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Crítica:'NUNCA ES TARDE'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un patetismo conmovedor

Tele 5 se acaba de sumar al alud de confesiones y amagos de redención que protagonizan, en otros canales, esos españoles que disfrutan lavando su ropa sucia en público. Lo ha hecho con Nunca es tarde (miércoles, 22.15), un espacio presentado por Ana Rosa Quintana. El esquema es conocido: alguien se arrepiente de algo y quiere que todo el mundo se entere y le perdone. En este caso, se trata de gente que quiere hacer las paces con alguien que no les dirige la palabra desde hace tiempo. Ana Rosa Quintana les escucha, les obliga amablemente a desembuchar y todo acaba con la ansiada reconciliación.El pudor es una virtud en desuso, y cada vuelta de tuerca audiovisual al exhibicionismo sentimental nos confirma en esa creencia. No sé por qué cierta gente gusta de mostrar sus miserias a millones de conciudadanos, pero supongo que deben encontrar en ello algún consuelo. El único que le queda al teleespectador es que sus historias no sean un completo latazo.

En la primera emisión de Nunca es tarde hubo dos tipos de cochambre humana. Una de ellas, la más light, la protagonizaron una niña que deseaba que sus dos mejores amigas del colegio volvieran a dirigirse la palabra y una anciana que se había olvidado de invitar a su sobrina al entierro de su marido. Las dos se expresaban en un castellano incomprensible, pero consiguieron sus objetivos. La parte hardcore del asunto como a cargo de una señora cuyo hermano no le hablaba desde que ella se lió con su tío de un caballero obeso que pedía perdón a sus padres por haberse pulido 20 millones de pesetas en 10 años a causa de una ludopatía atroz.

Estos dos casos tenían un punto siniestro que los hacía, en la vulgaridad de su horror, levemente interesantes. Los hermanos que se querían con locura hasta que se metió su tío por enmedio permitían todo tipo de conjeturas morbosas. El gordito que encontró en el bingo la amistad y la ternura que la sociedad (especialmente el sector femenino) le negaba aparecía conmovedor en su patetismo.

Nosotros podíamos seguir tan tranquilos sin conocer sus historias. Ellos, probablemente, no. En vez de pedir perdón directamente al interesado o recurrir a un intermediario humano, optaron por a televisión. Tal vez porque, para ellos, en el mundo moderno, donde esté la televisión que se quiten los curas, psiquiatras, vecinos, parientes e incluso los amigos.

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