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COMPETICIONES EUROPEAS: LIGA DE CAMPEONES

La, noche de Raul

El joven delantero madridista lanza al equipo a una goleada de escándalo

Santiago Segurola

El Madrid despejó su camino en la Copa de Europa con una goleada a la antigua. Corrió a goles al Ferencvaros, pero principalmente alegró la vida de su hinchada, que va triste en estos días. El triunfo añade más crédito al Madrid, a pesar de la debilídad de los húngaros, y le pone fuera del estado de emergencia que ha vivido hasta ahora. O no, porque la debilidad institucional del Madrid es tan grande que el club vive al día, expuesto a cualquier derrota como si fuera el fin del mundo. Así resulta muy difícil jugar con propiedadEl partido perteneció al Madrid, que se dio un banquete de euforia, pero la noche fue de Raúl. La hinchada celebró sus goles, aclamó sus jugadas y coreó su nombre. Con razón. Esta vez todos los aficionados se pusieron de acuerdo, porque hay algunos que toman el fútbol con las manos y sin servilleta. Les gusta la obviedad de la fuerza bruta, del choque y de sudor, de los gestos machotes, de las formas poco civilizadas de jugar al fútbol. Para esta gente, Raúl es un fútbolista dudoso. Mírenle: bien flaco, apenas media libra de huesos, la figura un poco desgalichada, a la manera de Gordillo, las piernas zambas y la cara de pícaro, del chico que ha crecido en el arrabal y se maneja intuitivamente, como se supone que hacía en el barrio, donde las cosas nunca son fáciles. Los partidarios- del fútbol percherón le encuentran sospechoso de debilidad, de juventud, de exceso de ingenio, porque esta gente se desconcierta con las aventuras de los talentos puros. Pero la verdad del fútbol está en Raúl, un futbolista maravilloso y una bendición para el Madrid, que ha encontrado una mina de oro.

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En cualquier caso, es obligatorio señalar que Raúl también cumple con nota todos los deberes y obligaciones que exigen los abanderados del sacrificio y todo eso. Pocos futbolistas hay tan generosos en la presión sobre el rival y en el desgaste físico. Más ahora, que juega de volante de enganche, veinte metros por detrás de su posición natural, obligado a participar en el minucioso trabajo de tejer el juego y a procurar la máxima libertad para Laudrup, su antecesor en el cargo de media punta. Ahora Laudrup va por libre, sin otra obligación que tirar de su talento al borde del área. Y el que le protege es Raúl, que puede con su trabajo y un poco más. Es decir, a su condición de volante añade el valor del gol. Unidas todas sus cualidades -incluido su carácter ganador- estamos ante un futbolista especial, uno que desequilibra. Ahí está el Ferencvaros para comprobarlo.

Cada una de sus intervenciones tuvo un detalle de ingenio, sobre todo en la vaselina que levantó sobre el portero en el tercer gol y en un pase ciego a Laudrup en la segunda parte, un pase impensable para los fútbolistas comunes. Como además vivió en estado de gracia, participó decisivamente en cinco de los goles madridistas. Marcó tres, todos impecables, y dejó dos al que pasara por allí, Zamorano concretamente. Lo hizo en una noche difícil, ahora que el madridismo está enfermo de sensibilidad. Una hora antes, Alfonso había marcado dos goles en Alemania y ya se escuchaban opiniones contrarias a Raúl, un jugador que tiene menos mano con los Ultras Sur. Pero cuando terminó el partido, Raúl era el héroe de un equipo que había brindado una gran noche en Chamartín. Los aficionados salían felices, las problemas olvidados y las jugadas de Raúl en la cabeza, para soñar hasta el domingo.

El chaparrón madridista fue constante. Desde el primer momento tomó conciencia de su superioridad y no hizo otra cosa que manifestarla con goles y juego. Enfrente, el Ferencvaros, el espectro de aquel fútbol húngaro que asombraba por su magisterio. Ni un gramo de la leyenda de Puskas, Boszik, Albert, Bene y Dunai. Un fútbol chabacano y desordenado, la presa más fácil para cualquier equipo con ambicion y juego. El Madrid tuvo ambas cosas. No cayó en el error que le costó su estridente eliminación frente al Odense y puso desde el principio las condiciones para la goleada: impuso la ley, estuvo atento, no se abandonó a ese ritmo falso que tanto gusta a los equipos del Este y jugó con la contudencia que se requiere en la Copa de Europa. Los goles llegaron por efecto de la lógica. El Ferencvaros no tenla ninguna oportunidad frente al Madrid, que jugó bien de primeras, antes de entrar en el lujo que le permitía el resultado y su rival. La satisfacción comenzó a extenderse en los graderíos, hasta el punto de producirse una extraña sensación. El campo, que estaba semivacio en los primeros minutos, comenzó a llenarse, como si cada gol provocara una convocatoria de urgencia. Debía ser que la gente engordaba de felicidad y donde parecía que había dos aficionados sólo había uno, pero bien orondo: gordo de alegría y esperanza.

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