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Reportaje:PLAZA MENOR - EL BOALO

La sierra gris y blanca

La casa consistorial de El Boalo es un edificio de nueva planta y peculiar arquitectura que aglutina en su construcción el granito y la madera, materiales nobles y característicos del Guadarrama, espinazo silíceo de la Península, hirsuto de pinares en sus crestas y tapizado de praderas y dehesas en el pie de monte, tierra de pastores y boyeros. Boalo -dice Jiménez de Gregorio- podría ser sincopación de boalage, con el significado de buey, dehesa. Aunque otras etimologías, recogidas por el mismo autor, lo hacen derivar de San Baudilio, que es San Boal en Burgos y en Asturias y San Boil en el calendario mozárabe del siglo XI. Por si fueran pocas opciones, el minucioso cronista apunta también la posibilidad de que el nombre provenga de búdado, bodón, que vive en el agua, espadaña.Bodones (charcas), dehesas y bueyes salpicando el paisaje serrano de este contorno, que poco a poco ha ido derivando de la ganadería al turismo como principal fuente de recursos. El Ayuntamiento de El Boalo engloba un triángulo de piedra y verde cuyos vértices son los núcleos de El Boalo, Cerceda y Mataelpino, estos dos últimos administrados por sendos tenientes de alcalde de una corporación que dirige desde las últimas elecciones la alcaldesa independiente Carmen Díaz Carralón, cuya candidatura desbancó a la del PP, antes mayoritaria en el Ayuntamiento. Un lapsus en la presentación de los presupuestos, en los que no figuraban las cifras correspondientes a cada una de las partidas, azuzó las críticas de la oposición recién desplazada y avivó la polémica municipal. Un simple falló sin intencionalidad alguna según los gobernantes, que subsanaron inmediatamente el error; una añagaza política según sus contrarios, que aspiran a recuperar el mando sobre un electorado casi partido por la mitad entre independientes y populares. Someras incidencias en una administración difícil que gestiona los intereses de 2.477 habitantes repartidos entre los tres núcleos.

Mataelpino fue antes Mataelespino, pero las ganas de sincopar y el prestigio del árbol frente al arbusto borraron la memoria de este último de la toponimia, a mayor gloria de una conífera perennemente ver de que siempre gozó de muy buena prensa entre los veraneantes de la capital; ellos hicieron de los pinos de la sierra paradigma de atmósfera saludable, de aire puro capaz de curar los resentidos bronquios ciudadanos y estimular el apetito de niños y ancianos. Los pioneros del excursionismo serrano cambiaron, al paso de los años, las botas Chirukas y la tienda de campaña por el coche y el hotelito de la sierra. Así ocurió en Mataelpino y en Cerceda, que unos dicen venir de cereceda o cerezal, lugar de cerezas, y otros, más aficionados al latín, de cercedul, que en latín vulgar significa garza, ave acúática frecuentadora de pastos y dehesas. En la zona de Cerceda resisten al adosamiento que marcan los tiempos antiguos hoteles con ínfulas de palacete, con jardines que quisieron ser parques, recios castilletes edificados por la burguesía urbana y capitalina de antes de la guerra, o por nuevos ricos surgidos después de ella. Un muestrario ecléctico que incluye algunos ejemplos de notable belleza arquitectónica en un muestrario de pretensiones, extravagancias y mal gusto. Un mal gusto que muchas veces se hace perdonable en la decadencia que cubre de piadosa y contumaz hiedra los muros de granito y de malas hierbas los geométricos parterres. La noble piedra de Guadarrama, telón de fondo del afamado horizonte de la capital, musa de los matices velazqueños y de los poetas castellanos. Este es el Guadarrama "viejo amigo", "la sierra gris y blanca" que Antonio Machado veía en sus tardes madrileñas "en el azul pintada".

En los bares de El Boalo, un bando municipal pone en guardia a los vecinos sobre la peligrosidad de las adelfas, verdes todo el año, de flores rosadas, venenosas y líricas, que se recomienda podar en fincas, jardines y senderos. El Boalo en invierno es un pueblo tranquilo y silencioso; cuando los ajetreos estivales terminan, y los veraneantes hacen sus maletas, las empinadas calles recuperan su placidez de antaño. Es otoño, subraya una llovizna débil y espaciada, como si las nubes dubitativas no se decidieran a descargar su precioso líquido sobre los campos. En otoño e invierno, los bares de El Boalo, sin estruendos, ni aglomeraciones, vuelven a ser los centros de la vida pública del pueblo, lugar de encuentro y de tertulia de la parroquia local.

A la hora de comer, en Don Baco sirven uno de los cocidos más rotundos y mejor surtidos de la provincia, asados de cordero y cochinillo y, por supuesto, rojas y generosas carnes de vacuno, orgullo de la cabaña local. La hostelería y el turismo se han convertido en las principales fuentes de riqueza de la zona, pero aún quedan de 8.000 a 10.000 reses pastando en sus dehesas. La agricultura ha quedado prácticamente reducida a las huertas familiares, y la industria cuenta con una fábrica de piensos, varios talleres de cerrajería, y, en Cerceda, con las empresas dedicadas al granito, a la transformación en lápidas y bloques de la piedra de las canteras cercanas. Cerceda tiene una bella iglesia de estilo gótico-abulense, con aires de fortaleza, edificada en tiempos de los Reyes Católicos, con su inevitable retablo barroco de madera policromada, obra de Alfonso Román. En El Boalo, el templo parroquial es del siglo XVII, y en Mataelpino es una iglesia moderna edificada por los vecinos del pueblo sobre las ruinas de la anterior. Por los alrededores de estos pueblos se han encontrado numerosas tumbas antropomorfas árabes y visigodas que dan fe de la prosapia de estas villas serranas, más alejadas de Madrid de lo que debieran para sus habitantes no motorizados por unos transportes colectivos insuficientes. Éste es uno de los problemas urgentes del pueblo, opina Octavio, joven e informado funcionario municipal que atiende al cronista forastero con profusicón de datos sobre los tres núcleos de población.

En Cerceda hay una biblioteca y funciona una flamante coral, y en la casa de cultura de El Boalo se puede aprender aerobic, artes marciales, cerámica o informática. Cuando se le pregunta a Octavio por algún rito tradicional que aúne a los tres pueblos, responde inmediatamente que sin duda es la caldereta de los novillos y los toros estoqueados en las fiestas de verano. Son muchos los santos protectores de esta parte de la sierra, que celebra con fiestas de mayor o menor importancia a san Isidro, san Sebastián, san Bartolomé y san Fermín. Por coincidencia de fechas a los encierros de El Boalo, comenta con orgullo el funcionario, se les conoce como el San Fermín Chico.

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