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FÚTBOL PRIMERA DIVISIÓN

El coraje y Caminero

El Atlético jugó con espíritu de supervivencia para doblegar al Zaragoza

Santiago Segurola

El peso de la camiseta, el coraje y el talento de Caminero pusieron al Atlético a salvo de una situación catastrófica. En un momento que muchos presumían trágico, el Atlético jugó con carácter y con el espíritu de supervivencia que se necesita en estas ocasiones. La intensidad de los locales no tuvo respuesta en el Zaragoza, que pasó de largo por el Manzanares.El enérgico ejercicio del Atlético superó la débil resistencia del Zaragoza, que vive unas largas vacaciones. Sin objetivos a la vista, evidentemente desmotivado, el Zaragoza ha abandonado el campeonato hace un buen rato. Ni tan siquiera le queda el placer del juego. En el Manzanares abdicó muy pronto en favor del Atlético de Madrid, sometido al estado de necesidad. La principal cualidad del Atlético fue la excitación y sus consecuencias: ganó en el cuerpo a cuerpo a su rival, conquistó los balones divididos, apretó en cada jugada. Hizo lo que debía y lo que pedía este partido dramático para los rojiblancos.

Sin alardes, pero con abnegación, el Atlético de Madrid estuvo por encima de las circunstancias. Se le tiene, y con razón, al Atlético como un equipo inconsistente, con tendencia al petardazo, unas preocupantes señas de identidad para afrontar un encuentro exigente, de los que ponen a prueba el corazón de los jugadores y la hinchada. La respuesta al reto fue bastante firme. Con el primer arreón derribó al Zaragoza, que tiró la toalla antes de que empezara el combate.

La actividad de Caminero en la primera media hora volvió a ser decisiva para su equipo. Liberado de cualquier otra función que no fuera el juego de ataque, Caminero fue una amenaza en sus primeras intervenciones Sus jugadas tuvieron casi siempre un carácter desequilibrante. La vía Caminero alivió cualquier problema del Atlético, bien metido en el encuentro, convencido de que su supervivencia pasaba por una demostración de coraje.

No hubo contestación del Zaragoza, debilitado por las bajas de Poyet, Mayim e Higuera y por la caída de tensión que ha sufrido en las últimas semanas. La indolencia se acusó particularmente en Esnáider, un jugador que sufre un síndrome muy curioso. Esnáider es un futbolista que necesita jugar en estado de irritación. Cuando está enfrentado al mundo o al central que le marca, Esnáider es un ganador, un tipo peligroso que convierte el área en un polvorín. Pero en el Manzanares estuvo de paseo. Sólo en la segunda parte, después de sufrir algún agarrón y un par de entradas duras, Esnáider sacó algo del competidor que lleva dentro.

La otra carencia del Zaragoza estuvo en el medio campo, donde Darío Franco confirmó el desplome que ha sufrido su juego después de su grave lesión de ligamentos. Jugó lento y agarrotado, sin hacer notar la presencia que le hizo temible en el juego aéreo antes de la lesión. Entre unas cosas y otras, el Zaragoza tuvo demasiados lastres.

La mayor preocupación del Atlético fue su vocación suicida. La historia está sembrada de pinchazos solemnes, de esa inclinación por el catastrofísmo que impregna al Atlético desde la noche de los tiempos. Nadie, por tanto, se sintió tranquilo en larga hora que siguió al gol de Geli. Se produjo un desencuentro entre el curso del partido, muy favorable siempre a los intereses del Atlético, y la aprensión del público, cada vez más supersticioso con su equipo. El error de Geli en el lanzamiento del segundo penalti (m. 85) se interpretó como un signo inequívoco de fatalidad, la clase de jugada que se contesta con un gol del rival. Y eso hubiera supuesto un seísmo para el colchonerismo, que vive días de válium y sopita.

No sucedió la catástrofe, ni la mereció el Atlético de Madrid. La desgana del Zaragoza dejó siempre la iniciativa a los locales, que sacaron varias oportunidades procuradas por el empuje general y la clase de Caminero en particular. El público, que reconoce el talento a primera vista, despidió a Caminero entre ovaciones. Los suspiros habían llegado antes, con el segundo gol, un tanto que liberó el excedente de tensión que soporta una afición admirable, siempre por encima de las adversidades.

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