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Tribuna:
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El 'Voodoo Lounge' de los Rolling Stones

Aplaudan, ordena Mick Jagger en Wembley, y 70.000 personas obedecen. Parece una de esas demostraciones de calistenia que solían hacer los chinos en masa. Yea, yea, yea, woo, nos incita en mectio de Brown sugar, y yea, yea, yea, woo, contestamos. "Estáis bien de voz esta noche", nos alaba, y por un momento nos sentimos como si todos perteneciéramos al grupo. Cuando yo tenía 20 años me ofrecí voluntario entre un público de estudiantes para tocar un cencerro con la Incredible String Band de Robin Williamson y Mike Heron, pero en conjunto creo que es mejor corear a los Rolling Stones. En un espectáculo de rock que tenga éxito, el público se convierte en parte del mismo tanto como los intérpretes o el decorado, y Jagger lo sabe. Así que durante dos horas y media, Keith toca sus improvisaciones monstruo y besa su guitarra y Charlie marca la ley con su batería, mientras Mick nos toca a nosotros.¿Qué se siente frente a decenas de miles de personas, haciéndolas moverse como en una pequeña habitación? Hace un par de años (nunca es demasiado pronto para empezar a investigar), el que suscribe estuvo, durante, unos minutos, en el escenario de Wembley con U2 y, por tanto, puedo ofrecerles un breve informe.

Las luces te rodean como un muro. Ves hasta un poco más allá del personal de seguridad, hasta las primeras filas de caras levantadas pero, más allá de eso, nada. El ambiente parece casi íntimo hasta que la invisible multitud ruge como una bestia de ciencia ficción y tú, si eres un novelista que de alguna manera te has perdido por allí, te dejas dominar por el pánico. Quinientas personas constituyen una gran audiencia, literaria, mil la hacen gigantesca, pero ¿esto? ¿Qué se supone que tienes que hacer con esto? ¿Cantarle? Pero como en las mejores pesadillas, eres incapaz decantar una nota. En ese momento, la auténtica Estrella del Rock toma el mando. Al lado de la Estrella, contemplando cómo mima, acaricia y controla a la hidra invisible de ahí fuera, te sientes más que impresionado. Te sientes agradecido.

Había estado con Bono unas cuantas veces, pero cuando le miré a la cara en el escenario de Wembley vi a un extraño, y comprendí que ésa era la criatura-Estrella que normalmente se mantiene oculta en su interior, una criatura tan poderosa como la gran. bestia a la que cantaba, tan abrumadora que sólo se la podía dejar suelta en esta jaula de luz. La criatura-Estrella que hay en Mick Jagger estaba desenfrenada en Wembley ese martes por la noche. Venía de mucho más lejos que la de U2; era vieja y enorme y brillante.

Esta semana se han sacado a relucir todos los chistes sobre la vejez: Rock'n'Wrinkle, Crock'n 'Roll (1). Me senté junto a un hombre que recordaba haber visto a los Rolfing en su primera gira, en septiembre de 1963. Hace 32 años -¡treinta y dos años!- yo también vi esa gira; con 16 años, hice novillos en el colegio y me fui en autobús. Mi vecino y yo no conseguimos ponemos de acuerdo en quién ocupaba el primer puesto en la lista, de éxitos aquel otoño: uno de aquellos que se mataron en un accidente de aviación, pensaba él, mientras que yo votaba por Gene Vincent cantando Be-bop-a-lula. Ninguno teníamos razón. Fueron los Everly Brothers y Bo Diddley. Los Rolling Stones llevan tanto tiempo en candelero que la memoria de su público original ha empezado a flaquear; tanto tiempo hace.

Cuando te diriges a un superespectáculo de rock del tamaño de una galaxia como Voodoo Lounge, tienes que atravesar lluvias de meteoros de hechos y anécdotas. Igual que el rollo de la edad -¿sabían que la edad media del grupo es superior a la del Gobierno?- escuchas de nuevo la vieja historia de que Keith Richards se cambió toda la sangre; un contrariado sombrerero que no consiguió ganarse a Jagger te cuenta que el gran hombre tiene "una cabeza verdaderamente diminuta"; incluso se insinúa -¿es que ya no hay respeto?- que Mick tiene tendencia a exagerar sus atributos colgando frutas y verduras variadas de la parte delantera de sus leotardos. Ahora sabemos también que aunque la gira esté patrocinada por Volkswagen "los Stones se asocian con los Beetles" (2), Mick conduce en Mercedes y que, a pesar de todas sus actitudes rebeldes, son simplemente unos trepas que están en esto por el dinero y por presumir. Sabemos que los Ramones se retiran y han aconsejado a los Stones que hagan lo mismo, y que no lo harán, al menos mientras se sigan forrando. Hemos oído que los millones llueven a raudales sobre nuestros héroes. ¿Qué puede hacer un pobre chico salvo tocar en un grupo de rock and roll? Sí, de acuerdo. Puede que fuera mejor que estos días cantaran Diamond life.

Incluso una devoción de 32 años a los Rolling Stones puede llegar a convertirse, con tanto bombardeo, en irritación, especialmente cuando la mafia canadiense encargada de la distribución de butacas te coloca detrás de una columna, y necesitas que un amable guardia de seguridad del estadio te consiga un sitio desde donde poder ver de verdad el espectáculo. Admito haber afilado unos cuantos adjetivos mientras esperaba a que aparecieran los dinosaurios.

