlo para la apertura al mundo y a alguno de los inmensos cambios que va a afrontar pronto.
11 de enero
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