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¿Induráin?

Nunca un triunfo semejante fue acogido con semejante indiferencia. No hay fiebre Induráin en España. ¿Recordáis lo que hubo con las pantorrillas de Arantxa? No hay muñequitos con su cara, ni llaveros, ni pins, ni cromos, No se ha visto chica alguna en las fiestas nocturnas y tostadas sólo vestida con su maillot jaune. Los niños querían ser como Magic Johnson o Arconada: nadie quiere parecerse a Induráin en España. No disimule ninguno ahora. Ni siquiera, disimule la pareja que retransmitió el Tour por la tele: con quien disfrutaron realmente aquellos dos peatones fue con el mediocre Jalabert y con el equipo ONCE. Cada día los vitoreaban hasta que les cansaba el ridículo. Creo que creían que Induráin no ponía ahínco. Ahínco y sudor, imposibilidad de llegar; si se llega, llegar muerto: eso pide siempre España. Ahora bien: el campeón devuelve todo eso con creces. El campeón no quiere representar nada ni a nadie. Ni el cíclico regeneracionismo hispano. Ni la modernidad. No quiere representar ni siquiera el silencio en este contumaz país de voceras. Ni siquiera el hielo, ahora que vamos tan calientes. No se le conoce una frase. No está dejando nada escrito para que reflexionen en las universidades de verano. Corre, además, para un banco que no se sabe siquiera si existe. Los media han probado de todas las maneras, y todavía no han dado con el sobrenombre como lo dieron con el caimán, el águila de Toledo, el relojero de Avila o el monstruo. Ni un solo vate le canta: burla eminente el campeón la emboscada adjetival y espesa. Y será el campeón más grande. Un campeón sin metáforas. Un tipo raro que nunca entendió el deporte como mano de santo: que no curó a los cancerosos; que no llevó la falsa alegría al corazón de los infelices; cuyo carisma no ejerció nunca de poder fáctico.El que devolvió el sentido del ridículo al deporte.

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