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Tribuna
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Risueña lectura

Y muy risueña, a mi entender, la de las recientes elecciones locales. No precisamente por las interpretaciones triunfalistas, o sofisticas, según los casos, que tanto han abundado, sino por otras y más profundas razones. Primera: pese al mal sistema de listas cerradas y la deleznable campaña electoral de que han sido objeto durante varias semanas, los ciudadanos han ejercido sus derechos y acudido a las urnas en una proporción muy alta, que por sí sola basta para legitimar el régimen constitucional frente a sus detractores. Eso es ya una gran noticia. Pero, además, tal vez movidos por el buen ejemplo ciudadano, los políticos, a partir de la noche electoral, por lo que dicen y aun por lo que callan, en sus manifestaciones a la opinión y relaciones entre sí, han dado muestras de moderación y cordura que sería de desear perduraran. Si, además, consiguieran que las entusiastas juventudes partidistas abandonaran un lenguaje soez, que la derecha nunca utilizó y la izquierda había enterrado muchos años ha, todos saldríamos ganando.Segunda: los resultados en sí incitan aún más al optimismo. La derrota del PSOE en estos comicios locales era no sólo inevitable, sino históricamente justa y necesaria. Y, por otra parte, no era menos justo recompensar con el triunfo el buen trabajo que en muchas comunidades autónomas y grandes ciudades como Madrid y Valencia, había hecho el gobierno del PP y, en otras, y vuelvo a citar Madrid, la misma oposición popular. Pero, en tercer término, la derrota del PSOE, lecturas demagógicas aparte, no ha supuesto ningún derrumbe ni, por tanto, ha llevado a crisis que todos hubiéramos tenido que lamentar, ni quedan prejuzgadas las elecciones futuras, ni en el tiempo ni en el resultado. Si algo está claro es que el electorado hila fino y para conseguir, dentro de meses o incluso años, el voto capital de los no convencidos, serán ya determinantes las obras de quien gobierna y de quien intenta gobernar, más que las palabras. El PP ha conseguido gran parte del voto centrista y al PSOE lo han colocado en el centro del espectro político, entre izquierda y derecha crecidos. Y el centro impone moderación y atención a las necesidades del país más que a las del propio partido .

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Una cuarta razón es que, atendiendo a las elecciones municipales, únicas proyectables a escala nacional (en las autonómicas faltaban 19 provincias de las más pobladas), de producirse ahora unas generales, ninguno de los dos grandes partidos en liza obtendría la mayoría absoluta. Y si la mayoría relativa, la tenga quien la tenga, se convierte en regla, los grandes partidos tendrán que olvidar su actitud de confrontación radical y acostumbrarse a dialogar y a cooperar. Por último, como liberal-conservador que soy, me alegro del giro moderado del cuerpo electoral que los comicios revelan. El electorado ha girado a la derecha e Izquierda Unida no ha incrementado sustancialmente su voto en comparación con las elecciones europeas, últimas celebradas. Y ello en un momento en que la reactivación económica aún no ha llegado al hombre de la calle y la reforma laboral aún está en parte por digerir. De otro lado, el sector del PSOE que ha salido mejor librado es aquel que se caracteriza por su apertura y su flexibilidad. El Partido Socialista de Cataluña ha pasado por primicia de la renovación del socialismo, y que eso haya sido avalado por los electores no es poco. Podrían citarse otros casos significativos, tanto más si se tiene en cuenta que líderes y formaciones reputados como imbatibles merced a su radicalismo, se han demostrado mucho más vulnerables ante una oposición también radicalizada.

En panorama tan halagador no faltan nubarrones. Si, aleccionado por la derrota, parece que el socialismo va a restañar sus heridas ideológicas, algo clave para la estabilidad nacional, pueden abrirse otras territoriales, lo que sería incluso peor. Y hablando de territorialidad, es muy de lamentar desde el punto de vista español el retroceso de los nacionalismos históricos, cuando, sin renunciar un ápice a la encomiable "voluntad de ser", jugaban más decidida y sinceramente que nunca la carta de la integración en una política de Estado. Es claro que hay quien se alegra de ello, pero son los que siempre se equivocan. En términos históricos, claro está.

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