Entonces llegó el dragón de fuego e instantáneamente todas las críticas se volvieron superfluas. El decorado Cobra de Mark Fisher cobró vida: la gran cabeza de serpiente de alta tecnología vomitaba llamas en el cielo. Fisher, responsable también de los decorados para Pink Floyd y Zoo-Tv en sus recientes actuaciones, es el hombre al que hoy hay que llamar si te quieres gastar una fortuna en convertir un estadio deportivo en un mundo del futuro. Los promotores del espectáculo gustan de comparar la gira con una operación militar, pero no es acertado. Lo que resulta más sorprendente es pensar que todo este gigantismo teatral -"250 personas, cuatro días para levantarlo, tres equipos distintos de montaje dando saltos por todo el país, 10 kilómetros de cable, la mayor pantalla Jumbotron móvil del mundo; 56 remolques, nueve autobuses y un Boeing 727, 3.840.000 vatios de potencia producidos por generadores de 6.000 caballos", según explican- se utiliza sólo por la causa de la simple diversión. Sólo rock and roll, pero me gusta. Es bueno saber que el placer también cuenta con sus ejércitos.

Y desde el momento que los Stones empezaron con Not fadeaway hasta el único bis de Jumping Jack Rash, hubo placer; dos horas y media de intenso deleite a rebosar. El decorado era una maravilla pirotécnica, con la luz cayendo en cascadas, entrando en erupción con fuegos artificiales, y conjurando, durante Sympath for the devil, esos muñedos hinchables gigantescos maravillosamente horripilantes -Elvis, una serpiente, un niño estrella, una, diosa hindú- que bailaron, como enormes muñecas de vudú, esclavas del ritmo, por encima de las cabriolas de Baron Samedi de Jagger. Y el sonido era tan magnífico como el decorado, todas las notas ricas y claras, cada palabra audible y resonante; y la pantalla de vídeo de alta definición era la mejor que he visto en mi vida. Pero nada de esto es el quid de la cuestión.

El quid de la cuestión es que, los Stones estuvieron asombrosos. Su fuerza, su empuje, la absoluta calidad y frescura de la voz de Mick y la interpretación del grupo (Keith Richards, durante Satisfaction, pareció por un momento estar diciendo "adoro esta canción"); la agilidad y la gracia de movimientos de Mick (en tiempos interpretaba Walk the dog y Funky chicken como le enseñó Tina Turner; ahora hay algo casi oriental en su baile, como un bailarín Bharat Natyam con 3.840.000 vatios recorriéndole el cuerpo); y Keith, plantado delante y en el centro con los pies bien separados tocando su guitarra al estilo clásico del héroe del rock, Keith con su cabeza de Monte Rushmore-destrozado, dominando sin esfuerzo el escenario mientras Mick saltaba, brincaba y zumbaba. Keith no corre. Deja eso a su compañero. (Probablemente también debería dejar el cantar a Mick. Al menos no debería tentar a la suerte y a los críticos cantando canciones como The worst).

Al llegar su segunda canción, Tumbling dice, ya estaba claro que la nueva "sala de máquinas" en la que el bajo Darryl Jones se unió a Charlie Watts era tan rigurosa y potente como siempre. También se demostró rápidamente -y enseguida lo resaltó en su dúo con Mick en Gimme shelter- que la vocalista del coro Lisa Fischer era también un poco estrella. No contenta con aparecer en el escenario con lo que parecía ropa interior de cuero, y sandalias de tacones mortíferos con cintas que le llegaban hasta las rodillas, también desplegó una voz sexy y rica que sostenía notas altas que podrían atravesarte el corazón.

Las nuevas canciones simplemente aguantaron la comparación con el viejo repertorio. Fueron los clásicos los que verdaderamente nos hicieron vibrar; inevitablemente, porque esta música -la improvisación sobre Satisfaction, el sucio ingenio de Honky tonk woman- ha penetrado tanto en nuestra sangre que hasta es posible que incluso seamos capaces de transmitir genéticamente este conocimiento a nuestros hijos, que nacerán tarareando "how come you dance so good" y esos viejos versos satánicos, "pleased to meet you, hope you guessed my name".

Y qué satisfactorio resulta que los Stones no hayan caído en la trampa de Bob Dylan de asesinar sus viejas canciones. En consecuencia, Wembley estaba lleno, de chavales que bailan alegremente al ritmo de canciones más viejas que ellos, pero que parecían nuevas. Éste no es un espectáculo nostálgico; estas canciones no son piezas de museo. Escuchen la guitarra de Keith tocando Wild horses. Estas canciones están vivas.

Había un carroza de pelo gris con vaqueros -y una camiseta rosa -chiflado aún después de todos estos años- al que sacaron a paso de marcha un grupo de Meat Loafs. Había una chica morena con un atavío que parecía pintado sobre su cuerpo, que estaba, en el sector de lujo y que bailó tan voluptuosamente durante Sweet Virginia que la gente (los hombres) se volvían de es paldas al escenario para mirarla. Hubo un mutuo besuqueó de pezones entre Mick y Lisa Fischer que reclamó de nuevo nuestra atención. Hubo una ovación para Charlie Watts. No se podía pedir más. Puede que ahora los Rolling Stones no sean tan peligrosos, puede que ya no sean una amenaza para la sociedad decente y civilizada, pero todavía saben cómo hacerla sangrar. Yea, yea, yea, WOO.

Salman Rushdie es escritor británico de origen indio. NN. del T. (1) Juego de palabras intraducible: wrinkle significa arruga; crock, carroza. (2) Beetles significa escarabajo, el famoso modelo Volkswagen, y se pronuncia exactamente igual que Beatles. Copyright Salman Rushdie, 1995.

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