Entre el podólogo y los antibióticos
La victoria final les ha costado a Tony Rominger y al Mapei un precio más alto del esperado
La cena de celebración del Mapei fue como un recuento de bajas después de la batalla. El ambiente en el hotel Plaza de Varese era casi de funeral. Ese sábado, anteayer, Tony Rominger sabía que había ganado el Giro. En la mesa, ni bromas ni brindis, caras cansadas y cuerpos agotados. Nostalgia del hogar y ganas de meterse en la cama.Sólo al final, sólo con la maglia rosa en propiedad, han empezado a hablar en el equipo de lo duro que ha sido mantener el liderato desde el segundo día del Giro; del agotamiento total del equipo; de los momentos de dificultad; del shock sufrido al descubrir la carrera italiana, la constante cera, el robo de los momentos de respiro, el difícil ensamblaje entre la parte italiana del equipo y la española, la de confianza de Rominger.
Rominger ha terminado el Giro como una rosa. "Con la forma que tienes ahora, los músculos perfectos, ni un gramo de grasa, estás para empezar el Giro de nuevo", le decían el sábado al suizo. "Quiá", respondió Rominger, "puede que esté perfecto de cuerpo, pero psicológicamente no puedo más, no aguantaría la tensión ni un minuto inás". El premio ha sido grande: Rominger se puede presentar dentro de un mes a la salida del Tour casi relajado, con un triunfo importante en el morral, sabiendo que no se juega el año ante Induráin. Un planteamiento que hasta envidian en el Banesto. Ahora el suizo empieza a pensar si el precio que ha pagado no es demasiado alto. Si Induráin acudía al Giro para prepararse para el Tour y lo ganaba si se presentaba en su camino y el gasto por la victoria no era excesivo, como ocurrió en 1992 y 1993, Rominger ha echado el resto por ganar la carrera.
Tiene suerte Rominger de que el Mapei tiene un banquillo de lujo. 21 días de maglia rosa, sus compañeros todos los días marcando el ritmo del pelotón, han terminado con ocho hombres hechos polvo. Su guardia pretoriana en la montaña -los españoles Mauleón, Arsenio y Unzaga- está prácticamente descartada para el Tour, pero para entonces Juan Fernández, su director, podrá tirar de caballos frescos, de otro equipo de lujo: Etxabe, Olano, Escartín, Museeuw, Bortolami...
"Quieren tanto a Tony, que cuando él les dice que tiren, los españoles se ponen a tirar aunque no puedan más; le marcan el ritmo en las subidas, aceleran para descolgar a algún insidioso, hacen la selección, y hasta tienen arrestos para clasificarse bien", cuentan en él Mapei. Pero aun así, los Arsenlo, Mauleón y Unzaga le habrían agradecido a Rominger algo más que el homenaje público que el suizo les ha dedicado -"el Giro lo ha ganado el equipo no yo, ha sido impresionante el trabajo que han hecho desde el segundo día", proclamó Rominger-. Sus hombres de confianza le habrían dado también las gracias si hubiera cedido la maglia rosa algún día. Que algún otro equipo hubiera tenido responsabilidades en la carrera.
El Mapei reconoce que en ese asunto las cosas no han salido como querían. En la quinta etapa quisieron que el danés Sorensen, que llegó escapado, hubiera cogido el liderato en préstamo. "No pudimos porque había tantos equipos italianos con intereses diferentes que no pudimos controlar", dicen. El modelo Banesto, ése de hacer de la carretera un tablero de ajedrez, buscando contentar a todos y sacando aliados circunstanciales de todas las partes, no lo ha podido imitar el Mapei, quizás por la diferente personalidad de Rominger. El suizo se lleva de este Giro tres de las cuatro maglias en juego -la rosa, la ciclamino (puntos) y la azul (Intergiro)- y cuatro etapas -las tres contrarreloj y la de Loreto-, un síntoma de su avidez.
Ahora que todo ha terminado, también desde el Mapei tienen vía libre para contar alguno de esos secretos guardados como asunto de Estado para no dar pistas al enemigo. Cuentan que cuando se dijo oficialmente a todo el mundo que Rominger iba a hacerse radiografías en una rodilla después de una caída, en realidad el recordman de la hora acudió a la consulta de un podólogo. Un callo en el pie derecho había tomado tan mal cariz que el dolor se le extendía hasta la espalda. Rominger estuvo dos días sufriendo tremendos dolores, sin que nadie fuera de su equipo se enterara.
Los rivales, o sea el Gewiss, dicen que sí que se enteraron de que el ganador final del Giro llevaba unos cuantos días tratándose con antibiéticos, y que por eso le atacaron el viernes y el sábado pasados. Fueron las dos únicas etapas en las que Rominger cedió algo de- tiempo a Ugrumov y Berzin. Fueron dos etapas corridas bajo una lluvia heladora que poco hacían para que Rominger pudiera superar un catarro que, mezcaldo con su alergia, apenas le permitía respirar con normalidad. Desde el miércoles por la noche Rominger, estaba acatarrado, casi febril. Su médico tuvo que recurrir a los antibióticos, una terapia debilitadora, precisamente la víspera de la etapa reina. Un golpe de suerte, sin embargo, se alió con el suizo. El frío que le había dañado el aparato respiratorio también llevó la nieve a los Alpes. Un alud a mitad de etapa dejó la reina en nada, en un sector descafeinado. El suizo, que la víspera había rezado para que se suspendiera, vio cómo se atendían sus súplicas.
El último golpe fue el del último sábado. En el segundo descenso del Cuvignone, una carretera estrecha, curvas cerradas y agua por todas partes, Rominger se fue al suelo. Nada grave aparentemente, pero porque sólo quedaba el paseo por Milán para que terminara el Giro. Esa noche Rominger no pudo recibir masaje en una pierna, dolorida por la caída. Y un ciclista sin masaje es como un coche sin aceite.
Todos en el Mapei dieron gracias a Dios el último día. Un suspiro de alivio por haber terminado el tormento más que un júbilo desatado por una victoria más que sufrida. Un precio cuyos intereses quizás tenga que seguir pagando en julio, en las carreteras francesas y ante Induráin.
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