Todos ganan, ¿menos las encuestas?
De nuevo, en la resaca poselectoral vuelven a escucharse las habituales voces demigratorias de las encuestas. Sobre la sarta de simplezas que hemos debido oír a lo largo de la campaña acerca de los sondeos, sus perversos designios y sus nefastos efectos en los electores, nos cumple ahora el sólito ejercicio de justificar los que, a mi juicio con manifiesta impropiedad, se califican como sus fallos.¿Dónde radican esos supuestos fallos y cuál es su verdadera entidad? Me apoyaré -por vía de ejemplo, ya que el argumento se podría aplicar a otras encuestas publicadas- en la encuesta de Demoscopia para EL PAÍS difundida el 20 y 21 de mayo.
Se objeta que hemos sobrestimado la ventaja nacional (en elecciones municipales) del PP sobre el PSOE. Eso es completamente cierto, pero explicable. Nuestra hipótesis de distribución del voto nacional en las elecciones municipales estimaba una participación del 66%, que se vio nítidamente rebasada por una real del 70%. Estos cuatro puntos de participación por encima del escenario retenido en la previsión explican la desviación en el voto al PSOE entre el pronóstico de un 28% y la realidad de cerca de un 31%. La sobrestimación del voto PP tiene, básicamente, el mismo origen: el 36,9% previsto para ese partido con una participación del 66% equivale exactamente, en número de sufragios, al 35,3% efectivamente registrado con una participación del 70%.
En conjunto, por tanto, la sobrestimación del PP y la infraestimación del PSOE obedecen, sobre todo, a una previsión de participación más corta que la registrada (por tanto, un cierto error predictivo en esa dimensión), que, a su vez, encuentra su origen en un análisis del clima de opinión prevalente antes del inicio de la campaña, cuando se realizaron los trabajos de campo. Hay que decir, rotundamente, que el periodo de campaña activó las disposiciones al voto de una bolsa significativa de electores "de baja intensidad" que, en proporción elevada, se decantaron (al igual que en 1993) por el PSOE. Desde ese punto de vista, parece infundada la imputación que se hace a la campaña del PSOE en relación con el resultado. Sea el que sea el juicio que merezca el discurso empleado en esa campaña, los hechos parecen apuntar a que fue eficaz en lograr sus objetivos.
Pero además hay una desviación entre la previsión de la encuesta sobre el voto a IU (13,3%) y el voto conquistado por esa formación (11,7%). En parte, como en el caso del PP, esa diferencia se explica a través de la mayor participación. Pero, al contrario de lo que sucede con el PP, en que toda la diferencia se explica a través de la participación adicional, en el caso de IU sólo una parte de la misma, viene explicada por el diferencial de afluencia a, las urnas. Ello nos conduce a una hipótesis complementaria: algo de la intención de voto a IU se ha convertido, a lo largo de la campana, en voto final al PSOE.
Sin recurrir, por tanto, al error de muestreo -que por sí solo explicaría las diferencias entre la previsión y el resultado-, aparecen suficientes elementos de dinámica de la elección que proporcionan otras tantas hipótesis plausibles en la explicación de los cambios entre el momento de la encuesta y el de la votación. Pero además hay que decir que, en conjunto, la previsión publicada en base a la encuesta constituye una indicación muy consistente del resultado.
En efecto, la encuesta proporciona el resultado político correcto de la elección (en términos de reparto de mayorías absolutas y relativas, de posición de los partidos y fuerza respectiva de los mismos) en 11 de las 13 autonomías, se desvía algo más en Castilla-La Mancha (aunque abriendo un interrogante explícito sobre el desenlace en función del tirón de Bono), y ofrece un dibujo más borroso que equivocado sobre la comunidad más compleja, en términos de oferta, que es Canarias. En cuanto a las elecciones municipales, atina sin desviaciones sensibles el resultado de 14 de los 18 municipios sondeados, de a en suspenso Barcelona, baila un concejal importante entre PSOE y PP en Gijón, justamente el que inclina a uno u otro lado la mayoría relativa, y resulta confusa o errónea en Bilbao y San Sebastián. En el primer caso, al no detectar el factor personalista de Gorordo, y en el segundo, al subvalorar la aportación final de Odón Elorza. Por tanto, es cierto que no hay una coincidencia total entre estimación y resultado, pero sí una ancha correspondencia básica entre una y otro.
De eso se trata. Estos días hemos escuchado ad nauseam el latiguillo de los políticos de que "la única válida es la del contenido de las urnas del día 28". Pues no. Lo que hay en las umas no es una encuesta, sino unas papeletas que constituyen el soporte material del más importante ejercicio cívico de los ciudadanos en la democracia. Y tan erróneo es tomar las estimaciones por resultados como hacerlo al revés. Nuestro arte no es el de los chamanes. Nuestra obligación es la de dar al público una estimación -con el mejor fundamento y el menor sesgo posibles- de cómo se distribuyen en un momento dado las preferencias electorales. Si esas preferencias no se reparten exactamente igual en la elección, nuestro deber -al que modestamente intento dar cumplimiento en este artículo- es explicar por qué pensamos que se han producido las diferencias. Cualquier otro juego es salirse del recto ejercicio técnico y deontológico, y entrar en ejercicios de otra índole, sea ésta la de la intervención social o la de la literatura de ficción.
Por último, y sin ánimo de abrumar, también se han escuchado críticas a los sondeos a la salida de urna del propio día 28. Se objeta que dieron una impresión equivocada sobre la magnitud de la derrota del PSOE y exageraron la victoria del PP. En este caso, la objeción es completamente injusta y desenfocada. En términos generales, los exit polls facilitaron una indicación precisa (en la mayor parte de los casos, exacta) de cómo se había distribuido el voto. Lo que sucede es que los sondeos se limitaron a los ámbitos urbanos más importantes (capitales de provincia y grandes municipios) y a las autonomías que celebraban elecciones regionales, es decir, a aquellos ámbitos en que el triunfo del PP y la derrota del PSOE han sido más nítidos. Los sondeos de ese día han tenido un nivel de precisión estimativa que, comparando con otros casos recientes, habría que calificar de óptimo. Tras una campaña en la que ha llovido fuego graneado sobre los sondeos, pedimos desde la trinchera un armisticio. Con alguna razón, los tres grandes partidos dicen haber ganado el 28 de mayo. Es verdad que algo han ganado los tres: el PP, poder; el PSOE, tiempo, e IU, espacio. Pero, al constituirse las corporaciones elegidas, el número de ganadores se verá sensiblemente recortado en cada escenario, con un fuerte sesgo a favor del PP en la mayoría de ellos. Eso es justamente lo que, en grandes trazos, han reflejado las encuestas en estas elecciones. Y por eso, con tanta humildad como firmeza, solicitamos también nosotros vemos incluidos en la lista de ganadores. Incluso, si fuera posible, nos gustaría que los políticos pasaran algo más de nosotros. Al cabo, nuestro papel es mucho más inocente de lo que piensan. Los pianistas del saloon en los viejos westerns solían depositar sobre el piano un cartel con una leyenda: "No me disparen, por favor. Sólo soy el pianista y lo hago lo mejor que puedo". Pues eso mismo. No nos gusta nada encontrarnos en la línea de fuego.
es sociólogo y presidente de Demoscopia.
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