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¿Desintegración política en Francia?

Puede que Francia esté viviendo solamente un periodo de decepción. Chirac le habló con un lenguaje voluntarista, casi populista. Se esperaban de él medidas espectaculares, un repunte del empleo, una bajada de los impuestos, ¡qué sé yo!,y no sle ve venir nada de eso, salvo el reinicio de los ensayos nucleares, que está tan alejado de las prioridades de los franceses que provoca más una indiferencia hostil que una oposición, abierta. La decepción es tan grande que la opinión pública se deja arrastrar, por ruidos de escándalo que son manifiestamente excesivos. Puede que después de la decepción venga, en. efecto, el periodo de la paciencia desencantada, más soportable porque. no aparece ninguna sirena en las aguas pantanosas de la política francesa.Pero esta explicación trivial podría estar equivocada. La ruptura entre la sociedad y la clase política es tan completa qu e ya casi no llama la atención; el Frente Nacional y una parte de la derecha expresan el rechazo de una gran parte de la opinión pública hacia Maastricht y el pensamiento único, es decir, la sumisión completa de la política francesa a las exigencias de la in tegración europea. En la izquierda, de forma paralela, el único objetivo expuesto claramente es la defensa del sector público y sus ventajas corporativas, al mismo tiempo que Crédit Lyon nais, Air France y muchas otras empresas sólo sobreviven gracias a subvenciones públicas masivas.

En lo que al Gobierno se refiere, la ruptura también es grande: el Estado sólo habla de sí mismo, de su déficit, del descenso de los ingresos fiscales; ni siquiera habla. ya del paro o de la. producción. ¿Qué tiene de extraño, en estas condiciones, que los franceses -a falta de algún discurso político convincente o seductor- se replieguen hacia su vida privada o su miedo a los atentados?

Lo que impide que esta enfermedad sea crónica, y puede convertirla en aguda es que, los plazos europeos se han acercado mucho: en dos años, el déficit presupuestario deberá haber bajado del 5% del producto interior bruto (PIB) al 3%, lo que supone el riesgo de imponer un frenazo brutal a la economía y congelar todos los proyectos de reformas o de nuevas iniciativas. La situación es más explosiva en Francia que en otros países, porque Francia pretende ser uno de los líderes dé la integración europea y soporta el peso del marco fuerte, mientras que los ingleses, los italianos y los españoles han aceptado, unas devaluaciones realistas. La política francesa es prisionera de la imagen que tiene el Estado de sí mismo y de su grandeza; al mismo tiempo, los franceses se sienten ajenos a la política y al Estado, a los que ya no reconocen legitimidad social, lo que se traduce en el estribillo fácil de "son todos unos ladrones".

Nadlie puede rechazar seriamente la entrada en una econommía internacional abierta y en una Europa adaptada a ese contexto mundial, pero es erróneo y peligroso creer que la, política debe reducirse al no intervencionismo o, por el contrario, que se puede, seguir defendiendo una concepción del Estado que está en contradicción con la nueva situación económica. En Francia ocurre lo segundo. Si tuviéramos un Estado ultraliberal, como el que soñaba Madelin, se produciría un enfrentamiento político que podría despertar a la opinión pública; pero en Francia todos quieren tener al mismo tiempo una economía liberal y un Estado intervencionista. Se acerca el momento en que esa contradicción se hará insoportable. En ese momento, que llegará antes de 1998, será posible: una desintegración política.

La contradicción latente entre el Estado y la sociedad ya provocó en Francia dos desintegraciones, la crisis nacional de 1958 y la crisis social y cultural de 1968. En la actualidad, la desintegración posible no es nacional ni social, sino política. Es la forma extrema de esa crisis de representación que afecta a Italia o España tan intensamente como a Francia, pero que naturalmerte adopta formas más extremas en Francia, donde el Estado ha sido siempre una parte fundamental de la identidad nacional y social. La crisis francesa se debe a que todas las comunicaciones entre el Estado y la sociedad han desaparecido o están bloqueadas:, partidos políticos, sindicatos, intelectuales... Sólo la prensa, es una excepción parcial. Mientras, la mayoría de los franceses defienden al mismo tiempo el Estado protector y el mercado abierto. Ahora que se han disipado las ilusiones del comienzo del periodo de Mitterrand y han desaparecido igualmente las ilusiones opuestas del periodo- de Balladur -las, de una política reducida a una lógica económica y a la esperanza en el auge del mercado mundial-, Francia se encuentra con la necesidad de tener una política al mismo tiempo económica y social, mientras que en el pasado alternaba periodos de irracionalidad económica con políticas de reacción social.

