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El día del apocalipsis

El Tourmalet espera acogedor a un pelotón desarmado

Carlos Arribas

Los Pirineos llegan a su apogeo en plena tercera semana y todos tiemblan. "Es una etapa terrorífica", no se queda corto Sabino Padilla, médico del Banesto. "Requerirá de los corredores el esfuerzo de una verdadera maratón". ¿A qué corredores? ¿Queda alguno con ganas o fuerzas de otra cosa que acabar el Tour cuanto antes y como sea? Y sin embargo se van a enfrentar a la verdadera cara del Tour después de dos semanas de carrera. "El Tourmalet será la clave", dice Induráin. Antes del puerto más visitado por la grande boucle, sin embargo, los ciclistas deberán hacerse el Aspet (segunda categoría), el Menté (primera), el Peyresourde (primera) y el Aspin (primera), y después del coloso pirenaico, la subida final de Cauterets, 16,1 kilómetros más para el coleto. Todos con las fuerzas justas y las esperanzas bajo mínimos."Si hay ataques tempranos y se pone un ritmo fuerte", teme Rominger (uno que en otras condiciones se estaría frotando las manos), "se descolgarán unos 70 corredores a las primeras de cambio. Y unos 25 llegarán fuera de control o abandonarán". Toda una invitación para los valientes. ¿Quién se tomará en serio el desafío?

Induráin cree que el día de descanso hará que algunos calculen mal sus reservas y se sientan más fuertes de lo que están. Eso, por un lado, pondría en peligro sus deseos de que la etapa se desarrolle tranquila, bajo su control, pero, por otro, la ahorraría trabajo: su misión sería la de ir recogiendo cadáveres por la carretera. Así, que si todos son serios, buscarán intentar seguir las ruedas del Banesto ("un trabajo que ya es en sí estresante", que dice Chiappucci), e intentar despegarse en la última subida. Induráin, también. "Puede decidir meter el acelerador al final y hacer perder en cinco kilómetros a unos cuantos todo lo que habían ganado en 70", como dice también Chiappucci. "A mí me gustaría ganar la etapa", reconoce Induráin, "pero no hasta el punto de poner en peligro mis reservas para lo que queda de Tour. Además, habrá muchos que lo intenten y será dificil".

Los demás

No se sabe si Virenque lo va a intentar, pero se sospecha que no. El achacoso rey de la montaña, que el año pasado dio su recital por estos lares, más parece pendiente de arañar donde sea los puntos que le aseguren el maillot de lunares que de intentar un salto al vacío con el coro de toses bronquíticas que le acompaña allí a donde va. Tampoco entra en las coordenadas del danés Riis apostar por la hazaña. El triunfo de la regularidad sólo lo trufan con momentos históricos los grandes campeones. Se supone que Riis es reflexivo y poco dado a actuar por impulsos. Debería recuperar su puesto en el podio esperando al desplome de sus ocupantes. De los del ONCE se sabe que Zülle intentará aguantar la rueda de Induráin, lo que le daría la recompensa del segundo puesto; que a Mauri se le ha atragantado históricamente el Tourmalet, y que Jalabert deberá confrontar su espíritu de mosquetero con la realidad de demasiadas cuestas aunque esté en su año de gracia.

Todas las miradas entonces se deben dirigir hacia el Carrera. Es la última oportunidad de una chiappucciada, se dice, pero no parece que el diablo esté para los trotes que le hicieron gigante en Sestriere. Queda Pantani, que lograría su tercer triunfo de etapa. El escalador calvo, menos impulsivo que antaño, anda dándole vueltas al dilema. "Si quiero simplemente ganar la etapa", dice, "entonces esperaré al último puerto. Pero si me decido por intentar dinamitar la general del segundo puesto hacia abajo deberé intentar la fuga lejana. Eso sí, para ello necesitaré la ayuda de mi equipo, es decir, de Chiappucci".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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