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Tribuna
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Creo en la justicia

Cuando la gente, atrapada en los entresijos judiciales, dice que cree en la justicia, sobre todo si lo dice públicamente, no sé cómo interpretarlo, porque esas manifestaciones abstractas, fervorosas, que tienen también significación política (creo en esta institución, aunque de otras habría mucho que decir) suelen torcerse, en boca de los mismos decidores, cuan do el juez o tribunal de turno hacen o afirman lo que al sujeto no place. Y no es extraño que aquellos actos de confianza se truequen en críticas al juez. Esa manifestación de fe, se inserta, a veces, en claros designios de manipulación.No me atrevería, ante un concreto asunto, a expresar fe abstracta en la justicia; todo lo más, ferviente deseo, o sea voluntad de creer; pero fe, es mucho decir. Antes de hacer proclamación alguna procuraría enterarme de quién es el juez, y cuál es su curriculum, o cómo es ese concreto Tribunal, o ponente, o como se las gasta el fiscal, o el abogado de la parte contraria, y que es lo que los medios de opinión han dictaminado en el caso (con anticipación y escasas o nulas pruebas, por supuesto), y cómo éstas y otras circunstancias pueden influir en el juzgador. Además, la sabia prudencia del sistema, con su ramillete de recursos y otras agarraderas, puede hacer la fe más certera, aunque quizá a largo plazo, cuando unos protagonistas judiciales sean sustituidos por otros de superior rango. Pero esto de la justicia no es cuestión de fe, sino de obras, de obras judiciales; y hay que atenerse, si se es prudente, a las miserias o grandezas de cada circunstancia.

Tampoco me atrevería, sin embargo, a denigrar públicamente a un juez, por el. hecho de que sus actos o decisiones vayan contra mis intereses, mi pasión, o mí criterio. Precisamente porque los jueces no son, por desgracia, perfectos, pueden ser criticados, o, mejor que los jueces, sus actos o decisiones. Los profesionales del derecho lo hacen contínuamente, en los propios vericuetos procesales, o exteriormente, con críticas, a veces, durísimas; y así debe ser. Y todos lo sabemos.Pero denigrar a un juez en el ejercicio de su cargo, por presunciones, sin pruebas (pruebas), y con sustitución de la crítica de la decisión por la destrucción pretendida de su autor, al que se atribuyen, en ocasiones, actitudes incompatibles con la función misma que desempeña, o constitutivas de delito mondo y lirondo, es actitud no tan infrecuente, y creo que, ésa sí, es un atentado contra el sistema de justicia de que disponemos.

Decir que un magistrado (Barbero, por más señas) ha desarrollado el sumario de Filesa al servicio de intereses electorales partidistas es, como se comprende, algo más que un desahogo malhumorado; es tanto como negar a ese juez el mínimo para ejercer su función, que no es la sabiduría, ni la diligencia, ni la prudencia, sino el supuesto mismo de la legitimidad judicial, que es la independencia y la dignidad. Decir que un juez (Garzón, por ejemplo) ha tomado decisiones por venganza de ambiciones frustradas, o. por designio conspirativo político, es predicar de ese juez la mayor indignidad posible, su mayor incapacidad, el intrínseco carácter injusto de su actuación. Y Barbero, y Garzón, y otros muchos, son criticables; pero una campaña de descalificación personal para demostrar la inocencia de un presunto reo es algo que, si no va acompañado de pruebas al canto, hace imposible la convivencia institucional normal. Además, es un modo de convertir a los jueces en héroes, caídos o no, un desastre, se mire por donde se mire.

Y no es que los jueces sean específicamente más respetables. Cualquier ciudadano, en su función, lo es; ésta de los jueces es delicada y toca zonas sensibles. Pero si alguien no pone remedio, juez o no juez, se acabará introduciendo una nueva forma de conseguir decisiones judiciales favorables y de destruir, de paso, las bases de la confianza institucional: el insulto público al juez, que crea tensión, supongo, o miedo, o aburrimiento, cosas, todas ellas, no previstas en la Constitución como aditamento de las acciones judiciales. Qué quieren que les diga: estoy contra el insulto como modo de lucha social y política; incluso, miren qué cosas, el insulto a los jueces; y luego, eso si, a defender la democracia, que nos la lastiman.

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