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Tribuna:28 MAYO
Tribuna
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Carta abierta a Martín Villa

Recuerda usted en la carta abierta que me dirigió[EL PAÍS,18 de mayo] los apacibles diálogos que mantenemos desde hace mucho tiempo, y mezcla paternales admoniciones con críticas que, contra su costumbre, no se ajustan a las pautas de lo razonable. Sólo por esa prosa amigable, aunque lo sean todos sus argumentos, me ha merecido la pena leer su carta y responderla, pues trae a la memoria una actitud liberal y amable de la que hoy quedan pocos representantes. Desde luego, la derecha española actual ha procurado recoger a usted y algún otro entrañable superviviente, con trayectorias públicas dignas y reconocidas. Pero temo que su influencia sobre sus jóvenes compañeros de partido no es hoy todo lo importante que sería menester. para el bien del país.

No debe usted engañarse, mi buen amigo. El PP no es, por más que lo pretenda, la UCD, ni sus dirigentes muestran hoy su talante. Fíjese usted y descubrirá que hay dirigentes de primera fila de aquel magma centrista en muchos partidos: dirige Calvo Ortega el CDS; militan antiguos centristas en partidos nacionalistas y regionalistas, y pasaron al PSOE muchos otros, de los que sólo recordaré a nuestro común amigo Paco Fernández Ordóñez. No olvide tampoco que los líderes actuales del PP estaban ya, entonces en Alianza Popular. Pretender que el PP sea la UCD resucitada es un error interesado que cultivan quienes querrían beneficiarse de ello, pero usted y yo sabemos bien que no es así. Señor ex ministro del Interior: por favor, no reescriba la historia, ni siquiera la que le atañe a usted personalmente.

Me preocupa encontrar en su carta argumentos e ideas que seguramente no son de usted, sino de su entorno político actual. Entiendo que es el problema de andar en malas compañías, y a ellas, huelga decirlo, dirijo la parte de mis réplicas que trata de desbaratar algunos de esos argumentos. Como usted bien sabe, compartimos plenamente la esperanza de que nunca se repitan en nuestro país enfrentamientos, ni siquiera verbales, como los que lo asolaron en los años treinta. Creo que esto es algo que tiene claro y presente la inmensa mayoría de los españoles, que se opone al uso de la violencia, verbal o física, para ventilar cualquier discrepancia. En la parte que toca a mi responsabilidad actual, ésa es la línea de principio esencial: la unidad de todos contra el terrorismo y el rechazo radical de cualquier forma de violencia. Seguimos en ello una línea de responsabilidad y cordura que ciertamente usted comparte, -a veces contra la corriente que representan algunos compañeros de su propio partido. Las amables anécdotas sobre monjitas que ilustran su argumentación sobre la guerra civil, como su preferencia por las ciudades con obispo y su rechazo del maniqueísmo cerril y la satanización del adversario las asumimos, seguramente, muchos españoles. Los tiempos, por, fortuna, son muy distintos ya de los de los años treinta. Tanto que a veces se le escapan a usted lecturas realmente truncadas de aquellos años. Su anécdota sobre las barbaridades que tolerara entonces Miguel Maura, ministro de la Gobernación en 1931, pierde mucho si se emplea (como hace usted) para ilustrar una pretendida izquierda montaraz, porque Miguel Maura representaba, precisamente, la derecha republicana. Los reproches que hace usted a mis intervenciones políticas recientes son comprensibles, aunque no muy justificados. Cualquiera podría convertir con citas de frases fuera de su contexto, la carta o el discurso más florentinos en una sarta de exageraciones, y entre quienes apoyan a su partido hoy se encuentran algunos muy versados en estas artes. El problema es que estos opositores están muy poco abiertos a la crítica, y poco preparados para un debate con alguna pretensión polémica.

Es verdad que he ilustrado algunas críticas a rasgos preocupantes de la derecha que en parte representa el PP con referencias a cómo, su estilo les traiciona y saca relucir sus valores. Parece que le han irritado a usted mis referencias a la corrupción en el seno de a derecha. Usted sabe mejor que yo, por su dilatada vida política, que la corrupción no es un fenómeno nuevo en la sociedad española. Lo que es nuevo es la intensidad con la que desde el Gobiemo se la combate. Puede usted acusarnos de haber cometido errores. Pero sabe que no puede acusarnos de no querer ir hasta el fondo en la lucha contra los corruptos. Ustedes no pueden decir otro tanto. Es la intensidad de la reacción del Gobierno lo que les ha descolocado, porque para ustedes el problema de la corrupción no es más que un trampolín desde el que pretenden que la sociedad española dé un salto en el vacío.

Cuando prohombres o promujeres de su actual partido se refieren a las mujeres sólo como leales administradoras del hogar y madres de sus hijos, es inevitable para cualquier persona de mi generación sentir un retortijón en el estómago, porque esa concepción de la mujer la creíamos superada hace mucho tiempo. A no ser que esté aquí, en esta mística de la feminidad, la clave de esa reforma laboral que prudentemente evitan ustedes anticipar. Y no le digo lo que las mujeres piensan porque lo están diciendo ellas.

