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El eslabón roto

Antonio Elorza

La salida a la luz de una cascada de escándalos a que hernos asistido en los últimos meses tiene, como mínimo, dos dimensiones. Una, la más espectacular, concierne a la política de los Gobiernos presididos por Felipe González, a su credibilidad y a sus perspectivas de supervivencia. Es el aspecto que preside hasta el hastío las portadas, y las informaciones principales de los periódicos desde que se destaparan los casos, Roldán y Rubio. Otra, menos aparente pero de mayor calado, lleva a constatar una sorprendente continuidad entre estas formas de corrupción y las que han venido marcando nuestro pasado histórico. Desde las pequeñas chapuzas del ministro enjoyando a las esposas sus colaboradores para compensar la cortedad de sus remuneraciones hasta el enlace entre corrupción y violación de los derechos humanos desde el aparato estatal, toda una gama de comportamientos propios de un Estado delincuente encuentran antecedentes muy concretos, que demuestran la necesidad de una explicación que vaya más allá de las imprescindibles crítica y condena de los comportamientos.Porque hay algo a retener en todo caso: el grupo dirigente del PSOE. llegó al poder con una clara conciencia de que una de sus tareas principales consistía en la racionalización de la Administración pública, incluida la supresión de las bolsas de corrupción en la misma. En El desafío socialista, libro escrito en 1982 por dos periodistas que estaban, entonces al tanto de los propósitos del vértice socialista, este objetivo quedaba de manifiesto, justificando de paso el aplazamiento de unas posibles reformas sociales y económicas., En la Administración se trabajaba poco, había pluriempleo y la escasa remuneración era compensada, sobre todo en niveles superiores, por el establecimiento de relaciones fraudulentas con intereses privados. El clientelismo y las influencias privilegiadas eran los males a extirpar, y para ello lo esencial consistía en afirmar el principio de capacidad por encima de la adscripción al partido. Felipe González lo anunciaba de modo solemne: "Yo espero que nunca cometamos el error de pe dirle a alguien que tome el carné del partido socialista para ser director general o subsecretario de algo", declaró en febrero de 1982. "Y no lo digo como una afirmaciór, sino por una esperanza. por la que voy a luchar".

La ilusión de la reforma, del Estado era, pues, con la consolidación de la democracia, la gran promesa. socialista de 1982. Hoy el balance al respecto se asemeja a un museo, de horrores, y tristemente nos da la razón a quienes desde hace 10 años. comenzamos a avisar, no sólo sobre la persistencia de la corrupción, sino sobre su crecimiento. Las pautas de esta evolución negativa siempre hundían sus raíces en el pasado. El financiero del Banco de España que usaba de su posición para el enriquecimiento especulativo se servía también de viejas tretas, conocidas de sobra en el sistema bursátil español, tales como invertir bajo otro nombre o con el segundo apellido. El usó delictivo de los fondos reservados encontraba desde tiempo atrás reflejo en la denominación, mucho más gráfica y precisa, de fondo de reptiles, patentada ya en la Restauración. En el departamento inextricable que era Interior para Alonso de los Ríos y Elordi, los periodistas- antes citados, también era una vieja costumbre contar con la protección superior para torturas y eventuales crímenes, y resulta verosímil que esa tolerancia fuese unida a ganancias fraudulentas, ahora multiplicadas por el incremento de los recursos a disposición del Estado.

En cuanto al reinado de las clientelas y de las influencias privilegiadas que hemos vivido desde un primer momento en otros sectores de la función pública, la única novedad consistía en el lenguaje tecnocrático, que las recubría y en los orígenes contestarios de quienes se beneficiaban de estas formas de corrupción. Siguiendo la vieja fórmula del aforismo por el cual don Juan de Robles antes de ejercer la caridad hizo los pobres, ahora se revestía'. de un aura científica (y de poder sobre los demás) al llamado a exhibirla por su proximidad al Gobiemo. El sueño de acabar con las clientelas fue, así, a parar en su reforzamiento, con la consiguiente destrucción del tejido social democrático penosamente forjado, bajo el franquismo y, paradójicamente, de los propios soportes que en la transición habían sustentado el ascenso del PSOE desde el mundo de la cultura: el panorama ofrecido por las recientes elecciones a rector de la Universidad seria un indicio deslamiento.

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Consecuencia: la modernización del Estado, proyecto acorde con la modernización social y económica en curso desde los sesenta, ha fracasado. Un poco al modo de la constatación que hiciera Maurice Duverger para la situación política francesa posterior a 1958: "La izquierda está aplastada, la derecha triunfa". Gane el PP o logre sobrevivir el PSOE. Y sobre todo, más allá de los escándalos concretos, siguen en pie los malos usos que desde hace más de un siglo vienen caracterizando el enlace entre política y sociedad. en España. En el plano simbólico, los sucesores de Mario Conde, siempre que sean respetuosos con el Gobierno en ejercicio y no traten de afirmar frente a él su autonomía, podrán desarrollar sus negocios privados y verse reverenciados en público. Éste ha sido, y es un país donde un gran especulador puede alcanzar el doctorado honoris causa de la principal universidad del mismo modo que el rey del contrabando fue enterrado bajo Franco con la presencia de obispos altas jerarquías políticas y presidentes de las reales academias.

Donde una pícara o un pícaro desalmado, con el viento a favor de una relación privilegiada, puede verse proyectada o desde la nada a las alturas en medio del conocimiento público entra entonces en juego la máxima de Hobbes: "La reputación de poder, es poder, porque trae con ella la adhesión de quienes necesitan protección". De acuerdo con esta regia, la recomendación era y es el emblema de un funcionamiento alternativo al de una Administración racional, objetivada, como la descrita por Max Weber. Los socialistas. fueron conscientes de la exigencia de destruir hasta los cimientos ese sistema, y lo cierto es que se han visto absorbidos por él y han contribuido a su perpetuación. Es, quizás, su principal responsabilidad.

Conviene reconocer, en todo caso, que era más fácil reconocer el problema que resolverlo. La corrupción estructural no nace espontáneamente, sino como resultado de una fractura en niveles significativos del sistema de poder en el Estado. Allí donde la cadena del poder quiebra, el eslabón roto resulta sustituido, bien por un contrapoder, como ocurriera en Sicilia y Nápoles en el plano local frente al absolutismo débil de los Borbones, bien por una malformación del poder público, como ocurre con el caciquismo ante el Estado centralizado y débil que es el español decimonónico. Aquí no surge un contrapoder que acaba ascendiendo por capilaridad hasta el sistema político (caso de la Mafia), sino un poder compensatorio que contribuye a generar un cierto tipo de equilibrio respecto de un poder central incapaz de cubrir sus funciones.

El cacique, como el gran contrabandista, como los guardias civiles o los policías torturadores de tantas historias, no son poderes frente al Estado, sino que compensan su insuficiencia. Son la prolongación degenerativa de las relaciones clientelares que encubren la fragilidad de la gestión pública. Nuestras formas de corrupción han remitido siempre a los centros de decisión del Estado; de ahí la escasa voluntad política que ha manifestado éste históricamente para desarraigarlas.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid

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