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Rushdie, un turista cualquiera

El escritor visitó los museos y recorrió Madrid en medio de la solidaridad de la gente

Andrés Fernández Rubio

¡Hola, Salmán!". El escritor Salman Rushdie toma un refresco al aire libre en la terraza José Luis de Madrid; un joven lo saluda desde su bicicleta en marcha; firma 15 ejemplares de su nuevo libro, El último suspiro del Moro, en la librería Crisol, y recibe el apoyo a su causa de perseguido político por muchos visitantes del Museo Thyssen. Un recorrido como ciudadano de a pie que terminó ayer por la tarde al pie de Las Meninas, en el Museo del Prado.Pocas veces se le había visto a Salman Rushdie tan relajado, sonriente y agradecido. "Siempre he sido muy aficionado a esta ciudad", dijo, "y la respuesta de la gente ha sido increíble para mí, ya que he percibido una enorme solidaridad. Gente que ondeaba su mano desde la bicicleta, gente que se acercaba a mí para presentarme a sus hijos. Me ha conmovido esa sensación de cálida amistad".

Pero aunque la imagen de, Rushdie caminando se asemejara a la de un turista cualquiera, a su pase, se movía un complejo dispositivo de seguridad. Desde hace siete años, cuando el ayatolá Jomeini publicó un decreto religioso (fatwa) que lo condena a muerte por blasfemia a causa de su novela Los versos satánicos, el escritor ha disfrutado de muy pocas jornadas como la de ayer. El propio Rushdie, experto ya en temas de seguridad, detectó en su paseo por el parque del Retiro a una mujer de rosa que lo seguía y pidió que se le informara de si formaba parte del equipo de seguridad, como, efectivamente, así era.

En este parque, con gafas oscuras, el escritor pasó casi desapercibido y pudo disfrutar de las atracciones. "Había estado en el Retiro hace muchos años y no recordaba tal profusión de actores, saltimbanquis y payasos", afirmó el autor angloindio. "Me ha recordado a algunas zonas de la India, donde también se suceden las actuaciones en la calle. Ha sido el paseo perfecto para una tarde de domingo".

En el Museo Thyssen concentró la atención de los visitantes, y tuvo que firmar numerosos folletos de pintura y hasta un libro de otro autor. Un hombre le estrechó la mano y le dijo: "Te felicito por su coraje".

Rushdie se detuvo en el Autorretrato de Rembrandt, y el Arlequín de Picasso. En el Museo del Prado, cerrado al público en la tarde de ayer y donde estuvo acompañado por la ministra de Cultura, Carmen Alborch, se maravilló con la sala de Velázquez y con el Perro semienterrado, de Goya. Cuando se le pidió posar junto a las majas, soltó una carcajada. Junto a esas mujeres parecía feliz.

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