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Reportaje:

'Mare nostrum'

El estanque del Retiro es muy marinero, pues en él aprendieron a bogar y se familiarizaron con los rudimentos de la náutica ilustres navegantes de secano que más tarde llegarían a ser capitanes intrépidos e incluso almirantes de la flota. En esta apacible y doméstica alberca recibieron su bautismo acuático innumerables marineros de agua dulce. Aquí se iniciaron como pasajeros de la lancha motora que circunda su perímetro y quedaron fascinados por la pericia de su piloto y patrón, que, con suaves y precisos golpes de timón, sorteaba los obstáculos que se interponían en su inmutable rumbo: barcas guiadas por inexpertos remeros, parejas de novios ajenas a cualquier horizonte que se abriera más allá de sus ojos y osadas tripulaciones infantiles siempre dispuestas al abordaje. Aquí aprendieron, como galeotes volantarios, la dureza del remo, y les nacieron los primeros callos en las palmas de sus manos antes de salir a mar abierto.Cuando el Retiro era coto de caza y holganza para los reyes y sus cortesanos, llegaron a surcar las aguas de su estanque ocho auténticas galeras, trabajosamente acarreadas tierra adentro desde sus puertos mediterráneos, para celebrar las bodas de Felipe IV con Mariana de Austria. Empavesadas y tripuladas cada una de ellas por 20 soldados con uniforme de gala, simularon las naos una batalla naval y derrocharon pólvora en tronantes e inofensivas salvas que provocaron el delirio de los privilegiados invitados a la naumaquia. Las lujosas falúas y las ornamentadas góndolas reales, como la de Fernando VII, fueron" sustituidas, cuando los jardines pasaron a ser de dominio público, por modestos botes de alquiler, frágiles esquifes de recreo para el asueto ciudadano. En él fangoso fondo del estanque habitan monumentales, voraces y sobrealimentadas Carpas con vocación de monstruo marino que, ajenas a las malas artes de los furtivos, siempre se dejaron atrapar con facilidad por rudimentarios anzuelos, alfileres doblados y enmigados de pan. Me temo que se extinguieron ya los últimos vástagos de esta raza de pescadores urbanos, osados y pícaros rapaces que ejercían su primitivo oficio con un ojo en el sedal y el otro vigilante para escapar de los guardas.Desde su esbelto pedestal, enmarcado por una elegante columnata que conmemora sus presuntos triunfos, vigila el estanque, a lomos de caballo, Alfonso XII, El Pacificador, más por omisión que por acción. En la barandilla del monumento que se abre a las aguas del estanque, flanqueada por dos orondas sirenas, se acodan, mirando este mar imposible, los orilleros, un vocablo acuñado por Ramón Gómez de la Serna, fecundo inventor de palabras: "Los orilleros", dice Ramón en su Elucidario de Madrid, "son los que siempre están alrededor del estanque del Retiro, una especie de obreros en vacaciones perpetuas frente a los señoritos del ocio". Pero el paseo favorito de las orilleras y los orilleros está en la orilla contraria, en la larga avenida que bordea el largo del estanque por su margen izquierda Desde la ribera opuesta, a los pies de la estatua ecuestre, este paseo marítimo se percibe como otro continente, viejo y nuevo mundo, zoco abigarrado que animan músicas y títeres, pues tos de chucherías para el niño y la niña, caricaturistas y retratistas al minuto, cartomantes dispuestos, por muy poco dinero a bucear entre las sombras del futuro cortando y manipulando la baraja de naipes del tarot."El estanque del Retiro", sigue Ramón, "es el gran vaso de agua de Madrid, el gran vaso de agua en el que se acucia su cielo y su ambiente. Consuela más que parece, y, si faltase, quedaría una desdichada sed de él en el aire de nuestros días".Corretean los niños insaciables y se producen atascos de cochecitos infantiles, se hacen y deshacen los corrillos y ensayan los inmutables ritos del cortejo jóvenes galanes que procuran ganarse la inquieta voluntad de los infantes para acceder a sus dueñas y acompañantes.Siempre es domingo junto al estanque del Retiro, paréntesis eterno y feriado del calendario laboral. Los paseantes de cualquier edad y condición se sienten colegiales que han hecho "novillos" y sonríen con expresión de culpabilidad satisfecha, hacen la ronda. intemporal y perpetua como figurantes de la gran película de Madrid. Los más veteranos recuerdan que los cineastas de Hollywood desecaron el estanque para rodar un filme circense y levantaron sus carpas de lona y trajeron fieras de verdad e hicieron del lago escenario y anfiteatro, y alzaron trapecios y representaron el mayor espectáculo del mundo, privando por unos días, a los madrileños de su ilusión acuática, de su porción oceánica y doméstica.

En los días de la Feria del Libro, los alrededores del estanque se intelectualizan y los lectores examinan sus capturas recientes y se sumergen en sus páginas vírgenes, ajenos al clamor de las orquestinas, al bullicio de mil voces infantiles y al chapoteo de los remeros.

Un exceso de megafonía y una excesiva: concentración de aficionados y virtuosos con sus diversos instrumentos crean una caótica algarabía, una competencia en la que se mezclan, sin orden ni concierto, Mozart con las quenas de los Andes, percusiones africanas, rock y salsas tropicales.

Una suma melódica cuyo resultado final es una horrísona sinfonía que parece ideada por un diabólico compositor de la última vanguardia dodecafónica o la música atonal, desorden de decibelios asilvestrados que asaltan los oídos de los transeúntes y borran los trinos de los pájaros,

Muy cerca de donde suelen instalarse los libreros, junto al paseo de coches, hoy felizmente peatonalizado, está la antigua casa de fieras, cuyas dependencias ocupan actualmente burócratas y empleados municipales. Cuando los parterres del Retiro eran patrimonio de los reyes, se corrieron aquí turbulentas cacerías venatorias y eróticas y se representaron toda clase de juegos y simulacros entre los templetes chinescos y orientales, falsas pagodas y exóticos castilletes.

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