El turno de España
En todo el mundo, la revolución liberal derriba la alianza del Estado y las grandes empresas públicas o privadas y la sustituye por la del mercado financiero y las pequeñas empresas. A veces, el cambio es espectacular: así ocurrió con la victoria de Berlusconi en Italia, con la caída de los regímenes comunistas en Europa central y del Este y con los planes de ajuste latinoamericanos introducidos dramáticamente en Bolivia, en Argentina o Perú en medio de un proceso. de hiperinflación. Otras veces, el cambio es parcial y lento. En Francia, Balladur -y probablemente Juppé- siguió una política más estatista que liberal, ligada a las grandes empresas que defendían un franco fuerte. Pero, en todas partes, el Estado movilizador es sustituido como regulador principal de la vida social por el mercado internacional. El último gran país que ha abandonado el nacionalismo económico ha sido Brasil, con la elección de Fernando Henrique Cardoso.Pero el shock liberal, el ajuste estructural, no dan origen a un modelo estable de sociedad a la que se pueda, llamar sociedad liberal. Casi todos los países, una vez limpiados los establos de Augias, una vez roto el poder de las clientelas, de los partidos de los ejércitos y de los programas nacionalistas, se topan con el aumento de las desigualdades y de la pobreza, con el desgarro de la unidad social, con una crisis de identidad nacional. Donde el shock liberal ha sido muy brutal, especialmente en la Europa del Este, la reacción antiliberal ha sido rápida y fuerte, y ha devuelto al poder a los ex comunistas en varios países: Polonia, Hungría, Bulgaria. Del mismo modo, el Reino Unido apela a Tony Blair después de 15 años de thatcherismo. Los italianos, que ayer recurrían a Berlusconi para romper la alianza del Estado y los negocios, le rechazan hoy después de que, para defender las pensiones amenazadas, se formara una manifestación sindical que congregó a un millón de personas en Roma. Francia, que acaba de votar por el candidato de la derecha, no es ajena a este doble movimiento: también se acerca a la vía liberal, y reacciona contra la alianza del Estado y los negocios y el reclutamiento demasiado cerrado de las élites. Pero, al mismo tiempo, la reciente campana presidencial ha estado dominada por temas de la izquierda y, sobre todo, por la lucha contra el paro.
España vive los mismos problemas que los demás países, y en particular los mismos que los demás países eurolatinos. También en España se ha agotado el papel del Estado movilizador. Sólo se ha prolongado hasta ahora a causa de la personalidad excepcional de Felipe González, que -como los socialistas de Australia o de Nueva Zelanda- supo asumir la dirección de una política liberal. Es paña corre el riesgo de ser gobernada por una derecha nutrida aún de tradiciones al mismo tiempo modernizadoras y auto ritarias, entre las cuales el espíritu del Opus Dei tiene un peso peligroso.
Pero en España, como en los demás países, la oleada liberal empieza a descender, y la conciencia del paro y del aumento de las desigualdades sociales y regionales se hace más aguda. Esto explica que la victoria de la derecha haya sido más limitada de lo que preveían los sondeos; en España, como. en los demás países, ya se asiste a un cambio de tendencia. Cada día que pasa da una prioridad más fuerte a la lucha contra la desigualdad social, y puede uno pensar que la derecha española se acerca al poder en el momento en que debería prepararse para abandonarlo.
No es ya el momento de imitar a la señora Thatcher ahora que Tony Blair está a las puertas del poder, o a Reagan y Bush dos años después de la elección de Clinton. Pero es necesario, para que España -o Italia, o Francia- no adquiera un retraso de una generación con respecto a la Europa del Norte, que la izquierda de esos países acepte una mutación profunda, un verdadero renacimiento. Los italianos muestran el camino. La coalición de Prodi y del Partido Democrático dé la Izquierda acaba de ganar las elecciones municipales y regionales; en Francia, es evidente que Jospin debe crear una nueva fuerza política y no hacerse simplemente con las riendas de un partido. socialista que conserve sus malas costumbres y sus luchas internas.
¿No es esto válido también para España? Los países que, por una razón u otra, han entrado débil o lentamente en la revolución liberal deben darse prisa en salir de ella, sin lo cual experimentarían trastornos sociales graves en el momento en que los países vecinos estuvieran ya inventando una nueva socialdemocracia. España no evita, como tampoco lo han hecho los otros. países, la subida al poder de la derecha, pero no debe considerar esta nueva orientación como algo duradero. No se trata de mudarse de una casa a otra, sino sólo de hacer la gran limpieza primaveral. Sí, en primer lugar hay que liberar la economía de las restricciones políticas, ideológicas o clientelistas que la asfixian. Pero es aún más necesario volver a crear un control social de una actividad económica cada vez más sometida a una lógica financiera internacional. De lo contrario, la distancia entre ricos y pobres, o regiones dinámicas y regiones en dificultades, crecerá peligrosamente. Ya que aborda tardíamente la revolución liberal, España deberá vivir de forma acelerada la entrada en esa revolución y la reconstrucción de una izquierda democrática.
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