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Tribuna
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El sabor de la derrota

Antonio Elorza

En la noche electoral todo era entusiasmo. Incluso Felipe González y Serra aparecieron exultantes porque el revolcón no era del tamaño pronosticado en las encuestas por este diario. Siempre hay un punto de referencia para consolarse en tales casos. La única excepción, y ya al día siguiente, fue la infinita tristeza que presidía los rostros de Roca i Junyent y Duran i Lleida mientras Pujol explicaba lo sucedido en Barcelona y sus consecuencias políticas.En realidad, en estas elecciones todos se han llevado su porción de derrota. El PP, porque ha vencido, pero no ha ganado en lo esencial. Con una adecuada metáfora, Aznar lo explicó a su gente desde el balcón de la calle de Génova: están en el penúltimo peldaño en la escalera del cielo. Pero el ascenso se hace interminable y aún quedan riesgos, no siendo el menor de ellos que se produzca una reacción de "todos contra el PP" cuyos primeros efectos podrían consistir en que se viera inutilizado el éxito de Celia Villalobos en Málaga o incluso que una alianza en torno a Alli provocase la pérdida de Navarra. Ni siquiera la fortuna le ha sido propicia al PP en la ciudad de Barcelona, punto de partida posible para una larga amistad.

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La sorpresa en esta consulta es ver que la posición de Pujol, el gobernante sin desgaste, no resulta tan cómoda como parecía. Su cobertura ha evitado el retroceso socialista en Cataluña, donde además los asuntos de Estado quedan siempre en la lejanía, y la alianza ha borrado en parte la clara divisoria que antes le separaba del PSC. Así que no sólo deja de ganar, sino que queda reducido en el cap i casal de Catalunya a un respaldo electoral indecoroso. Su desazón era visible y lógica.

Del PSOE ya está todo dicho por los comentaristas. Felipe sigue, cómo no, y Ciscar nos descubre un vocablo melifluo: "Disponibilidad". Todos hablan de cambiar, pero es difícil adivinar quién le pondrá el cascabel al gato, y sólo faltaba que esa pretensión la enunciaran los seguidores de Guerra tras la deplorable campaña de su jefe. Únicamente puede salvarles el reconocimiento de que están en caída libre y que el continuismo serviría sólo para que siguiese actuando la ley de la gravedad.

Algo parecido, pero en cuanto a estancamiento, le sucede a IU. En la superficie, todo va bien: ha habido ascenso y consigue una implantación en zonas antes vacías. Pero ese diagnóstico favorable olvida la escasa capitalización de votos perdidos por el PSOE y el freno en lugares clave a la tendencia mostrada en las europeas. La derecha gana y el sorpasso es una quimera. El éxito de Romero en Málaga viene a recordar el bajísimo nivel de otras candidaturas: existe un desfase evidente hoy entre la propensión al voto de izquierda y lo que IU ofrece. Estancamiento también en la expresión de un pluralismo que para IU debiera ser seña de identidad.

La posición de Anguita es no ya marxista, sino stirneriana: él es la dirección, la voz y el símbolo único de lo que dice ser una coalición plural. La consecuencia es la rigidez, visible aparatosamente en el tema de los pactos poselectorales. Y no porque haya que aplicar mecánicamente, como sugiere López Garrido, una engañosa "unión de la izquierda" que el PSOE invoca sólo cuando truena, mientras la alianza fundamental se mantiene con Pujol. El PSOE es, como mucho, una no-derecha respecto del PP y tampoco cabe olvidar que IU no es, como se dice, un "partido bisagra", entre PP y PSOE, sino un posible apéndice de éste. Corre siempre el peligro de repetir la jugada del 79: obtener una alcaldía por cinco del PSOE y convertirse en éstas en simple furgón de cola. El ejemplo de Iniciativa per Catalunya resulta claro: sin imagen diferenciada no hay crecimiento. Pero eso es una cosa y otra satanizar los apoyos recíprocos de antemano. Primero, porque cabe pactar mejor (lo que hizo siempre el PSI en Italia, en condiciones similares). Y segundo, porque la vía actual de rigidez sólo puede llevar a compaginar el absolutismo de los principios, más carlista que marxista, con el oportunismo en las decisiones o como única alternativa a la impotencia política.

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