El último tren
Martín Fiz probó en el maratón como recurso para prolongar su vida deportiva
Martín Fiz era un mal jugador de fútbol. Todo lo contrario que su gran amigo Valverde. Por eso uno lo dejó y se hizo atleta, y el otro se convirtió en profesional de Primera División. No le fue mal al principio: se proclamó campeón de España júnior en 5.000 metros. Vio que su futuro estaba ahí y comenzó a tomárselo en serio. Corría 3.000 metros, 5.000, 10.000, saltaba obstáculos y competía en el cross. Picaba en todas las pruebas, pero no acababa de dominar ninguna.Con 26 años (era 1989) Martín Fiz se hizo fijo en la selección española de cross; no es que ganase a los africanos, pero entre los europeos siempre quedaba bien. Cuando el Mundial se celebró en el País Vasco, en Amorebieta, quiso echar el resto. El césped del circuito se lo cortaron incluso a su gusto, pero aún así no pudo ser más que 14º.
Quedó algo desengañado, porque entendió que progresar más ya le iba a ser imposible. Tenía 30 años, había disputado un Mundial de cross en su tierra y en la pista, como corredor de 5.000 metros, sólo había sufrido desengaños: abandono en los Europeos 90 y eliminado en los Mundiales 91 y Juegos Olímpicos 92. El panorama en la élite no podía ser más negro. Todo parecía terminado para él. Sin embargo, aún quedaba un camino, un enorme camino hacia los triunfos y la gloria.
"¿Por qué no pruebas?"
"Oye, y ¿por qué no pruebas en el maratón?" le dijo un día Sabino Padilla. Ambos, de Vitoria, mantenían cierta relación y el doctor, ya por aquel entonces médico de Induráin y del Banesto, le preparó un plan de entrenamiento, acorde con sus facultades, que consideró extraordinarias para rendir en las carreras de ultrafondo. Como fondista podía resultar del montón, pero corno maratoniano, un superclase. El trabajo de base ya lo tenía, no había más que explotar su resistencia para que en el maratón tuviera un efecto devastador.Los resultados del pulsómetro que utilizaba en los entrenamientos y los análisis de lactatemia que le practicó en pleno esfuerzo sacándole sangre, confirmaban que Fiz podría ser capaz de correr a velocidades de vértigo para tratarse de una prueba en la que hay que hacer 42,195 kilómetros. Ahora sólo faltaba probar de verdad.
Martín Fiz se fue a Helsinki en el verano de 1993 para participar en el maratón popular. Allí no tendría presión ninguna, ni nadie se enteraría. del ensayo si saliera mal. Ganó y pudo además amortizar los gastos del viaje con los premios y las invitaciones que le surgieron. Perfecto. Se haría maratoniano.
Al año siguiente se fue a Boston y estableció el récord de España. Quedó seleccionado para los Campeonatos de Europa, casualmente en Helsinki y volvió a vencer. Y de qué forma. Fue el líder indiscutible del triplete histórico del atletismo español no ya en la prueba más agónica e histórica del deporte rey, sino en cualquiera. La imagen de los tres españoles abrazados tras su hazaña dio la vuelta al mundo.
Ya no era un juego. Con tan sólo tres experiencias en el maratón había conseguido más que en trece años de atleta de cross y pista.
Podía conseguir más todavía. Esta primavera viajó a Rotterdam para participar en una de las más prestigiosas maratones del circuito internacional y ganó de nuevo, con un nuevo récord de España (2.08.57 horas).
200 por semana
La victoria y la marca le dieron tanta confianza que comenzó a preparar los Mundiales con ambición, a razón de más de 200 kilómetros por semana. El resultado de los entrenamientos era espectacular. Un día se le acercó Padilla y le dijo: "Martín, puedes ganar; eres capaz de correr el maratón a menos de tres minutos cada kilómetro. A ese ritmo vas a destrozar a cualquier rival".Entonces Martín Fiz hizo la bolsa, dio un beso a su hijo Alejandro, de tres años, y le prometió traerle una medalla mucho más gorda que la del año pasado. Ya su esposa, un Mercedes. Misión cumplida. Ya lo ha conseguido.
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