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COPA DEL REY SEMIFINALES

El Valencia alcanza la final

Los jugadores valencianistas derrotan por primera vez a un equipo de Floro

La desesperación condujo ayer al Valencia a la final de la Copa del Rey, el próximo día 24 en el Bernabéu. A ella se agarró en Albacete para plantear un choque a cara de perro que le redime de su mediocre Liga y certifica su pase a la final copera después de 16 años (en aquella ocasión venció 2-0 al Real Madrid en el Bernabéu). Rielo llegó justo a tiempo para liberar a sus hombres de la rigidez táctica de Parreira y superar una eliminatoria para la que pintaban bastos. De paso salva la cabeza de su presidente, Francisco Roig, cercado por sus enemigos. Por fin claudicó Floro ante el Valencia; ésta es su primera derrota en nueve enfrentamientos. El pupilo se impuso esta vez al maestro.El Valencia trató de imponer su mayor técnica en el centro del campo. En los primeros minutos buscó ajustar el balón a la hierba: paredes y desequilibrios de sus dos estrellas, Penev y Mijatovic. Sin ideas, no obstante. El Albacete, por su parte, a lo suyo: balones largos de Zalazar, los rechaces y las bandas de sus dos interiores, Manolo y Bjelica. Por allí llegó lo mejor del cuadro manchego, sobre todo Manolo.

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Se aproximaba la primera media hora de juego y el conjunto de Rielo todavía no había disparado entre los tres palos. El Albacete se adueñaba progresivamente del encuentro. Para esos instantes, el Valencia ya sería la máxima de Roberto, uno de los principales ideólogos del grupo. "Nada de toque", había advertido a sus compañeros, que en cada acción se jugaban poco menos que la vida. Era un choque brusco, de mucho contacto y escaso fútbol. Díaz Vega sacaba brillo a su silbato mientras la grada se encrespaba paulatinamente con el asturiano.

Y en eso apareció Mendieta, un futbolista inclasificable. No destaca especialmente por nada, pero todo lo hace con corrección. Como aquella entrada por la banda derecha, que centró como quien no quiere la cosa. Roberto entró con fiereza al segundo palo, como en los viejos tiempos del Barcelona, cuando sus goles se contaban por victorias. El centrocampista abría así el melón del partido. Rompía el libreto de Floro. Era su equipo el que debía ahora mover ficha. Así lo hizo. Mandó adelantar la posición a sus hombres. Presionó arriba. El Valencia, entonces, se guareció, pensó en salir a la con tra y no volvió a disparar. Había obtenido un botín inmerecido. El acoso manchego se acentuó tras la reanudación. Floro se la jugó. No tenía otro remedio. Un delantero, Fonseca, sustituyó a un defensa, Coco. Zalazar cogió definitivamente la manija del encuentro mientras Mazinho asumía las funciones de libero. El partido era del Albacete, pero al Valencia le quedaba Mijatovic. Aunque fuera de forma, el montenegrino era el único capaz de apuntalar la victoria.

Las faltas bombardearon el área de Zubizarreta, que se mostró seguro. En el libro de Floro, la destrucción tiene muchas páginas; la creación, muy pocas. El Valencia resolvió el trabajo sin demasiados problemas. Con pundonor y entrega, virtudes poco vistas en este equipo acostumbrado a la indulgencia. Ahí descolló el joven Mendieta.

Floro recurrió entonces a la leyenda de Dertycia, aquella que dice que el argentino marca en los momentos decisivos. El público seguía agarrado a su equipo. Pero de nuevo Mendieta inició otra jugada decisiva. En una de las pocas acciones trenzadas del Valencia, Mijatovic desequilibró a Molina y sirvió en bandeja el billete de la final a Penev. De nada sirvió el gol de Dertycia.

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