Un pincel mágico pinta la realidad
No siempre el teatro para niños se ocupa de aspectos o contenidos sociales con acierto. Más bregado en ocuparse de cuestiones de ámbito privado como los propios sueños, los miedos o las fantasías infantiles, es frecuente que resulte torpe al adentrarse en el terreno de lo social. Así es que la naturalidad (que no está relacionada con la calidad del resultado) con la que se abordan aquellas cuestiones se vuelve pesadez al abordar éstas. Pesadez multiplicada si el afán de hacer explícito el mensaje (por ejemplo, la tan socorrida advertencia a los niños del uso excesivo de la televisión) atenta contra toda lógica artística y se convierte en un panfleto.Afortunadamente, ésa es la regla, a la cual se enfrentan cada vez más honrosas excepciones. La obra El pincel, del Théâtre de la Guimbarde-Théâtres del Jeunes de la Ville de Bruxelles, que se presenta dentro de las Semanas Internacionales de Teatro para Niños, es una.
El pincel rompe, además, otra costumbre que se ha convertido en norma: el protagonista de la historia no es un niño, sino un adulto. Me-Liang es un copista chino que vive casi aislado; sus escritos, los libros de la biblioteca y el pensamiento de Confucio constituyen su mundo hasta que el poderoso señor Wuang prohibe la escritura para impedir la crítica a su poder absoluto.
Salida mágica
La censura, las dictaduras, la miseria son, por tanto, temas tratados en la obra que, sin embargo, da un giro inesperado en el discurso e introduce elementos mágicos para la resolución del conflicto. Un espíritu, representado mediante técnica de luz negra, entrega al copista sometido a trabajar en los arrozales un pincel que hará real todo lo que con él se pinte. Los creadores del espectáculo defienden que dejar lugar a lo imaginario no significa manipular al niño introduciéndole en un mundo irreal, sino en un mundo donde la magia permita pensar que siempre hay salida a una realidad agresiva y cruel.Lo cierto es que, si la magia es necesaria para poner fin inmediato al malvado Wuang, el copista, y con él la compañía belga, opta por depositar su verdadera confianza en el ser humano. Al final, después de crear la tempestad que pone fin a la vida del dictador (en una escena de gran belleza que bien pudiera estar inspirada en la pintura romántica), Me-Liang rompe el pincel.
Hay que señalar el buen trabajo de los cuatro actores, entre otras cosas porque fue capaz de reconducir a un público despistado que, en los primeros minutos de la representación (exclusiva para colegios), se empeñaba en reír cuando no tocaba. Posiblemente también contribuyó a ello la austeridad escenográfica que permite el brillo de algunos recursos como el dragón, las velas del barco o los abanicos.
El pincel. Centro Cultural de la Villa, Sala 1. Metro Colón. Día 19 a las 16.30. 600 pesetas. Venta en taquilla de 11.00 a 13.30 y de 17.00 a 20.00.
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