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Tribuna
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Fútbol

Juan Cruz

Compran y venden jugadores; los insultan o los adoran, de acuerdo con los tantos que encajan o según los goles que marcan. Los aman porque son negros, o rubios, pero de pronto los insultan porque son negros. Se enamoran y se desenamoran a capricho, según triunfen o no las pantorrillas. Ellos nunca se equivocan; en la tribuna, enarcan las cejas o muestran ese aire altanero y triunfal que tienen los que siempre parecen haber previsto los fallos o los aciertos de los otros. Pasa en la vida y pasa en el fútbol. Los entrenadores les duran lo que les dura el éxito, y cuando el equipo empieza a fracasar se deshacen de sus fichas como quien descarta calderilla. Han trabajado sin otro control que el de su libre albedrío han formado una y casta de dinosaurios que se define por algunos de los elementos célebres enquistados en las filas de ese multitudinario club de los directivos: Ruiz-Mateos, Jesús Gil, Cuervas, Roig. Les ríen las gracias, porque son carne de declaración, y media España vive pendiente del "y tú más" que, es cada domingo por la noche la capacidad de algunos de ellos para insultar a árbitros, jugadores o entrenadores. A los que se equivocan. A veces hacen incursiones en la política, y entonces se arrellanan en sus sillones fofos y pontifican contra esto y aquello como si fueran los primeros enterradores de lo que ellos mismos consideran un país putrefacto. Se han pasado la vida teniendo razón, culpando a todo Dios, como españoles de antes, con su puro y con su pasacorbatas. Ahora, por fin, han recibido el varapalo de la ley, y han huido despavoridos de la afición que nunca supo antes tan bien como ahora que los equipos también descienden por culpa de sus directivos. Ya era hora de que los jugadores y los entrenadores vieran por fin cómo pierden, y cómo se equivocan, los que siempre les han mandado.

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