Cuando los planes fiscales de su partido actual aparecen por fin, siquiera sea con veladuras y contradicciones, y comprobamos que lo que pretende es redistribuir la riqueza a favor de las rentas más altas, no es exagerado (menos aún violencia verbal) concluir que esos recursos que se van a quitar de los presupuestos tendrán que salir de alguna parte; que su partido se propone recortar los gastos sociales y que eso perjudicará a la mayoría que depende de ellos para compensar sus rentas más bajas. Salvo que sean ustedes tan irresponsables que estén dispuestos a disparar el déficit público y arruinar nuestro país.

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El problema es que, acostumbrado a cierta impunidad,PP recibe mal las críticas, y hace lo posible por no verse obligado a explicar sus prograrnas, ni a debatir, las consecuencias previsibles de sus propuestas. Me sorprende desagradablemente que se haya unido usted en este caso al talante usual de los líderes de su partido y que también usted quiera confundir la crítica en términos objetivos con la descalificación personal.

La ira con que han reaccionado dirigentes de su partido contra nuestras críticas recuerda inevitalemente a esa tendencia educativa autoritaria del "eso no se dice" o "de eso no se habla". Más razonable sería que dejaran de ocultar sus planes, y de contradecirse sobre ellos. ¡Habría que haberles oído si, por ejemplo, el presidente del Gobierno, el vicepresidente y el ministro de Economía hubieran declarado en días sucesivos planes absolutamente distintos respecto a la política fiscal, desautorizándose unos a otros!

Con respecto a los demás argumentos que usted cita, me parece necesaria alguna precisión. Los trabajos de la UCD para iniciar el Estado del bienestar nada dicen sobre lo que quedaría de éste si gobernara el PP quince años después, porque, por desgracia, predominan en éste esos "excesos del fundamentalismo liberal" al que se declara usted ajeno. ¿Cree de verdad que no es ésa la ideología dominante en el PP?. ¿Cree de verdad que su propia opción personal tiene algo que ver con la que sostienen los que, para mal de todos, mandan en su partido?. Cuando se refiere usted a la oposición responsable del PP, pesa más su lealtad que su respeto a la verdad. Me trae a la memoria la parábola que re coge el evangelio de Lucas: "¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?' (Lucas, VI, 41). ¿Cree usted de verdad que en los últimos años el PP no ha contribuido a crispar hasta grados indecibles la vidapolítica española?.

No es ésa la única ocasión en la que trabuca usted la lógica: aun si fuera cierto -y usted sabe que no lo es- ese eslogan de que el Gobierno central sobrevive claudicante, etcétera, eso no equiale a que el PP tenga un proyeco nacional solvente. Saca usted una conclusión sobre un asunto ajeno al razonamiento, y los hechos le desmienten. El grado de violencia verbal, de incomprensión, de desconfianza y de dogmatismo con que se enfrenta el PP a los partidos nacionalistas democráticos da que pensar sobre las consecuencias negativas que produciría en este país, España, el hecho de que ustedes asumieran mayores responsabilidades políticas en cualquier ámbito.

Lo que me preocupa, en fin, amigo Rodolfo, es que el PP no es el partido que usted imagina y que, seguro, desea. No lo es en las formas, porque sus dirigentes están poco dotados para cortesías florentinas. (Por eso le agradezco que sea usted quien me escriba). Y no lo es en el fondo, porque tiene dos grandes problemas: uno de liderazgo y otro de programa.

Sus compañeros del PP manifiestan un empeño ruidoso y descompuesto por que Felipe González deje de ser presidente del Gobierno, lo que es comprensible desde su punto de vista. El problema es cuán ardientemente lo desean, con cuánta impaciencia y a qué precio. Es lastimoso para todos que en los años que llevan en la oposición no hayan podido encontrar un dirigente que no plantee un serio problema de liderazgo, y también lo es que en ese tiempo no lo hayan tenido para explicamos sus verdaderas intenciones de gobierno.¿Cuál es realmente su programa? ¿Apuestan por opciones ultraconservadoras como las de Reagan o Thatcher, ya ensayadas y fracasadas con su secuela de graves desequilibrios sociales?. ¿O apuestan más bien por posiciones populistas de difícil homologación basadas en un corporativismo de nuevo cuño?.

Señor Martín Villa: me tendrá que admitir que, en esta situación de inseguridad, de indefinición y de incertidumbre, cualquier persona sensible hacia las desigualdades sociales esté francamente preocupada. Y, de verdad, que cuando hablan de jibarizar el Estado, de construir un Estado mínimo, esa preocupación se agrava, por cuanto es difícil imaginar cómo ese Estado anoréxico va a ser capaz de impulsar políticas públicas redistributivas y modernizadoras. Lo extremoso ciertamente es lamentable, pero mucho me temo que los extremos que nos propone el PP no son triviales: son temibles. Agradezco, pues, su consejo, y a cambio le daré otro: mire usted bien, amigo Rodolfo, qué cosas se cree de las que le cuentan, que no soy yo persona de extremos ni dada al dislate o a la facundia. Y cuide de las compañías con que se anda, no resulten gentes de pocas luces que cobijen sus malas intenciones detrás de buenas gentes como usted.

Juan Alberto Belloch es ministro de Justicia e Interior.

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