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TRAS LAS ELECCIONES CATALANAS

Cruce de caminos

La pérdida por CiU de la mayoría absoluta en Cataluña y el ascenso el PP acercan a Pujol y Aznar

Pocas historias hay tan curiosas como las relaciones de Jordi Pujol con Manuel Fraga y José María Aznar. El líder nacionalista catalán y los dirigentes del centro-derecha han evolucionado entre el recelo mutuo y la incomunicación absoluta mientras libraban durísimas batallas por la preeminencia política y una franja electoral que, a veces, les consideró intercambiables. Por ahora han vivido todo tipo de peripecias, salvo una: ponerse de acuerdo. El ascenso del PP y la pérdida de la mayoría absoluta por Pujol suponen. un primer giro a esta situación. Los próximos comicios generales tal vez confirmen la apertura de una nueva etapa.Durante la mayor parte de la transición, populares y nacionalistas apenas han tenido relaciones directas. Ninguna de las dos fuerzas se preocupó de establecer canales de comunicación permanentes para, al menos, conocer los puntos de vista de la otra. Ello tiene su origen en dos tipos de razones prácticas: en el Parlamento de Cataluña, el PP (antes AP) siempre fue una fuerza marginal con la que Pujol apenas tuvo que contar; y, en el Congreso de los Diputados, la Minoría Catalana hace de puente negociador con el Gobierno central de turno prestando un interés menor al resto de la oposición.

Pujol, presidente de la Generalitat desde las primeras elecciones autonómicas (1980), ha gobernado con mayoría absoluta desde 1984 hasta ahora, sin necesidad, por tanto, de grandes concesiones a los otros grupos. De ellos, el popular fue además muy secundario, con apoyos electorales inferiores siempre -al 91/o de los votos (2,3% en 1980, 7,7% en 1984, 5,3% en 1988 y 6% en 1992). Hasta que Aleix VidalQuadras impuso su estilo de confrontación directa, muy irritante para los nacionalistas, el PP apenas consiguió relevancia política, con cambios continuos de liderazgo y una posición marginal en la construcción autonómica. Pujol no tuvo, hasta ahora, necesidad de ocuparse de él.

En el Congreso la incomunicación también es la norma. Conseguido el objetivo prioritario, gobernar en Cataluña, los nacionalistas han utilizado a su grupo parlamentario para tender puentes de diálogo con el Gobierno central, tanto en la época de UCD como en la socialista. La Generalitat necesita negociar habitualmente un sinfín de asuntos con el poder central, desde traspasos a aspectos financieros o competencias no bien definidas. Los diputados nacionalistas, los hombres de Pujol en Madrid, desempeñan una tarea importante en este juego de acuerdos y desavenencias. Esta función les aparta de un trato más intenso con el resto de la oposición.

Pese a ese autismo mutuo, nacionalistas y populares, dos formaciones de centro-derecha, son competidores en una buena parte del espacio electoral. Esta circunstancia les ha llevado a reñir durísimas batallas, teñidas además por las peculiaridades del nacionalismo catalán.

Pese a sus singularidades, el mapa catalán no es ajeno a los cambios políticos del conjunto de España, como ha quedado patente el 19-N. Por esta razón, Pujol ha ensayado hasta tres fórmulas para influir en la escena estatal, obteniendo indirectamente réditos en el electorado de Cataluña su principal preocupación: la alternativa Baviera, la operación Roca y, la más reciente, la colaboración estable con González. Los tres casos le han llevado a colisionar con el líder del centro-derecha.

Por sorprendente que parezca, hace 15 años, Convergència i Unió ocupaba una posición secundaria en la política catalana.

Tras las dos primeras elecciones generales (1977 y 1979), el nacionalismo catalán obtuvo un modesto cuarto lugar, por detrás del PSC (PSOE), PSUC y UCD, con sólo el 16,5% de los votos..

En estas circunstancias, Pujol tanteó un pacto con Adolfo Suárez para que se retirara de Cataluña dejando el espacio de centro-derecha a CiU. A cambio, el líder nacionalista se comprometía a convertirse en un socio permanente de UCD con una fórmula parecida a la de los democristianos alemanes con sus hermanos de Baviera. Suárez estudió la oferta con detenimiento, pero finalmente la rechazó, temeroso de quedar prisionero para siempre de Pujol. Fraga no fue consultado, pero estaba destinado a sufrir las consecuencias.

Unos años más tarde, cuando los nacionalistas ya habían agrupado parte del voto de la disuelta UCD, iniciaron su segunda intentona, la llamada operación Roca. El nacionalismo catalán pretendía liderar la reconstrucción del centro-derecha español. Este espacio estaba ocupado en su mayor parte por Fraga.

Las elecciones generales de 1986 produjeron un resultado contradictorio. En el resto de España la operación resultó un absoluto fracaso, no obtuvo ni un solo diputado. En Cataluña, sin embargo, Pujol arrebató a AP parte del voto que había recibido de UCD.

La tercera iniciativa acaba de cerrarse, tras la ruptura de Pujol con Felipe González. Ha sido la implicación más intensa y duradera del nacionalismo catalán en los asuntos del Estado, Pero nuevamente ha levantado las iras del PP, indignado por el sostén prestado al socialismo. Pujol suena con ser la bisagra. Aznar, por el contrario, pretende, sencillamente, la mayoría absoluta.

No son sólo cuestiones tácticas las que separan a Pujol de Aznar. Los recelos entre ambos provienen de las distintas tradiciones de las que son herederos.

El catalanismo es un movimiento reformista, defensor del pluralismo y la modernización del Estado. Esta cultura explica en buena medida la sintonía personal de Pujol con González. Y también su distancia con Fraga, representante al principio del continuismo franquista.

La otra diferencia permanece viva: los hombres del PP son los herederos de una tradición centralista. El rechazo de Fraga del título octavo de la Constitución fue el momento culminante de esta cultura. Pero la guerra lingüística es percibida en Convergència como un episodio más de viejas discrepancias.

Pujol se sitúa además en el polo opuesto. Los nacionalistas son refractarios a la idea de España, piensan que no existe una, sino cuatro naciones: Castilla, Cataluña-Países Catalanes,Galicia y Euskadi, cada una de ellas con su cultura perfectamente di ferenciada. Por eso prefieren hablar del "Estado español". La prevención del PP ante semejante planteamiento es obvia. Para José María Aznar, no obstante, mejorar su arraigo electoral en Cataluña se convirtió hace tiempo en un asunto vital. Durante años vio cortado su ascenso electoral por tres agujeros negros: Andalucía, Euskadi y Cataluña.

Mejorada su posición en Andalucía y Euskadi, sólo quedaba Cataluña, donde se eligen 45 de los 350 diputados. Por esa razón ha multiplicado sus viajes a Barcelona y fichado a Trias de Bes, un hombre del catalanismo, para dar otro tono a su partido. Algunos electores piensan, además, que ya resulta útil votar al PP, vistas sus expectativas en, España. Los caminos de Aznar y Pujol empiezan a acercarse.

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