Para elaborar soluciones nuevas, está constreñida entre una derecha dominada por los pequeños empresarios próteccionistas y una izquierda.dominada por los asalariados del sector público, es decir, por sendas expresiones del Estado antiliberal, en el momento preciso en que las exigencias de la internacionalización económica piden una política de competitividad pero también de refuerzo de una integración social amenazada por el aumento de las desigual dades. Ésa es la situación para dójica que vive Francia. El Estado es el portador de la lógica liberal, y la sociedad civil, es decir, los grupos de intereses, son les que acuden al Estado para que les proteja contra los efectos de la apertura económica, y no para que gestione equitativa mente los nuevos problemas.

El Estado es liberal de farma voluntarista y la sociedad es proteccionista. Esta situación pasó factura al Partido Socialista. Al aceptar valientemente llevar a cabo una política ortodoxa, perdió su electorado y llegó incluso a colocar a la cabeza del, partido -durante unos meses- a un, arqueosocialista cuya elección sólo indicaba que el Partido Socialista ya no aspiraba a ejercer el poder. En un futuro próximo, lo más probable es que la crisis sea limitada a costa de la desaparición o de la fuerte disminución del poder presidencial. La próxima cohabitación ya no sería la del gato y el ratón, sino la de un monarca constitucional y un jefe de Gobierno con la parte. esencial de los poderes. Pero una solución aguí supone que el PS se transforme, que deje de ser un partido de funcionarios y siga claramente la vía indicada desde hace mucho por Michel Rocard y Jacques Delors, que, como se sabe, no son mayoritarios en su partido.

Resulta difícil ver cómo se podría evitar una profunda redistribución de las cartas políticas, Y. por tanto un periodo de inestabilidad política, si no existe una mayoría claramente constituida; la situación sería semejante a la que vive el Reino Unido, paralizado por el conflicto de eurófilos y eurófobos en el seno del Partido Conservador. Los británicos, al menos, tienen un recurso: votar a Tony Blair y a un Partido Laborista liberado del pasado. Eso indica claramente la necesidad que tiene Francia de dotarse de un partido de oposición que acepte claramente el sistema económico internacional y de un partido de derechas que refuerce el dinamismo de los sectores económicos que lo apoyan.

El voluntarismo del Estado francés no ha tenido sólo efectos negativos, y todos los europeos se han visto beneficiados por él, pero es imposible hacer entrar a' rancia en el nuevo orden internacional sin transformar su. sistema político, -en el sentido más amplio de la palabra-, que ejerce todo su peso contra dicha integración e impone al Estado unas exigencias y presiones a las que no puede resistirse, pero que ponen en peligro su propio equilibrio y el dinamismo de la economía.

Por eso es previsible una crisis importante del sistema político. Se habla con demasiada frecuencia de la crisis del Estado y de su burocracia, e incluso del carácter oligárquico de su reclutamiento. Es un contrasentido: el Estado ha cumplido bastante bien su tarea de apertura internacional de la sociedad francesa; ha sido proeuropeo y ha pensado que la apertura económica despertaría a unas empresas dominidas por el proteccionismo. Son los partidos políticos los que caminan a contrapelo, y es a ellos a quienes la opinión pública rechaza con razón, aunque exprese su rechazo con un lenguaje más moralizador que propiamente político.

Por eso no veo de dónde podría venir una crisis del Estado, mientras que es visible en todas partes una crisis de los partidos y de la representación política. Ahora es necesario que la opinión pública y el conjunto de la sociedad actúen en función de la situación en que se encuentran; el voluntarismo estatalista ya no es suficiente, e incluso se ha vuelto peligroso. Cuando el espacio europeo común y la moneda única eran perspectivas lejanas, el Estado podía comprometerse en nombre de una sociedad que en realidad se mostraba reticente e incluso temerosa. Ahora, es el conjunto de la sociedad el que debe entrar en el nuevo marco. Se descubre entonces la importancia de las resistencias, y se ve que sólo pueden ser superadas mediante una política social activa.

Corresponde a los partidos sustituir una política conservadora o reaccionaria -tanto en la derecha como en la izquierda- por una política de reformas: el Estado debe dejar de defender a los grupos de presión y las corporaciones; debe dejar de defender su papel de empresario, porque tiene que consagrarse a objetivos sociales: luchar contra la desigualdad y la exclusión. Nada indica que una mutación semejante pueda correr a cargo de los propios partidos, así que hay que dar la señal de alarma y reflexionar desde ahora sobre la forma de limitar o evitar una desintegración política que desgraciadamente es posible.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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